viernes 26 de abril de 2024
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La revolucionaria naturaleza

En un año en que las calamidades naturales nos dieron varios avisos, la pandemia aparece como un cachetazo para establecer límites al desarrollo actual de nuestras sociedades.

Las epidemias de ganado inglesas del siglo XVIII fueron el primer caso de una plaga pecuaria provocada por el aumento de la producción que exigía el pujante capitalismo. El brote de peste bovina de la década de 1890 en África fue el mayor de los holocaustos epidemiológicos del imperialismo en el que murió el 90 por ciento del ganado. La gripe española puede entenderse como la primera de las plagas del capitalismo sobre la población. En esa secuencia histórica, la actual pandemia es un eslabón de una cadena cuya maquinaria es el avance intensivo y extensivo del hombre sobre la naturaleza.

Ese sistema, entendido como capitalismo o socialismo según la cosmovisión que le da legitimidad y  capacidad de reproducción, es el que hoy – como en otras oportunidades – está en crisis. Según la consultora Capital Economics, las pérdidas de esta calamidad se estiman en 280.000 millones de dólares para el primer trimestre de 2020. Aun teniendo en cuenta de que esta estimación sea el resultado de predicciones en base a modelos e hipótesis cuestionables, es importante remarcar que dichas pérdidas buscarán ser contrarrestadas por medio una “vuelta a la normalidad a todo vapor”. Por otro lado, la Organización Internacional del Trabajo, calcula que la crisis económica subyacente, acentuada por la pandemia, podría provocar un aumento del desempleo mundial en 25 millones de personas.

China, ha sido sin duda una inmensa factoría que ha desarrollado en su propio territorio un abrumador avance sobre la naturaleza, siendo desde el primer emisor de gases de invernadero, hasta el principal deforestador mundial en esa alocada carrera por el rendimiento y la maximización de beneficios. No es casual que la ciudad de Wuhan haya sido el epicentro de la infección del sistema. Conocida como uno de los “cuatro hornos” de China por su verano húmedo, caluroso y opresivo, características que comparte con Chongqing, Nankín y Nanchang, todas ciudades bulliciosas con largas historias a lo largo o cerca del valle del río Yangtsé, es el principal productor de materiales para la construcción – acero, cemento, etc. – con sus altos hornos en permanente ignición. A las afueras, la vida rural también está dominada por la tecnología para dar alimento a la población demandante. Esa producción industrial/rural – entendido como un todo sistémico – ha sido el promotor, creador e impulsor del virus que hoy se esparce por el mundo.

Como en el caso de la gripe española, el COVID-19 fue originalmente capaz de arraigarse y propagarse rápidamente debido a una degradación general de la atención sanitaria básica entre la población en general. En China, esa degradación ha tenido lugar en medio de un crecimiento económico espectacular que se ha ocultado detrás del esplendor de las ciudades brillantes, las fábricas masivas  la propaganda oficial. La realidad, sin embargo, es que los gastos en bienes públicos como la atención sanitaria y la educación en China siguen siendo extremadamente bajos, mientras que la mayor parte del gasto público se ha dirigido a la infraestructura de ladrillos y cemento.

Es una bendición que no haya sido el Ébola, el virus desatado, cuya mortalidad supera el 50 por ciento, siempre y cuando haya atención médica. Sus dos grandes brotes (2013–2016) en África occidental, también coincidieron con la expansión de las industrias primarias, el desplazamiento de los habitantes de los bosques y la perturbación o destrucción de los ecosistemas locales.

En este freno al sistema actual que está poniendo la naturaleza para mostrar el carácter no sostenible de nuestro mundo, los políticos deberían – en algunos casos lo hacen – escuchar a esos científicos que ya habían advertido esta posibilidad y que, seguramente podrán ofrecer perspectivas. Claro que esas perspectivas van a chocar con las demandas sociales, las presiones de los poderosos y de toda laya, y los políticos van a dudar a titubear en la fragilidad de sus mandatos. De este titubeo surge la falsa opción entre “salud o economía” en la que los líderes mundiales se han dividido.

En la prestigiosa revista Sciense, los biólogos Belser y Tumpey (vol. 359, Issue 6373, pp. 255) decían en un artículo sobre el tema: “Sin duda, estamos más preparados en 2018 para una amenaza de enfermedad infecciosa que en 1918. Pero es fundamental recordar que la preparación solo se deriva de un compromiso global para compartir datos sobre aislados virales, apoyar investigaciones innovadoras y dedicar recursos para evaluar el riesgo de pandemia de virus de influenza nuevos y emergentes de reservorios zoonóticos.” Dos años después, pese a esta y otras advertencias, el sistema no ha podido detener su marcha o tomar recaudos.

En una entrevista virtual reciente con un periodista español, el Papa – ese argentino peronista e hincha del Ciclón – termina diciendo: “Dios perdona siempre, los hombres a veces, la naturaleza nunca”.

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