Sin espacio público no hay democracia
Este escrito está atravesado por la preocupación inmediata que supone el avance de los discursos de las llamadas “Nuevas derechas” en América Latina, las cuales vuelven a desafiar el orden político establecido. Para ello, plantean una serie de postulados:
a- la desarticulación de toda matriz estatal; b- el reemplazo de las relaciones políticas por la mercantilización de los vínculos sociales y c- la eliminación de un espacio público [en adelante E.P.] y común, base esencial para toda sociedad libre y democrática.
El presente artículo está interesado en focalizar la atención sobre la última articulación mencionada, aquella existente entre democracia y espacio público. En esta dirección, y tomando afirmaciones de Isidoro Cherensky (2015), el sentido de este último [E.P.] será diferente según que se entienda a la democracia “como la sociedad con vocación de interrogar los principios constitutivos de la vida común, o bien como un formato de gobernabilidad para la reproducción que asegure la continuidad de la vida –subsistencia y seguridad-…” (p. 133). Dándole un mayor sentido al tema, la esfera pública es el lugar en donde “se libra el debate sobre lo legítimo y lo ilegítimo entre iguales, es decir, sin que nadie ocupe el lugar de “gran juez””. (p. 131). De estas citas se desprende la importancia del E.P., como aquel que sostiene a la representación institucional, pero, a su vez, avanza por encima de ella ya que constituye el sitio de las movilizaciones políticas, de la autorrepresentación de la sociedad, generando así, una influencia sobre el rumbo que pueden adoptar las propias decisiones políticas. De allí la importancia de contar con un E.P. verdaderamente plural y abierto, en donde “se ventilan y se escenifican entre todos y para todos, aquellas cuestiones de interés común” (Rabotnicoff, 1997), ya que si este no existiera no habría oportunidad para que la democracia pueda consolidarse en el largo plazo.
Sin embargo, la mera mención de dicho vínculo no remite a una comprensión inmediata, sino que requiere de algún tipo de precisión. En este aspecto, será interesante revisar los diferentes sentidos que circulan y han circulado sobre la relación E.P. democracia durante las últimas décadas en nuestro país.
Dos modelos de espacio público. Algunas coincidencias riesgosas
Luego de la profunda crisis del año 2001, y ya con el kirchnersimo en el poder, se produjo un retorno de la política como instrumento humano capaz de actuar en la dirección de los asuntos comunes. A diferencia de los procesos de individuación, típicos de la etapa neoliberal, se produjo una irrupción de sectores colectivos postergados y la conformación de nuevas subjetividades políticas que disputan una forma diferente de la distribución de los bienes sociales. Allí, fue configurándose un espacio público vibrante sostenido en una lógica conflictiva entre modelos políticos alternativos. Esta primera referencia se vincula a las teorizaciones formuladas por el argentino Ernesto Laclau (2005) y su defensa del populismo como categoría para comprender la realidad política. Efectivamente, la construcción de identidades políticas constituyó un punto clave dentro de su teorización, las que quedarán determinadas –discursivamente- a través del establecimiento de una frontera que divide al campo social en dos grandes sectores, el pueblo, y aquello de lo cual se demarca: el antipueblo. Estas identidades, no están constituidas por categorías sociológicas, sino que, son construcciones políticas, conformadas simbólicamente mediante la relación de antagonismo.
Sin embargo, con Cristina Fernández se produjo una radicalización de la lógica polarizadora en la cual se asienta esta concepción política; en efecto, la división de la sociedad en dos campos -Nosotros-Ellos-, dejaba poco o nulo margen para el reconocimiento del otro como portador de una voz que debía ser escuchada. El E.P. deja de ser un lugar de diálogo entre los que piensan distintos, para transformarse en un campo de enemistades, de intolerancias y de imposiciones mayoritarias sin mediaciones deliberativas, agravadas por la presencia de un aparato estatal que participa activamente en el sostenimiento de esta visión política.
El correlato de esta concepción impacta también sobre la legitimidad del propio sistema ya que en ese juego de extremos, las leyes y las políticas públicas corren el riesgo de una continuidad en el largo plazo, debido a que terminan siendo elaboraciones de un solo sector social con bajas bases de acuerdo que podrían dotarla de una mayor legitimidad y estabilidad.
