La política exterior, decía el excanciller brasileño Celso Lafer, es la traducción de necesidades internas en oportunidades externas. No está claro que presidentes con una agenda mística coincidan. Para líderes como Javier Milei, los valores pueden tener primacía sobre las necesidades, que reflejan meros intereses materiales. Esto sería consistente con la concepción de las fuerzas del cielo como más importantes que el número de soldados, su frase bíblica favorita. ¿Qué defiende Argentina en el mundo bajo el gobierno libertario, valores trascendentales o intereses nacionales?
Milei explicitó desde el inicio de su mandato el alineamiento con Estados Unidos e Israel. Esta definición se corresponde con su concepción de Occidente, pero no con la que sostienen los países europeos, Canadá o Australia. Para el presidente argentino, Occidente es una entidad etnorreligiosa: blanca, judeocristiana y nacionalista. Ni Donald Trump ni Benjamín Netanyahu enarbolan valores occidentales clásicos como la universalidad del derecho o el multilateralismo, sino más bien lo contrario: el particularismo nacional o étnico está en primer lugar. Esto no es una crítica, sino una descripción. Al alinearse con esos dos países, sin embargo, Milei no antepone el interés nacional, sino que lo subordina. Hoy en día, Netanyahu tiene orden de captura por el Tribunal Penal Internacional tal como Vladimir Putin, mientras Trump trata mejor a Rusia que a Canadá. Los valores occidentales ya no son lo que eran.
El rug pull lo hizo Trump: tiró de la alfombra y dejó a Occidente patas arriba. Afirmó que celebraría la invasión a cualquier país de la OTAN que no invirtiese suficiente en defensa, amenazó a la Unión Europea con anexarse Groenlandia, prometió recuperar el canal de Panamá, elevó los aranceles contra México y Canadá más que contra China e incluso negoció con Hamás a espaldas de Netanyahu. Con amigos así… Para sus aliados putinistas o euroescépticos, como el húngaro Viktor Orbán, la revolución de Trump es bienvenida. Para quienes lo seguían desde el atlantismo y la defensa de Ucrania, como Giorgia Meloni, la situación es más compleja. Milei administró el conflicto quedándose a media agua: en las Naciones Unidas, Argentina dejó de apoyar la condena a Rusia por la invasión a Ucrania y pasó a abstenerse, mientras Hungría votó en contra (como el nuevo Estados Unidos) e Italia siguió a favor.
El voto en la ONU no es la primera contradicción que surge del alineamiento acrítico. La principal es que Trump es proteccionista por convicción, una creencia opuesta al libertarianismo. La manera de procesar este conflicto fue, para Milei, la negación: planteó que el proteccionismo trumpista no era ideológico, sino instrumental: “Trump no es proteccionista. Utiliza la política comercial como instrumento de geopolítica”. Eventualmente, el libre comercio florecería. Pero no es así que Trump lo entiende. En enero de 2025 hizo un esfuerzo por clarificarlo: “Yo siempre digo que ‘aranceles’ es la palabra más linda del diccionario. Entonces me retaron por divulgar fake news. Me preguntaron: ¿qué tenés que decir sobre el amor, la religión y Dios? Yo respondí: coincido. Pongamos a Dios como número uno, a la religión como número dos y al amor, no sé, pongámoslo como número tres, ¡y después vienen los aranceles! Porque los aranceles nos harán ricos y traerán a nuestras empresas de vuelta”. Quizás Milei interprete correctamente a las fuerzas del cielo, pero su lectura de Trump es poco fiel al original.
Una guerra comercial derivada de la suba masiva de aranceles sería perjudicial para Argentina, y para la región. Las economías sudamericanas, según mostraron los politólogos brasileños Daniela Campello y César Zucco, dependen de dos factores: el precio de los recursos naturales y la tasa de interés internacional. Aranceles más altos en Estados Unidos significan más inflación, y más inflación acarrea tasas más altas. Eso incentiva a los capitales a invertir en los países desarrollados antes que arriesgarse en los mercados emergentes. Y como la política depende de la economía, bajas tasas de inversión implican bajas tasas de reelección. La amistad con Trump puede desbloquear préstamos del FMI, pero su política comercial sobrecompensa para el lado del daño.
En este escenario desfavorable, Milei insiste en firmar un acuerdo de libre comercio con Estados Unidos. A partir de una respuesta de Trump supuestamente positiva pero evidentemente distractiva (“yo consideraría cualquier cosa… Aprovecho para decir que creo que él es fantástico. Es un gran líder, está haciendo un gran trabajo… No tiene que ser sobre aranceles, pero los aranceles son fáciles, son rápidos, son eficientes y traen justicia”), los propulsores argentinos del acuerdo mantienen viva la esperanza. Sin embargo, el representante para América Latina, Mauricio Claver-Carone, fue explícito: “El presidente Trump ha sido muy claro en que no estamos buscando nuevos tratados de libre comercio… Los acuerdos de libre comercio, tal como se conocían en los noventa, esa etapa en nuestra historia terminó. Es mucho más factible un acuerdo de promoción de inversiones que un acuerdo de libre comercio”.
Queda disponible, por descarte, el tratado entre el Mercosur y la Unión Europea, que aún no fue firmado y mucho menos ratificado. De hecho, y más allá del show, aún no se definió siquiera su formato jurídico. La UE se debate entre tres opciones: un único tratado que incluya el pilar comercial y el político, como firmó con Canadá; un tratado con dos pilares que se aprueben separadamente, como el que firmó con Chile, o dos tratados separados, como los que firmó con Singapur. En los dos últimos casos, el pilar comercial ya fue ratificado; el político está hecho para no aprobarse nunca. Es la píldora que las élites europeas les tiran a sus agricultores y ambientalistas para que no entorpezcan lo importante, el libre comercio. Si le garantizan a Milei la muerte programada del muy woke pilar político, podrían convencerlo de no desertar del acuerdo ni abandonar el Mercosur, aunque este organismo esté en animación suspendida.
El faltazo del presidente argentino al traspaso presidencial uruguayo ya no generó ni sorpresa. A esta altura, lo que sorprendería es el civismo. La falta de relación personal entre los presidentes no asegura el fracaso de la integración, porque esta no funcionaba ni cuando los presidentes se llevaban bien. En la concepción de Milei, la región tiene prioridad cero, salvo como punching ball para consumo doméstico. Y las relaciones con los países que le importan las conduce personalmente, o vía embajadores políticos y enviados comerciales. Por eso, la siguiente etapa de su gestión es la jibarización del servicio diplomático mediante el cierre de embajadas, la clausura del reclutamiento y la jubilación o salida anticipada del personal en servicio. Adonde vamos no necesitamos profesionales, masculla el presidente que nombró a su transportista privado como embajador en Estados Unidos y canciller, y a su rabino personal como embajador en Israel.
Publicado en Búsqueda el 13 de marzo de 2025.
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