Una de las consecuencias de la llamada crisis del petróleo, en 1973, es que en ella se ubica el momento a partir del cual la internacionalización, la interdependencia, la globalización, o como queramos llamarlo, aparece como elemento ineludible para los análisis económicos y sociales.
Robert Keohane y Joseph Nye definieron en Transnational Relations and World Politics: An Introduction, ese modelo de acción, como transnacional. El ámbito internacional ya no le pertenecía con exclusividad al mundo estatal, y otros actores comenzaron a ser protagonistas con aceptada legitimidad.
La economía fue la que más rápido se adaptó y, en aquellos años, se corporizó en lo que se llamaban las empresas transnacionales. El transnacionalismo fue también una práctica habitual entre los grupos de la izquierda radical y armada que utilizaban con habilidad las redes informales para llevar adelante sus planes revolucionarios.
Sin bases fijas, lograban enhebrar vínculos entre grupos y lugares diferentes en un mapa intercontinental cuyos nodos, entre otros, eran la Organización para la Liberación Palestina, la Libia de Khadafi y la dictadura castrista en Cuba.
La actividad transnacional se extendió más allá de la izquierda. Luego de la caída del muro de Berlín, fue la tendencia dominante en la política globalizada.
El efecto boomerang, que definieran Margaret Keck y Katherine Sikkink en el libro Activistas sin fronteras, graficaba la democratización del acceso al ámbito internacional de los actores nacionales. Así, no importaba cuán pequeños, aislados o desempoderados fuera, cualquier grupo podía apelar al mundo para poner límites a Estados nacionales.
Pero los cambios también se observaron en la sociedad, no solo en la reducción de obreros tradicionales y el aumento de trabajadores en el sector servicios, sino en la fragmentación de una política que comenzaba a exigir reclamos sociales como el ambiente, el feminismo o las demandas de más libertades.
Las redes dieron a su vez renovada vida al mundo asociativo y grupos no estatales como el crimen organizado, las redes financieras, los medios de comunicación.
El fenómeno globalizador tomó cuerpo como una crisis de los Estados nacionales que comenzaron a ver mermada la capacidad de intervención de un mercado que dejaba de ser exclusivamente nacional y adquiría otra magnitud.
El Estado de bienestar comenzaba a tener serios problemas y su legitimidad tambaleaba. Esto enmarcó la crisis de representación (que continúa hasta nuestros días) que reflejaba el creciente descontento social con un sistema político nacionalizado que ya no podía dar respuestas a los desafíos globales.
Esto se tradujo en un desafío que requería respuestas innovadoras, que trascendieran las fronteras nacionales e interpelaba al mundo político.
En el documento El mundo no es suficiente. Redes de políticos y luchas por la democracia en América Latina, publicado por Diálogo Político y la Fundación Konrad Adenauer, intento encontrar un sentido al activismo político transnacional.
Para ello enfatizo en tres tipos de estrategia: las redes gubernamentales internacionales, las políticas informales y las políticas transnacionales. Estas últimas, a su vez, dividiéndolas entre redes de activismo transnacional y redes políticas partidarias más allá de las fronteras.
El trabajo parte de una hipótesis transversal que da sentido al conflictivo mapa de la política latinoamericana. El transnacionalismo político actual ha sido traducido con un nuevo sentido por líderes y movimientos, especialmente aquellos pertenecientes a la marea rosa, izquierda del siglo XXI, nueva izquierda latinoamericana o izquierda populista, y sus sucesores. Y ese sentido se ha vuelto dominante.
Esta ola de activismo transnacional fue aprovechada por quienes adhieren a proyectos autoritarios, iliberales, incluso antidemocráticos y vació al movimiento internacionalista de su influencia liberal basada en ideas de cosmopolitismo o de internacionalización de la democracia.
El Foro de San Pablo y los disturbios organizados para deslegitimar gobiernos que no eran de izquierda en Argentina, Chile, Colombia, Ecuador y Perú son solo algunos ejemplos de una ecuación bien coordinada.
Este fenómeno transnacional se sostiene desde un discurso catch all, enunciado hegemónicamente desde el mundo político, académico y cultural, y que combina elementos contemporáneos y del siglo XX con la tradición patriagrandista. A eso se le suman elementos del clásico discurso socialista como Cuba.
Este modelo de nacionalismo regional como base de un renovado activismo político nacional retoma una mirada agonal de la política, ideas antiliberales y un relato antiimperialista, pero al mismo tiempo conservador. Sin embargo, se evidencia también una renovada actividad transnacional de los partidos políticos, en un abanico que supera el universo de la izquierda.
Posiblemente, el resultado más importante sea que las organizaciones transnacionales de partidos (OTP), a pesar de no ser popularmente reconocidas, han crecido significativamente y pueden convertirse en una herramienta muy útil tanto para enfrentar las demandas de sociedades descontentas con la política nacional, como una esperanza para hacer frente a los discursos autoritarios de izquierdas y derechas que hoy se fortalecen en América Latina.
Publicado en Clarín el 4 de octubre de 2023.
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