Cómo un levantamiento popular derrocó a Sheikh Hasina
Traducción Alejandro Garvie
En una decisión que habría parecido inimaginable hace apenas unas semanas, la primera ministra de Bangladesh, Sheikh Hasina, puso fin a una década y media de gobierno ininterrumpido el 5 de agosto, renunciando a su cargo y huyendo del país. El ejército, que ha tomado el poder en Bangladesh en varias ocasiones, instó a Hasina a que se marchara cuando un levantamiento popular a nivel nacional amenazaba con abrumar a las fuerzas de seguridad. En escenas surrealistas, los manifestantes deambulaban por las habitaciones de la residencia de la primera ministra en la capital, Dacca, descansando en sus muebles, posando para fotos y robando. Por ahora, los informes sugieren que Waker-uz-Zaman, el jefe del ejército, ha tomado las riendas. Ha prometido formar un gobierno provisional antes de nuevas elecciones, aunque no está claro cómo se pondrá en marcha dicho gobierno.
La caída de Hasina cierra un capítulo de altibajos en la historia de Bangladesh. En las últimas décadas, el país había sido celebrado como un ejemplo de globalización y desarrollo, con una economía que crecía vigorosamente, con ingresos en aumento y varios indicadores sociales que avanzaban en direcciones positivas. Y, sin embargo, todas las buenas noticias ocultaron debilidades persistentes, incluidas las crecientes disparidades económicas, el alto desempleo juvenil y un giro hacia la autocracia bajo Hasina y su partido, la Liga Awami. El descontento con el gobierno y la economía alimentó las protestas que estallaron en Dacca a principios de julio antes de extenderse por todo el país. Como lo ha hecho en el pasado, Hasina reprimió las manifestaciones sin piedad. Las fuerzas de seguridad mataron a cientos de personas en apenas unas semanas, y los grupos de caridad se quedaron solos para recoger los cuerpos no identificados de los manifestantes. Las autoridades volvieron a reprimir una nueva ola de manifestaciones a principios de agosto, matando a 90 personas más. Pero esa carnicería fue la gota que colmó el vaso. La población estaba harta y los bangladesíes inundaron las calles, forzando la apresurada evacuación de Hasina en un helicóptero militar a la India.
Los últimos días de la política bangladesí darán que hablar a los académicos durante años. Revelaron la naturaleza fundamentalmente frágil del régimen de Hasina, que durante tanto tiempo pareció inflexible e inmune al desafío de la oposición, pero terminó derrumbándose en cuestión de horas. Su salida también mina el culto a la personalidad que tejió en torno a su padre, el fundador del país cuyo mandato reivindicó; en medio del tumulto del 5 de agosto, los manifestantes quemaron el museo conmemorativo que Hasina había construido para su padre. Pero lo más importante es que el derrocamiento de Hasina se produjo a manos de una fuerza nunca antes vista en Bangladesh: un movimiento de masas de base no afiliado a ningún partido y, sin embargo, capaz de reconfigurar el panorama político del país. Es inspirador que un auténtico poder popular haya podido acabar con un autócrata aparentemente invencible. Pero un levantamiento popular tan incipiente también trae grandes incertidumbres sobre el día después. Aunque los bangladesíes celebran el fin del régimen de Hasina, también pueden tener motivos para preocuparse por lo que está por venir.
UNA OLLA A PRESIÓN
Hasina, hija del carismático jeque nacionalista Mujibur Rahman (llamado Mujib) que dirigió la guerra de independencia del país contra Pakistán en 1971, fue hasta su dimisión la jefa de Estado del mundo que más tiempo estuvo en el poder. Time y Forbes la han nombrado repetidamente una de las personas más poderosas del mundo. También descrita como “la dama de hierro de Asia” por The Economist, a menudo ha utilizado ese poder para el mal. Desde que comenzó su segundo mandato como primera ministra en 2009, Bangladesh ha caído en picado en varios índices de democracia y medidas de libertad de prensa. Hasina presidió la eliminación de barreras democráticas clave, la restricción de la independencia del poder judicial y la represión de la sociedad civil y la prensa. Los partidos de oposición y los jóvenes de Bangladesh intentaron contrarrestar estas tendencias en varias ocasiones, pero el gobierno de Hasina respondió a esas manifestaciones con mano dura.
