viernes 26 de julio de 2024
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1983, y la puerta abierta a la esperanza

Voté por primera vez en 1983. Fue como abrir la puerta hacia un futuro incierto pero esperanzador. Veníamos de una dictadura feroz y, antes de ella, de democracias inestables, como islas chiquitas condenadas a ser devoradas por el oleaje siempre arisco de las Fuerzas Armadas.

Yo tenía 22 años y no era un pibe esclarecido pese a que militaba en el Partido Comunista, donde me habían dado una instrucción política elemental y, ahora lo sé, llena de verdades a medias y contradicciones. La militancia no iba conmigo: implicaba un grado de compromiso (en tiempo) y de disciplina (en ideas) que no estaba dispuesto a dar.

Tampoco estaba dispuesto a obedecer lo que había ordenado la cúpula del Partido: apoyar a la fórmula peronista encabezada por Ítalo Luder. En una módica rebeldía que a nadie le preocupó demasiado (yo no era más que un pichi que revistaba en un local partidario de la calle Del Bañado, en Pompeya), el 30 de octubre de 1983 puse en la urna la boleta de Oscar Alende, de quien se decía que era un hombre honesto y que alguna vez había hecho una buena gobernación, aunque efímera, en la provincia de Buenos Aires.

Sabía que no iba a ganar, pero no me importaba: lo valioso era participar de esa formidable experiencia colectiva que tenía como objetivo construir una democracia fuerte, incuestionable, a salvo de golpistas, torturadores y autoritarios, tuvieran charreteras o no

Puedo enumerar a todos los candidatos que voté en estos cuarenta años. Algunas veces, como en 1983, jugué conscientemente a perdedor. Otras, fui parte de la mayoría ganadora. Zigzagueé de un partido a otro, voté a peronistas, voté a radicales, voté a la izquierda, voté al mal menor, voté al bien mayor, voté en blanco. Lo que no abandoné nunca fue la certeza de que el acto nimio de ir a una escuela, presentar mi documento y meter un sobre dentro de una urna era parte de un contrato básico irrenunciable.

En las elecciones de 2015, Héctor, mi mejor amigo, se estaba muriendo de cáncer. Me pidió que, junto a otros dos amigos del barrio, el Negro y Barba, lo lleváramos a votar. Los cuatro habíamos hecho nuestros primeros palotes en la política en aquel local del PC de la calle Del Bañado y luego cada uno había seguido su propia ruta ideológica.

A Héctor le costaba caminar, la voz le salía sin aire, estoy seguro de que sabía que estaba jugando tiempo de descuento, pero aun así quiso ir, manifestarse, aportar su cuota -mínima pero esencial- al entendimiento colectivo.

Cada vez que vuelvo a votar pienso en Héctor, que murió 45 días después de aquellos comicios. Desde entonces y en homenaje a él, todos los domingos de elecciones, Barba, el Negro y yo nos juntamos a desayunar y a palpitar la jornada cívica sin importar lo que vaya a votar cada uno. Lo que celebramos es que la puerta que abrimos con tanta incertidumbre en 1983, más allá de cualquier crisis, sigue abierta a la esperanza.

Publicado en Clarín el 16 de noviembre de 2023.

Link https://www.clarin.com/opinion/1983-puerta-abierta-esperanza_0_cZklH7Pnix.html

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