jueves 5 de diciembre de 2024
spot_img

La oligarquía argentina actual

Antiguamente, el principal poder fáctico de la Argentina radicaba en la producción y exportación agropecuaria, de cuya vigorosa influencia económica derivó una clase dominante que, a menudo, actuó bajo la forma de una aristocracia virtuosa, capaz incluso de elevar al país a ser una de las primeras potencias mundiales, pero que, a medida que advertía cómo se diluía su influencia política conservadora debido a su ineptitud para prevalecer, fue devorándose a sus elementos más nobles y abroquelándose en una oligarquía cada vez más retrógrada.

La cartografía del poder real de la Argentina fue transformándose paradójicamente a partir de la avasalladora incidencia de una sutil nueva alianza entre el peronismo y el gran empresariado asociado al Estado, consagrada por el menemismo en los 90, hasta consolidar la forma actual de una nueva oligarquía, con el peronismo kirchnerista cual pivote de los tres factores de poder en el país actual: los políticos y sindicalistas del peronismo (“barones” del conurbano, gobernadores, La Cámpora, sindicatos, grupos piqueteros, etc.) sostenidos por el voto cautivo de masas eternamente marginadas, el “círculo rojo” de los grandes empresarios expertos en “mercados regulados” y proveedores asociados o subsidiados por el Estado y, secundariamente, pues escasean de un ascendiente político decisivo, los productores independientes, principalmente del dinámico sector exportador agropecuario.

Buena parte de los vicios y virtudes que conforman la Argentina actual es producto de este sistema de poder, cuya dinámica esencial consiste, a grandes trazos, en que los dos primeros grupos lucran de las arcas estatales que, a su vez, se nutren ante todo de los aproximadamente 50.000 millones de dólares anuales que exporta el tercero. Algunos de los indicadores sociológicos más reveladores de la existencia de esta nueva oligarquía que domina al país pueden observarse fácilmente en ciertos datos ostensibles de sus formas de vida, como los lugares que habitan, los sitios donde veranean y los institutos donde educan a sus hijos.

Así como en los 90 aquella rancia y esta nueva oligarquía comenzaron a reunirse para compartir alegremente la “pizza con champagne” y la bailanta en las costosas playas de Punta del Este y de Pinamar, los más exclusivos barrios porteños, como Recoleta, Puerto Madero y los countries de lujo, fueron convirtiéndose en sus domicilios favoritos, mientras que Miami, Disneyland y Nueva York son los paraísos donde se los descubre a menudo, y no hay colegio ni universidad de elite donde, irónicamente, no abunden jóvenes pertenecientes a familias “nac & pop”.

Como el calamitoso desempeño durante 30 años de esta clase dirigente reaccionaria está quedando cada vez más expuesto, la cuestión esencial de nuestro tiempo radica, entonces, en identificar y promover las fuerzas virtuosas, creativas y progresistas de nuestra sociedad, acaso latentes pero siempre inquietas, enraizadas en esa laboriosa clase media rural y urbana, cuentapropista y de las pymes, que continúa financiando este esquema con su trabajo y sus impuestos, pero también resistiendo al expolio proveniente de esa casta dueña del Estado, en busca de una dirigencia política que la represente cabalmente y la impulse como mascarón de proa de un nuevo proyecto para la Nación, en el cual las clases más desposeídas no continúen quedando excluidas de este inicuo mapa del poder.

Publicado en La Nación el 28 de marzo de 2023.

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Lucas Luchilo

Algunas cosas que sabemos sobre los estudiantes internacionales (y por qué la propuesta del gobierno es ilegal e inconveniente)

Alejandro J. Lomuto

El cesaropapismo del siglo XXI

Fernando Pedrosa

Latinoamérica, después de Biden, a la espera de Trump