domingo 13 de octubre de 2024
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La reconstrucción de la vida trágica de Dardo Cabo

El historiador Luis Alberto Romero recupera, a partir del libro La vida breve de Dardo Cabo, de Vicente Palermo, el recorrido de un peronista singular.

La vida de Dardo Cabo –militante peronista– fue breve e intensa. Su padre Armando, respetado dirigente metalúrgico, integró el grupo de fieles de Evita que condujo la CGT. En 1951, con diez años, Dardo supo del momento culminante del “evitismo”, las milicias obreras y el Cabildo Abierto, del giro político de Perón en 1952, y quizá de las primeras manifestaciones de un peronismo rebelde. 

En 1956 debutó como “hombre de acción”, acompañando a su padre a poner un “caño”. Militó unos años en Tacuara, seducido por la violencia pregnante del grupo, y estuvo entre los fundadores del Movimiento Nueva Argentina, más próximo al peronismo. Hacia 1965 aparece cerca de Augusto Vandor –su apellido le abría las puertas de la UOM– integrando un grupo de seguridad.

Desembarco 

En 1966 dirigió el célebre “Operativo Cóndor”, que izó la bandera argentina en Malvinas, un hecho de gran repercusión y pocas consecuencias. El “héroe loco” –que ya conocía las cárceles– pasó tres años en Ushuaia, donde tuvo tiempo para leer, entre otros, a Jauretche y al padre Castellani. En abril de 1969 quedó libre. Un mes después, Vandor fue asesinado en la sede de la UOM; muchos lo señalaron como su ejecutor.

Cabo se sumó a la vasta movilización política que siguió al Cordobazo, y luego de un par de años, ingresó a Montoneros. No creía en la lucha armada y trató de mantenerse en la militancia de base; fue vislumbrando el final de esa aventura, pero no pudo abandonarlos. En esa situación trágica transcurrieron los últimos años de su vida. 

Aunque no formó parte de la conducción, su nombre y su prestigio lo convirtieron en director de El Descamisado; en 1974 dirigió la Columna Capital y en 1975, más en lo suyo, la organización del Partido Auténtico en Misiones. En abril de ese año entró en la cárcel, que solo abandonó a principios de 1977, para ser ejecutado. Tenía 36 años.

Sobre este personaje, de segunda línea, Vicente Palermo proyecta una hipótesis sugerente sobre el “peronismo plebeyo”, uno de los hilos de la compleja madeja peronista. La expresión recuerda a los actores de la “lucha de clases sin clases” de E.P. Thompson, o a los “rebeldes primitivos” de E. Hobsbawm. En ambos abrevó Daniel James en su conocida reconstrucción de la “resistencia peronista” de 1955 a 1969, en cierto modo afín, aunque en clave más heroica. 

El evitismo

En este caso la línea arranca de Evita y el “evitismo”, pasa por las reacciones obreras de 1954 y, sobre todo, los atentados de 1956, que templaron la fibra del alicaído peronismo y marcaron a los “traidores”, políticos y sindicalistas como Vandor. Pasa por el voto en blanco de 1958, las resistencias al Conintes, las huelgas duras, los programas de La Falda y Huerta Grande… 

El peronismo plebeyo no tiene estructura ni programa sino pasión y acción. Abreva en la ilusión originaria del peronismo: el derecho de todo el pueblo a la felicidad, que para muchos volvería junto con Perón. Acepta la conducción de Perón pero –aquí su rebeldía– reserva al pueblo peronista el derecho de disentir, discutir e incluso desobedecer.

Luego de 1969 la felicidad se convirtió en la esperanza común de una masa social movilizada; el peronismo plebeyo se encontró marchando con muchos nuevos peronistas, con otras lecturas y otras tradiciones, se fundió en el conjunto y se fragmentó. Muchos se sumaron a Montoneros, triunfador en la disputa por la representación del pueblo peronista. 

Esta síntesis, ciertamente simplificada, forma parte de un complejo ensayo político sobre la experiencia peronista hasta 1976, que se presenta intercalado entre los fragmentos biográficos. Para componerlo, Palermo recurre a un truco con prestigiosos antecedentes: Dardo Cabo termina siendo entrevistado por dos investigadores –un politólogo y una historiadora– que en la actualidad han leído los mismos libros que Cabo.

En el diálogo que entablan aparecen muchos temas, ligados de un modo u otro a la vida de un Cabo en condiciones de reflexionar y teorizar acerca de su existencia. Por mencionar solo algunos, se habla de Perón y de Evita, de la esencia del peronismo, el estado peronista, el capitalismo, el papel del discurso interpelante, la justicia y la venganza, la violencia, el crimen y la responsabilidad, José Antonio, los Montoneros… 

Una sombra

Palermo evoca una “sombra terrible” –como la de Facundo en Sarmiento– que le permite saltear lo contingente e ir a lo profundo de la historia y de la política, siguiendo un camino poco convencional. Es un camino difícil, pues eligió volcar libremente sus ideas, sus discusiones, sus dudas, con pocas concesiones a quienes están acostumbrados a textos más sistemáticos. 

A las dificultades de esta suerte de fluir de la conciencia se agrega la de la pluralidad de voces, cuya singularidad no siempre es clara: la de Cabo, la de sus dos entrevistadores –quizá sus alter ego, quizá dos académicos convencionales– y hasta la de un asombroso griego de la antigüedad. El conjunto resultante no es polifónico; más bien semeja un madrigal renacentista. No es una lectura fácil, pero vale la pena hacerla e incluso repetirla, por la riqueza del ensayo, la erudición y sobre todo el sesgo personal y epocal del análisis.

Al final de esta lectura se descubre que logró plasmar una reconstrucción convincente de su personaje y de las circunstancias que le tocó enfrentar, verdaderamente trágicas, pues finalmente todas las opciones, excepto la muerte, le eran inaceptables. El Dardo Cabo de Palermo es un personaje entrañable y conmovedor que, más allá de las teorías, nos lleva al meollo de una vida breve, apasionada y trágica.

Publicado en Revista Ñ el 4 de julio de 2021.

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