El creciente autoritarismo de Hasina coincidió con un empeoramiento de la economía del país. En décadas pasadas, Bangladesh parecía haber logrado un crecimiento económico significativo y se lo consideraba un caso de éxito, pero muchos economistas cuestionan ahora la fiabilidad de las estadísticas proporcionadas por el Gobierno que respaldan esas afirmaciones. Y, sin importar el crecimiento que haya logrado el país, sus beneficios siguen concentrados en los más ricos. El 10 por ciento más rico de los bangladesíes recibe más del 41 por ciento de los ingresos totales del país, mientras que el 10 por ciento más pobre recibe apenas un poco más del 1 por ciento.
El levantamiento popular de julio reflejó la convergencia de dos corrientes de descontento. La primera era la inquietud de los estudiantes por un sistema de cuotas que reservaba el 56 por ciento de los empleos de la administración pública para grupos particulares de personas, incluido el 30 por ciento de todos los empleos de la administración pública para los descendientes de los veteranos de la guerra de independencia de 1971 contra Pakistán. El sistema, que Hasina había desechado en 2018 después de meses de protestas, fue restablecido por el Tribunal Supremo en junio. Los estudiantes exasperados salieron a las calles y sus protestas se intensificaron después de que Hasina los comparara con los Razakars, una odiada fuerza paramilitar que apoyó al ejército paquistaní durante la guerra de independencia. Este comentario incendiario cuestionó su patriotismo, enfureció a los estudiantes y atrajo a más personas a las calles. Para ellos, la cuestión de las cuotas era solo la punta de un iceberg, un símbolo de un sistema en su contra. El desempleo juvenil se ha más que duplicado desde 2010, de alrededor del seis por ciento a más del 15 por ciento. Más del 40 por ciento de los bangladesíes de entre 15 y 24 años no estudian, no tienen empleo ni se están formando para trabajar. Esas realidades llevaron a cientos de miles de personas a sumarse al movimiento. En respuesta, la policía, así como los estudiantes que apoyaban al partido gobernante, atacaron a los manifestantes, lo que exacerbó aún más la situación.
La segunda fuente de descontento, que llevó a miles de ciudadanos comunes a las calles, fue una profunda sensación de marginación económica y política. En los últimos años, el aumento de los precios de los productos básicos, como la electricidad, ha afectado al ciudadano medio de Bangladesh. Mientras tanto, los ciudadanos han visto cómo la corrupción entre los funcionarios gubernamentales no ha disminuido, ya que el gobierno ha ordenado una proliferación de grandes proyectos faraónicos de infraestructura. Los ciudadanos de Bangladesh y los observadores internacionales, incluido el Banco Mundial, están convencidos de que estos grandes proyectos de construcción han permitido una cantidad no pequeña de corrupción, ya que sus costos se han disparado más allá de las estimaciones iniciales. Por ejemplo, el puente Padma al sudeste de Dacca costó el doble de su presupuesto original. Al mismo tiempo, los ciudadanos se sentían cada vez más incapaces de influir en la dirección del país. La última elección plausiblemente libre y justa se celebró en 2008. Desde entonces, Hasina y sus aliados han encontrado formas de poner el pulgar en la balanza a favor de la Liga Awami, su partido gobernante, modificando la forma en que se gestionan las elecciones. Los observadores locales e internacionales también han encontrado muchas irregularidades en la organización de las elecciones en la última década.
Las autoridades también podrían recurrir a la represión brutal. Los informes de los medios de comunicación indican que el gobierno detuvo y torturó a los líderes estudiantiles que encabezaron el reciente movimiento para reformar el sistema de cuotas. Las organizaciones internacionales de derechos humanos habían reunido pruebas de que la policía y otras fuerzas paramilitares utilizaron rifles de asalto AK-47 para dispersar a los manifestantes, en contravención de las Convenciones de Ginebra, de las que Bangladesh es signatario. El gobierno relajó los toques de queda diurnos, permitió la reapertura de las oficinas y restableció gradualmente el transporte interurbano, pero esas medidas no pudieron ocultar el hecho de que Bangladesh había sido testigo de una enorme masacre.
El levantamiento popular no fue organizado ni dirigido por los partidos políticos de la oposición, sino que Hasina recurrió al relato habitual de culpar al opositor Partido Nacionalista de Bangladesh y al partido islamista Jamaat-e-Islami de fomentar las protestas. Insistió en que los “terroristas” habían desatado la violencia. Al culpar a estos grupos, Hasina intentó presentar la crisis interna como una batalla para proteger a un estado laico de las fuerzas islamistas y, de ese modo, convencer a Occidente de que acudiera en su ayuda o se mantuviera al margen. Pero esa táctica no convenció ni a los bangladesíes ni a los socios externos del país.
