La política exterior promovida por el presidente de Brasil parece estar enfrentando una coyuntura internacional poco favorable para reposicionar a su país en el tablero regional y global siguiendo la matriz diplomática de sus dos primeros mandatos.
El relacionamiento con los socios latinoamericanos, por ejemplo, no ha logrado aún recuperar el clima de confianza y cooperación del período 2003 al 2010. Tampoco el protagonismo presidencial en temas geopolíticos sensibles estaría contribuyendo a ampliar el margen de maniobra y de atracción internacional del Brasil.
En algunos casos, la estrategia del Palacio de Planalto en asuntos que vulneran principios reconocidos en la Carta de las Naciones Unidas parecería más destinada a desafiar consensos de Occidente o de antagonizar con el orden democrático hemisférico, que a ofrecer alternativas diplomáticas autónomas viables.
En la guerra en Ucrania, por ejemplo, los paradigmas de neutralidad habrían pasado a un segundo plano al endosar la iniciativa de paz de China a la vez de haberse reafirmado la asociación estratégica con Moscú. También al negar apoyo al documento de la Cumbre en Suiza por la paz de Ucrania priorizando, en cambio, la posición pro rusa de los BRICS.
En el conflicto en la Franja de Gaza, la proclamada equidistancia diplomática también habría quedado postergada al acusar a Israel de genocidio ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y haber promovido en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas una resolución condenatoria a Israel que obligo al veto de Estados Unidos.
Las propuestas del presidente Lula da Silva intentando salvar la cara de la dictadura de Maduro tras el fraude electoral o evitando definiciones sobre la grave situación humanitaria venezolana, muestran una posición controvertida que debilita a la Organización de Estados Americanos, afecta la Carta Democrática Interamericana y contradice documentos del Mercosur. La misma flexibilidad se repitió con Nicaragua en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas. La tolerancia con las autocracias permitiría interpretar que la prioridad presidencial pasaría más por la aspiración de lograr un liderazgo en el Sur Global y asegurar ser miembro permanente del Consejo de Seguridad de ONU, que en la defensa de los derechos humanos y la democracia.
A diferencia del 2003 al 2010, la estrategia multilateral también desorienta. Un botón de muestra han sido las formas poco claras de relanzar UNASUR o de intentar revitalizar la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC). También sorprendió el anuncio de asociación con la OPEP en plena cita COP 28 de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático (CMNUCC). Lo mismo, la propuesta que el Nuevo Banco de Desarrollo (NBD) de los BRICS, presidido por la ex Presidente Dilma Rousseff, sea alternativa al Fondo Monetario Internacional.
En las actuales circunstancias internacionales iniciativas del tenor de las promovidas desde el Palacio de Planalto pueden no tener un valor político neutro, incluso para uno de los objetivos prioritarios del Mercosur como es el Acuerdo de libre comercio con la Unión Europa.
Desde esa perspectiva, es de esperar que la diplomacia logre superar desencantos y que Itamaraty pase a tener mayor capacidad de decisión. También que la médula del proceso integrador se fortalezca siguiendo el estilo diplomático que inauguro el Barón de Rio Branco para aspirar a que el Mercosur se transforme en un fenómeno integrador moderno y dinámico.
Publicado en Clarín el 9 de septiembre de 2024.
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