Ningún gobierno podía prever que una pandemia global lo obligaría gastar lo que no tenía. Desde respiradores hasta vacunas, hubo gastos imprevisibles y, en muchos casos, impagables. Unos gobiernos quemaron reservas y otros debieron emitir dinero sin respaldo.
Ninguno podía imaginar, tampoco, que el conflicto ruso-ucraniano por Donbass, Lugansk y Donetsk, derivaría en una guerra entre Rusia y la OTAN. Esa guerra causó una sensible escasez de energía, que disparó los precios de los combustibles y la electricidad, obligando en varios países, a subsidiar a industria y hogares.
La inflación que produjeron la pandemia y la guerra se hizo global: economías estables sufrieron alzas imprevistas: Bélgica pasó de 04 por ciento en 2020 a 10,35 por ciento en 2022. Suecia: de 0,5 a 12,3. El Reino Unido: de 0,8 a 10,5 Estados Unidos llegó a 9,1 por ciento: un valor al que no había alcanzado desde los años 80 del siglo pasado, cuando la OPEP había recortado la producción de petróleo.
Los norteamericanos padecen una pérdida de valor adquisitivo. La nafta, por ejemplo, aumentó 59,9 por ciento en un año. En Europa, se recibe 20 por ciento menos gas ruso del que recibía hasta la guerra. Los precios mayoristas de la electricidad y el gas se multiplicaron por 15 desde principios de 2021. En los países subdesarrollados, el aumento del costo de vida puede ser devastador.
El costo de los alimentos en el mundo alcanzó, el año pasado, niveles jamás conocidos. La Organización Internacional del Trabajo sostiene que la inflación global ya está acarreando, en casi todo el mundo, fuertes caídas de salarios. Y el Director-General de la organización, Gilbert F. Houngbo, ha hecho una advertencia: el debilitamiento del poder adquisitivo en los sectores de bajos ingresos —que aumentaría la inequidad y la pobreza— podría provocar rebeliones civiles en diversos sitios. La continuidad de la inflación es desalentadora y, a la vez, estimulante: si 20 por ciento de los países puede contener la inflación, significa que no hay que resignarse a sufrirla.
En cada país, se necesita administrarlas eficientemente, develando las causas locales capaces de potenciar o contrarrestar la inflación mundial. Y dejando lado las ideologías. Las políticas de los países que han dominado la inflación no se relacionan con un único sistema de gobierno: hay entre tales países democracias y dictaduras.
Tampoco los une la misma doctrina económica. Los hay neoliberales, socialistas y populistas. Esta es una lista de los diez países probablemente más exitosos en la lucha contra la inflación (2022): Hong Kong 1,2 Bolivia 1,41 Seychelles 2,1 China 2,1 Arabia Saudita 2,2 Omán 2,4 Vietnam 2,86 Suiza 2,9 Ecuador 3,38 Taiwán 3,39
Lo mismo ocurre con los países de mayor inflación. No siguen todos un mismo sistema. Esta es una lista de los diez países que probablemente hayan sido los que más dificultades han tenido para controlar la inflación (2022): Venezuela 1.198,0 Sudán 340,0 Líbano 201,0 Siria 139,0 Suriname 63,3 Zimbawe 60,7 Argentina 51,2 Irán 35,2 Etiopía 33,0
(Otras tablas pueden diferir de las que acabamos de ver. Los rankings varían según las fechas en que se los construye y el método usado para que los datos de los distintos países, que son heterogéneos, se vuelvan comparables. Sin embargo, las diferencias son limitadas: casi todos los países que figuran en estas tablas, figuran en cualquiera).
La inflación alta puede frenar el desarrollo económico y derivar en una crisis financiera. Detener el proceso requiere, ante todo, un análisis sistémico de diversos factores: entre otros, el nivel de reservas, las relaciones económicas internacionales, la estructura productiva, el grado de inversiones, el ritmo de productividad, el circulante y los activos intangibles.
Las herramientas a utilizar en una política antiinflacionaria son las monetarias y las fiscales. Sin prejuicios ni rigideces. Pero falta resolver una contradicción: toda estrategia antiinflacionaria implica reducir la demanda; esto es, que la gente pierda, siquiera transitoriamente, parte de su poder adquisitivo.
Puede que ese recorte sea a la larga beneficioso (“hambre para hoy, pan para mañana”), pero agregado a las penurias ya causadas por la inflación, puede provocar cólera y rebeldía social, lo cual atenta contra el éxito de cualquier estrategia. Se necesita una política fina y compleja para estabilizar la moneda sin crear más pobreza.
Eso obliga a hacer malabares con el gasto público, los impuestos, los incentivos, las tasas de interés y el crédito. Y hacerlos lo antes posible. Los planes anti-inflacionarios pierden eficacia con el paso del tiempo y hasta llegan a ser contraproducentes. Algunos países han recurrido a políticas de shock:
– Caja de conversión: sólo se puede emitir dinero respaldado con activos externos.
– Se iguala el valor de la moneda nacional al del dólar, el euro o el oro.
– Dolarización parcial: se permite usar tanto la moneda nacional como el dólar.
– Dolarización total: desaparece la moneda nacional, sustituida por el dólar.
Estas medidas extremas son capaces de terminar con la inflación en poquísimo tiempo, pero su continuidad puede causar recesión y desempleo: restringen las posibilidades de exportar e inundan el mercado interno de productos extranjeros. Sea progresivo o de shock, un plan anti-inflacionario requiere una excepcional pericia en los economistas de los gobiernos y un fuerte poder político.
Publicado en Clarín el 12 de febrero de 2023.
Link https://www.clarin.com/opinion/inflacion-mundial-remedios_0_SaerqMXUo3.html