El domingo próximo se llevará a cabo la segunda vuelta de la elección presidencial entre el diputado por la Región de Magallanes, Gabriel Boric y el ex diputado y ex candidato a presidente, José Antonio Kast. El primero lleva una leve ventaja en un país que expresa el hartazgo del modelo conservador y la esperanza de construir una sociedad inclusiva.
Chile salió a la vida democrática en forma rezagada con respecto a sus vecinos y lo hizo bajo la tutela del dictador saliente, Augusto Pinochet, quien hasta impuso una nueva Constitución Nacional, aún vigente. Los 20 años de gobierno de la Concertación y la alternancia con el Independiente Sebastián Piñera sumieron en el descrédito a la democracia, en tanto ese tándem no logró resolver los grandes problemas de desigualdad de esa sociedad.
Pero el descontento estalló varias veces hasta que alcanzó su pico en 2019 con un verdadero terremoto social al que le siguió la pandemia, otro elemento que, como en casi todas partes del mundo, puso al desnudo las desigualdades.
Dice la antropóloga Sonia Montecino a la BBC, “en Chile, el experimento de un mercado salvaje ha tenido como resultado una precariedad extrema, la aparición de lo que se ha denominado justamente ‘precariado’.”
De esta manera, la polarización actual es extrema, irreconciliable, en una grieta más ancha que en la Argentina. Porque Kast –hijo de padre nazi– carga con todos los males del pinochetismo y de la hipocresía católica. En tanto que Boric es la encarnación amenazante del comunismo.
Sin embargo, en el último debate televisivo de campaña, ambos se esmeraron por atemperar sus discursos radicalizados con la evidente intención de captar los votos de los indecisos que, por lo general, se inclinan por posiciones más conciliadoras. Esto no evitó las chicanas, ni borra la certeza de que Kast formó parte de la campaña del plebiscito en 1988 para la continuidad de Pinochet, o como dijo Boric: “Nuestro contrincante a la presidencia sigue reivindicando la dictadura de Augusto Pinochet, y es la continuidad reforzada del presidente que le declaró la guerra a su propio pueblo, que es Sebastián Piñera”. Kast es el último recurso de la “restauración conservadora”, seriamente herida con el estallido social de octubre del 2019.
Es claro también que Boric sintoniza con los cambios que están en la base del estallido y que afectan la calidad de vida de la mayoría de los chilenos y sobre todo de las chilenas cuya lucha esta encarnada en el colectivo “Las Tesis” y que explica que la actual Convención Constituyente que se prepara para reemplazar la Constitución pinochetista este presidida por una mujer mapuche, Elisa Loncón y que la misma asamblea muestre una absoluta paridad de género.
Sin embargo, ambos candidatos reivindicaron el proceso de transición democrática –en la que mucho tuvo que ver la acción política de Raúl Alfonsín como faro democrático de la región– como un piso común que evita el peligro de alguna aventura totalitaria.
A partir del domingo que viene, la gobernabilidad del país y la suerte de la democracia va a depender de la capacidad de acordar. Por un lado, los cambios culturales –matrimonio igualitario, los derechos de la mujer, de las comunidades originarias, etc.– seguramente quedarán consagrados en la nueva Carta Magna y deberán ser aceptados por la elite conservadora chilena. Por el otro, las aspiraciones reformistas y de cambio económico perseguidos por partidos de la coalición que apoya a Boric, deberán atenuar sus pretensiones en aras de un nuevo Chile posible.
De lo que no cabe duda es que el cambio es necesario y que el camino a la igualdad requerirá, más temprano que tarde, tocar los mismos intereses que derrocaron a Salvador Allende en 1973.