miércoles 4 de diciembre de 2024
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La hora de empezar a hablarle claro al electorado

Como en los brindis de fin de año, la presentación oficial de las candidaturas para una próxima elección invita a abrir una nueva esperanza sobre el futuro, por más negro que sea el presente. Los partidos y los candidatos podrán empezar, al fin, a hablarle al electorado y trazar algún horizonte venidero.

Es probable que estos últimos meses hayan sido el período de mayor distancia entre la ciudadanía y la política en toda la experiencia democrática del país.

Un internismo impúdico y a cielo abierto puso en primera plana la autorreferencialidad de la política, en un contexto económico y social que contrasta escandalosamente con las peleas intestinas tanto en el gobierno como en la oposición.

No hay que ser ingenuos: en política la ambición de poder puede ser una virtud, y las peleas por las candidaturas son el principal motor de la vida interna de los partidos políticos en todo el mundo. Sin embargo, el espectáculo que ha dado la política argentina hasta la semana pasada fue el de una decepcionante telenovela de baja calidad.

Durante estas últimas semanas estuvo a punto de romperse el sistema político argentino. Una de las pocas fortalezas políticas con las que podemos estar (por así decirlo) satisfechos es la estabilidad de la estructura de la competencia política: peronistas (hoy en el gobierno) y no-peronistas (hoy en la oposición), con alternancias posibles y medianamente previsibles.

Por supuesto que nunca la realidad es tan rígida: también hay no peronistas en el gobierno, y peronistas en la oposición. Es más, quizás la crisis argentina haga que tarde o temprano esa divisoria hasta ahora fundamental pierda sentido o se convierta en una traba para trazar nuevas perspectivas.

Pero desde una perspectiva sistémica, se estuvo muy cerca del riesgo alto del estallido tanto del Frente de Todos (o su nueva denominación) como de Juntos por el Cambio, a causa de las disputas personales de sus líderes.

En tal caso, con un sistema político más fragmentado, más inestable, y por lo tanto menos predecible y más débil, la perspectiva de lograr acuerdos sobre las reglas de juego, sobre las bases a partir de las cuales construir las famosas políticas de Estado, o de evitar liderazgos mesiánicos, se hubiera hecho mucho más difícil aún.

Sin embargo, en el último minuto ambas coaliciones se mantuvieron unidas, y juran ahora que, pase lo que pase en las PASO, seguirán de esa forma para poder gobernar en el próximo mandato. A pesar de que siempre los cierres de listas generan injusticias (buenos políticos quedan afuera para premiar a dudosas novedades), finalmente se optó por una saludable estabilidad.

En el colmo de la desprolijidad, Unión por la Patria finalmente nominó una fórmula en teoría potencialmente más competitiva que cualquier otra del espacio, pero que no está exenta de riesgos. Si bien Massa es muy conocido en todo el país, no solo es socio y ministro del gobierno actual, de bajísima reputación, sino que la inflación y la pobreza, dos áreas verdaderamente urgentes y traumáticas, están bajo su mando desde hace casi un año sin mayores resultados.

Es cierto que su peso específico y su racionalidad en la cartera frenaron el suicidio del gobierno y evitaron un vergonzoso helicóptero que se esperaba de un momento a otro. Sin embargo, la candidatura de Massa implica un altísimo costo emocional para el kirchnerismo, cuyo tan mentado “proyecto” parece haberse evaporado con el consentimiento de la propia Cristina, en un rapto de supervivencia pragmática.

Aparentemente ella proyecta una base de operaciones en el Conurbano de la Provincia de Buenos Aires y en algunos parlamentarios, pero no mucho más. Si Massa gana las elecciones, tendrá muchos más incentivos y más recursos para no admitir, como hizo Alberto, la tutela de Cristina. Pero al mismo tiempo, probablemente a Cristina le quede todavía algún poder de daño sobre la Casa Rosada. ¿Se tratará del tan esperado y tradicional recambio del liderazgo en el peronismo? Las urnas y el tiempo lo dirán.

En Juntos por el Cambio el temblor se debió al PRO, que llevó la tensión hasta el límite, también en el marco de la disputa por el liderazgo, plagada de acusaciones sobre la paja en el ojo ajeno.

La UCR en cambio, y con la paciencia china que le da la longevidad, optó por continuar con su estrategia de acumular poder y recursos diversificando su presencia en un resignado segundo plano. Expertos en supervivencia, los radicales vuelven a poner en riesgo la unidad del partido a la espera de una candidatura más potente (quizás la del propio Manes en un futuro), o de un escenario más favorable.

Por su parte, la novedad del momento, La Libertad Avanza, hizo malabares y opacos acuerdos con la casta para ocupar todos los lugares en las listas, por lo que cabe preguntarse, si llegara a ganar, cómo se relacionaría con el Congreso y cómo completaría los miles y miles de cargos de gestión y técnicos que son necesarios para controlar mínimamente la administración pública nacional.

Ahora bien, terminado el festival de intrigas y agresiones privadas y públicas que trajo consigo esta batalla por las candidaturas, quizás llegue el momento de apaciguar los ánimos y tratar de entender lo que está pasando en el electorado. Con Cristina (supuestamente) corrida de la escena electoral, la crispación política argentina pierde su principal fuente de energía.

La minoría intensa que polarizaba contra todos y todas se verá forzada a emigrar o a recalcular. Quedará por verse si la otra cara de la moneda, es decir la radicalización antikirchnerista, se refuerza frente a esta debilidad, o si sobreviene un tiempo de mayor responsabilidad y mesura para salir de la crisis. No me refiero tanto a la campaña electoral, que durará lo que un respiro, sino a las características del próximo bloque histórico de la Argentina.

Publicado en Clarín el 29 de junio de 2023.

Link https://www.clarin.com/opinion/hora-empezar-hablarle-claro-electorado_0_kprhIASxRy.html

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