Esta primera identificación de E.P. puede diferenciarse de una segunda forma, cuya caracterización general está conformándose actualmente en nuestro país y que ya ha recogido fuertes adhesiones políticas. Ciertamente, la fuerte irrupción de Milei en el escenario electoral, nos conduce a observar su propuesta sobre el E.P., la que se deriva de su concepción económica liberal-libertaria. Un punto clave para comprender este punto pasa por entender cómo se generan los procesos de cooperación social necesarios para toda convivencia. Este punto quedará reflejado en su mirada negativa sobre la regulación del estado en la economía y su preferencia por el funcionamiento del mercado. Apoyándose en autores como Friedman o Von Mises, Milei considera que el estado no podría ser un buen articulador, ya que dada la complejidad del contexto actual requeriría contar con una enorme cantidad de información; asimismo, y aun si pudiera hacerlo, necesitaría “un know-how que es imposible de transmitir”. Por lo tanto, la única forma de llevar adelante un proceso de cooperación social armónico, es dejar que las iniciativas individuales terminen coordinándose “naturalmente”, siendo el sistema de precios el único mecanismo de transmisión de información que tienen los agentes sociales para regularizar sus acciones.
De lo anterior se desprende que el E. P. no es visto como un lugar de cooperación por medio de la deliberación y la participación política, sino que lo hace a través de consumidores emprendedores. En el mismo sentido, puede señalarse un agravante más, dado que los actuales candidatos de las nuevas derechas también plantean un discurso polarizador, aunque aún más radicalizados que los mencionados en relación al kirchnerismo, ya que ahora establecen una frontera entre la política y los políticos tradicionales –“la casta”- los cuales son presentados como los causantes de los males por los que atraviesan los ciudadanos de estos países.
Más acentuado que en el caso anterior, el espacio público no deja margen para dialogar con aquellos que han actuado políticamente. De esta forma, la política se moraliza entre los buenos y puros versus aquellos quienes han sido cómplices de los males actuales y, por eso mismo, es que deben quedar marginados de un espacio común.
Regresar a Hanna Arendt
Pese a las diferencias entre los dos modelos de espacio público presentados anteriormente, debe resaltarse que en ambas situaciones termina instalándose un discurso de la exclusión de una parte, del descarte, de la separación de las voces de los otros, del “no existís”, y en este marco es donde debemos reabrir el interrogante acerca de la perdurabilidad de una democracia sólida, plural y tolerante construida sobre la base de la separación de importantes sectores sociales.
En este sentido, será necesario que puedan recuperarse otras lecturas y otros recorridos culturales que contrarresten estas tendencias dominantes. Son muchos los autores que, a lo largo de la historia, han mostrado una preocupación sobre estos temas. Efectivamente, la idea de la “amistad cívica” aristotélica; las apelaciones de Montesquieu sobre las virtudes cívicas; o las actuales defensas a la democracia deliberativa, tan defendida por Santiago Nino –y Roberto Gargarella-, pueden servir de base para fomentar pensamientos no atados a las lógicas binarias, destructivas de un sentido compartido. En esta dirección, la referencia final estará destinada a la pensadora alemana Hanna Arendt (2015) la que podría constituirse en una base para volver a pensar en otro tipo de espacio político. Específicamente, reivindica ese lugar de la esfera pública como un espacio en donde todos pueden verse y oírse y en donde se logra “la más amplia publicidad posible”. Asimismo, el término público contiene un segundo sentido, en este caso vinculado al “propio mundo, en cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de nuestro lugar poseído privadamente en él”. (p.61). Precisamente, serán estos dos sentidos otorgados los que asegurarán la realidad del mundo compartido entre los hombres, quienes a través de la palabra y de los discursos se muestran ante los otros con ese doble carácter de igualdad y distinción, y es allí en donde reside el verdadero sentido de la pluralidad
Lo interesante de ese espacio es su imposibilidad de quedar definitivamente establecido, ya que en él se produce un lugar de encuentro entre los hombres quienes, a través de sus voces, dan lugar al “nacimiento” de lo que no estaba, al “inicio” y al comienzo de algo que no viene establecido naturalmente, de allí que podamos afirmar que todos somos determinantes en la propia construcción del mismo. Esta es la razón por la cual hemos afirmado la importancia del espacio público concebido de esta manera, solamente desde esta concepción se podrá pensar cualquier proyecto democrático alternativo a los mencionados previamente.
En definitiva, el dilema futuro pasará por discutir las formas diferentes en las cuales puede ser pensado el E. P. o como un espacio abierto en donde todos los hombres -y no solamente una parte-, puedan interrogarse y determinar los principios constitutivos de la vida en común, o como un lugar alejado a esas reflexiones y resueltas por los mecanismos “objetivos” del mercado.
Fuentes utilizadas
Arendt, H. (2015 [1958]). La Condición Humana. Buenos Aires, Argentina: Paidós.
Cherensky, I. (2015). El nuevo rostro de la democracia. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Laclau, E. (2005). La razón populista. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Rabotnicoff, N. (1997). El espacio público y la democracia moderna. México: Instituto Federal Electoral.