La noche del viernes 14 de junio de 2013 el empresario chino Wang Ying se hizo acompañar de una rutilante comitiva para presentar en la Casa de los Pueblos el proyecto en cinco años, a un costo de 40.000 millones de dólares. El decreto presidencial 840, que le otorgaba la concesión, había sido ratificado 72 horas después por la Asamblea Nacional, y publicado en el diario oficial en idioma inglés, sin tiempo para una traducción decente.
El concesionario también podía confiscar las tierras privadas que necesitara, y tomaría las públicas sin costo alguno. Las reservas del Banco Central quedaban en garantía de cualquier incumplimiento del Estado.
Los congregados aquella noche de gala eran todos estrellas refulgentes del mundo de los negocios transnacionales, como McKinsey & Company, Kirkland & Ellis; firmas de cabildeo profesional, como McLarty & Associates, fundada por Henry Kissinger y Thomas MacLarty, jefe del staff de Clinton en la Casa Blanca. Y también estaba Bill Wild, de la InfiniSource, presentado como jefe del proyecto, quien desde el Two International Finance Center de Hong Kong dirigiría un contingente de 4.000 técnicos y expertos dedicados a elaborar los estudios de factibilidad, un costo de 900 millones de dólares.
Entretanto, una pantalla mostraba un segmento del mapa de Nicaragua con la ruta del Gran Canal marcada en rojo. Solo que el mapa estaba al revés. Poniéndolo al derecho, el trazo marcaba una ruta de 286 kilómetros de largo, capaz de permitir el paso de los megabuques, pero también de convertir al Gran Lago de Nicaragua, parte de la ruta, en un colosal fangal.
En el paquete mágico venían también un ferrocarril interoceánico de alta velocidad, una autopista de costa a costa, aeropuertos internacionales, nuevas ciudades salidas de la nada, complejos hoteleros, áreas de turismo ecológico.
El 22 de diciembre del año siguiente Wang Ying regresó en un avión alquilado, al que había hecho pintar en el fuselaje las siglas HKND, para dar por inauguradas oficialmente las obras.
Wang Ying se calzó el casco amarillo de protección para arrancar simbólicamente la primera de las retroexcavadoras que lucían en fila, listas para empezar a abrir la gran zanja que partiría en dos a Nicaragua. Lo que aquellas máquinas hicieron fue remozar un viejo camino rural. Los equipos eran propiedad del Ministerio de Transportes y Obras Públicas, lo mismo que el casco amarillo que se puso Wang Ying.
Sobre aquel camino, otra vez abandonado, ha crecido el monte. Unas cuantas vacas pastan allí donde hoy deberían estarse construyendo a ritmo febril las esclusas. El impostor ideó la fantasía de sacar a bolsa las acciones de HKND para reunir los 50.000 millones de dólares. Nadie se apuntó a suscribirlas.
En septiembre de 2021 fue expulsado de la Bolsa de Valores de Shanghái, e inhabilitado “para desempeñar cualquier función administrativa en las empresas que cotizan en bolsa durante diez años”, según The Epoch Times.
Actualmente se encuentra desaparecido, y se rumora que huyó a Estados Unidos. Once años después de aquella noche de gala en la Casa de los Pueblos, el régimen ha derogado la ley que amparaba el tratado Ortega-Wang Ying.
El canal interoceánico se disuelve ahora en la bruma de la mentira más colosal inventada nunca en Nicaragua.