miércoles 11 de diciembre de 2024
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La revolución del 4 de junio de 1943

Es curioso, algunos creen que los peronistas son los barbudos bajando de Sierra Maestra, pero su origen se encuentra en Campo de Mayo. Ahí, el 4 de junio de 1943, con un golpe de Estado en donde se impone el sector más germanófilo que era posible en un mundo donde todos preveían la victoria aliada, más rápida o más lenta. Argentina comenzaba a ir a contramano de la historia.
El Coronel Juan Perón, que había participado en la planificación del golpe contra Hipólito Yrigoyen en 1930, terminó siendo la figurita principal del gobierno militar y concentró más poder que el propio Presidente.
El nuevo gobierno adoptó una neutralidad con un guiño al eje muy claro. “Solo dos meses después, el 26 de julio, la oficina de prensa de la presidencia prohibió la difusión de noticias que afecten la dignidad de Benito Mussolini”, según recuerda Raúl Alfonsín en su libro “Qué es el radicalismo”.
La Iglesia Católica fue otro de los pilares del gobierno, que logró mediante un decreto la destrucción del laicismo de la Ley 1.420 de Educación, y la instalación de la educación católica en los colegios. La promesa electoral -cumplida- era ratificar la derogación de la ley. Las normas obligaron a los padres a informar que sus hijos no iban a ir a clase de Religión (católica), y segregar los alumnos entre católicos o no para dicha educación. En la educación superior los efectos del golpe fueron mayores.
El movimiento reformista que condujo la Universidad entre 1918 fue destrozado en la UBA en una larga noche que comenzó por esas cosas que dan vergüenza ajena: una solicitada. El 15 de octubre de 1943 una serie de personalidades encabezadas por Bernardo Houssay firmaron una solicitada apoyando a la causa aliada en la Segunda Guerra Mundial, y el Gobierno del 4 de junio entró en cólera y dispuso que todos los firmantes de la solicitada fueran cesanteados de los cargos en la administración pública y las universidades. La Universidad de Buenos Aires era dirigida por Carlos Saavedra Lamas, y la de La Plata por Alfredo Palacios, ambos se negaron a entregar las listas de los profesores a cesantear y ambas universidades fueron intervenidas. Tras la intervención fue expulsado Bernardo Houssay y por solidaridad con él renunció Alejandro Leloir. La universidad fue entregada por el ministro Gustavo Martínez Zuviría (un conocido fascista que firmaba como Hugo Wast) a la militancia afín que luego se amoldó al discurso del peronismo pleno del año 1946.
Mi padre contaba con orgullo como había sido reprimido por la policía cuando había ido a festejar la liberación de París en agosto de 1944, para el gobierno no había nada que festejar, el vicepresidente de la dictadura se vanaglorió que en esa ocasión casi no había obreros entre los detenidos en los festejos. Las simpatías eran evidentes.
Fue la primera vez que el vicepresidente, el Coronel Juan Perón, le marcaba el paso al presidente Ramirez y concentraba el poder, todo vuelve en el peronismo.
Es el único golpe exitoso, en términos políticos, de nuestro país que termina conjugando con maestría el poder militar, la iglesia y organizaciones sindicales oficialistas, desplazando para siempre a la izquierda de los sindicatos.
Las organizaciones sindicales entendieron que solo podrían obtener beneficios globales (que tenían gran parte de los trabajadores en esa época) si eran obedientes: “Todos los conflictos laborales deben ser canalizados por la Secretaría de Trabajo. En tanto se procuren agotar las instancias de conciliación, no se podrán declarar huelgas ni paralizaciones, o renuncias, bajo pena de severas sanciones. Mas aún no se dará curso a ninguna gestión conciliatoria, si en el momento de la presentación, ya se han realizado paralizaciones totales o parciales, o existe el anuncio de una realización inminente” (Resolución de la Secretaría de Trabajo 7 de marzo de 1944). “Tendrá reclusión de dos a tres años el que hiciese cesar o suspender el trabajo por motivos extraños al mismo, o provocare tendenciosamente cuestiones económicas, sociales o políticas para entorpecerlo” (Decreto 536, 28 de agosto de 1945).
El peronismo logró separar la lucha por beneficios sociales de la lucha por la libertad, es más: uno debe perder la libertad para que sucedan cosas buenas en materia social. Los beneficios sociales eran dados por el Estado, sin que surgiera ni de un parlamento -porque era una dictadura- ni de los conflictos gremiales o huelgas, porque estaban prohibidas, salían a puro decreto.
Si uno lee lo que hicieron los otros países sudamericanos en ese tiempo ve que hubo más derechos con más libertades, y no fueron valores contrapuestos.
La contraposición entre libertad y conquistas sociales fue exitosa, y aún hoy es caballo de batalla del poder: un parlamento sin debates que cambien la vida a nadie -o que la salven hoy en día- y un oficialismo aplaudiendo el poder que otorga derechos, o los niega.
Un golpe de Estado exitoso construyó un frente político que le diera continuidad en el tiempo, amalgamando sindicalistas, clericales, militares, nacionalistas, radicales y conservadores construyendo poder en forma vertical. Hoy, con el tiempo, se pretende olvidar el origen militar del primer peronismo. Aunque la lógica de un partido construido desde el poder y para darle continuidad al poder -y no desde la oposición para confrontarlo- esté siempre presente en el peronismo e invertido en el radicalismo -un partido surgido para exigir el voto y enfrentar el poder-, esta sigue presente para los radicales.
Tal vez, a tantos años de un golpe de Estado, debiéramos entender que la democracia es el camino para el mejoramiento de la sociedad y que la contraposición entre libertad y beneficios sociales es solo un mal argumento que el peronismo ha construido para quitar libertades.
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