lunes 14 de octubre de 2024
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La revolución de los impresionistas

De pronto, en la historia de la pintura apareció la luz impetuosa, los personajes en movimiento, las calles y sus personajes, los recuerdos de viajes, la perfección del desnudo. Fueron revolucionarios porque sacaron la pintura del atelier, y se comprometieron con la vida, los campesinos, el trabajo rural, los caminos cercanos a las aldeas, los mil oficios que practicaba el hombre. Todo fue en la segunda mitad del siglo XIX.

En la pintura no hay que hacer borrón y cuenta nueva porque el impresionismo aprendió en los museos las técnicas de los grandes maestros, el furor de los pintores flamencos de 200 años atrás.

Era indudable que con el cambio de las costumbres, aparecerían en la superficie los gustos de la floreciente burguesía, las embarcaciones que flotaban en el río o en el mar con una calma extraordinaria. En Europa se comenzaba a vivir con una alegría que no mostraba la pintura anterior plena de ejércitos en guerra, de héroes en las batallas, de generales condecorados, de damas que brillaban en los palacios, pero sin luz, como si estuvieran encerradas.

En el impresionismo priman los juegos infantiles, el reposo en los parques de la gran ciudad, la carrera de caballos, los novios tomados de la mano en la espesura del bosque y solos, los árboles con mil formas en el campo, los desnudos femeninos que desgarraban los prejuicios de la alta burguesía y la Iglesia.

También la llegada de los barcos de pasajeros, los caballos con sus sombras y la de los jockeys, las mujeres cuidándose del sol con grandes paraguas, el burdel y los prostitutas que vio y retrató Toulousse Lautrec, los niños en jardines floridos, los tomadores de cerveza, la mujer que atendía el bar en un espectáculo de Folies-Berger, las mujeres solas en los bares esperando no sé a quién pero con inmensa paciencia, los bailes burgueses en los grandes salones, los pescadores que tomaban el pasatiempo como un hobby persistente.

Fue una nueva generación que se hizo escuchar.

Hoy, las pinturas impresionistas, que también tuvieron repercusión en España (Ignacio Zuloaga y sus pescadores o los niños jugando entre la arena y el mar) y en Italia se cuentan entre las obras de arte más apreciadas y son el orgullo de toda colección pública o privada. La profunda emoción producida por la fuerza de un cuadro excepcional no debe ocultar la evidencia que ni aún la obra más sublime es “absoluta”.

Se califica de “impresionista” a una determinada manera de pintar o dibujar o realizar trabajos gráficos. Algo semejante ocurre también en la escultura (Rodin o el noruego Vigeland), la literatura (Flaubert, Guy de Maupassant, Tolstoi, entre otros).

A principios del siglo XX el historiador de arte Werner Weisbach aseguró en un libro que “el Impresionismo es un problema desde la antigüedad hasta la época moderna.” El impresionismo, así, permitió el surgimiento de nuevas artes plásticas en el siglo XX.

La manera de pintar impresionista apareció como patrimonio común de un pequeño grupo de jóvenes artistas franceses. Las creaciones de artistas como Edouard Manet (1832-1883), Edgard Degas (1834-1917), Claude Monet (1840-1926) Pierre Auguste Renoir (1841-1919) Camille Pissarro (1830- 1903), Alfred Sisley (1839-18999) Frederic Bazille debe (1841-1870), Berth Morisot (1841-1895) deben ubicarse en el centro de gravedad de toda relación sobre los impresionistas. Otros pintores merecerían el mismo status de los ya mencionados. Por ejemplo Gustave Caillebotte (1848-1894), Eva Gonzalés (1849-1883), Paul Cézanne (1839-1906).

La historia del impresionismo sería incompleta sin la obstinada fuerza de los postimpresionistas. Entre ellos Georges Seurat (1859-1891), Paul Signac( 1863-1935), Vincent van Gogh (1853-1890), Henri de Toulouse Lautrec (1864-1901), Paul Bonnard (1867-1947) Edouard Vuillard ( 1868.-1940).

Pero el impresionismo no fue una cuestión puramente francesa, sino también universal, europea. En Estados Unidos, Inglaterra y en Rusia sobresalieron creadores de gran talento.

Pissarro, el más anciano y más el más impertérrito, provenía de una creyente familia judía (sefaradí) del sur de Francia que emigró al Caribe (Saint Thomas). En una escuela de arte comenzó a dibujar temas de la naturaleza y a visitar museos. Abandonó a su familia y después de recorrer Venezuela con amigos, viajó a París para perfeccionarse. En París lo sostuvo financieramente la rama local de su familia. Pintó paisajes en varias localidades en los alrededores de Paris, especialmente a orillas del Sena. Fue padre de Lucien, un pintor que asombró en sus exposiciones en Londres.

Manet comenzó siendo un talentoso pintor neorrenacentista al mismo tiempo que trabajaba como comerciante y se politizó. Le afectaban la” falsa luz del atelier y la pose artificial de los modelos.”. Un día declaró furioso frente a un periodista: “Yo pinto lo que veo, no que los otros quieren ver”.

Viajó incansablemente por Europa. Y amaba España y todo lo que esa península representaba. Manet ayudó a impulsar “la moda española” que siguieron varios pintores estimulados por la esposa de Napoleón III que fomentaba la música, la danza y la vestimenta de su tierra natal. Fue un amigo final del compositor Jacques Offenbach y del poeta Baudelaire.

Degas estaba en la misma condición social de Manet. Prefería el trabajo en el centro de su atelier y en un viaje copió en Italia a los grandes maestros.

Publicado en La Gaceta el 14 de marzo de 2021.

Link https://www.lagaceta.com.ar/nota/884040/la-gaceta-literaria/revolucion-impresionistas.html

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