LA CAÍDA DE LA AUTÓCRATA
Los acontecimientos inmediatos que precipitaron la caída de Hasina comenzaron a desarrollarse el 3 de agosto, cuando los estudiantes celebraron una manifestación masiva en Dacca a la que se unieron cientos de miles de personas de todos los niveles de la sociedad. La manifestación fue un testimonio del hecho de que, a pesar de los cientos de muertes en las semanas anteriores, el gobierno no había sofocado los disturbios. Los manifestantes exigieron nada menos que la dimisión de Hasina. Al principio, ella y los líderes del partido no tomaron en serio las demandas, esperando que los activistas leales a ella, junto con la policía, pudieran reprimir la última agitación. Pero después de las atrocidades de las últimas semanas, los estudiantes convocaron una marcha nacional en Dacca, que atrajo a miles de personas más a la capital y obligó a Hasina a huir.
La velocidad con la que Hasina pasó de ser gobernante de Bangladesh durante mucho tiempo a estar exiliada es sencillamente increíble. Sugiere que el régimen era muy frágil. Las redes clientelistas entre la burocracia y los militares mantenían al régimen a flote, pero el compromiso de estos beneficiarios con el régimen era abismalmente débil. Con el paso de los años, los agentes de poder del país se distanciaron del público y pasaron a depender por completo de las instituciones coercitivas del Estado. No pudieron soportar el desafío del levantamiento masivo que amenazaba con abrumar a esas instituciones.
Hasina se va no sólo con su reputación hecha trizas, sino también con el culto a la personalidad en torno a su padre, que ella había cultivado asiduamente, prácticamente aniquilado. Hasina trató de hacer de Mujib, que fue asesinado en 1975, inmortal en la mente del pueblo y emblemático del valor de su gobierno y el de su partido. Pero ahora que Hasina ha sido expulsada, ese culto a la personalidad ha perdido su poder y no ejercerá la misma influencia sobre la política de Bangladesh.
Lo más notable del fin del régimen de Hasina es cómo se produjo. Bangladesh no es ajeno a la agitación política ni a las manifestaciones masivas. Sin embargo, en gran medida, la disputa política en las últimas décadas ha sido una cuestión de partidos que se movilizan unos contra otros, principalmente la Liga Awami y su principal rival, el Partido Nacionalista de Bangladesh. Esa dinámica no estuvo presente en las recientes protestas. En cambio, de la nada, un movimiento de base, principalmente de jóvenes, surgió para ocupar el centro del escenario político bangladesí. Millones de personas se movilizaron en oposición al gobierno, una escala de levantamiento que ningún partido político podría facilitar. El derrocamiento de Hasina es un momento histórico, una prueba más de que incluso el gobernante más implacable puede mantener a raya a un pueblo descontento sólo por un tiempo.
Sin embargo, en medio del optimismo que ha acompañado la caída de Hasina, hay varias razones para estar preocupados. Los militares ahora dirigen efectivamente el espectáculo, como lo hicieron entre 2007 y 2008. Afirman que se preocupan por los intereses de los bangladesíes, pero en realidad están decididos a garantizar que el Estado trabaje en su beneficio. Sus intereses a menudo son contrarios a los principios de rendición de cuentas. A los militares les gustaría que se mantuviera gran parte del statu quo y no tolerarán reformas importantes; en ausencia de tales reformas, Bangladesh puede terminar en la misma situación en unos pocos años.
Es más que probable que en unos meses los militares logren celebrar nuevas elecciones y un nuevo gobierno civil electo pueda llegar al poder, pero sin un cambio más significativo, eso puede constituir un regreso al pasado. El problema con la amplia y amorfa fuerza que ha derrocado a Hasina es que aún no ha ofrecido una visión clara del futuro más allá de los llamados a un nuevo tipo de acuerdo político. Bangladesh necesita un liderazgo centrado y decisivo para fortalecer su democracia (muy posiblemente mediante una reforma constitucional), para cortar las redes clientelares a través de las cuales opera el Estado y para asegurarse de que las instituciones trabajen para el pueblo. Las energías del movimiento popular pueden disiparse y no lograr guiar al país hacia el cambio que necesita. En un esfuerzo heroico, los bangladesíes derribaron el régimen de Hasina, pero ¿qué surgirá ahora de los escombros?
Link https://www.foreignaffairs.com/bangladesh/remarkable-downfall-bangladeshs-iron-lady