miércoles 11 de diciembre de 2024
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La guerra que iba a ser breve, en nuevo escenario 30 meses después

Se cumplen este sábado, 24 de agosto, dos años y medio de la invasión de Rusia a Ucrania. Esa incursión provocó una guerra que en principio se esperaba que fuera breve y probablemente favorable a Moscú. Treinta meses más tarde, la situación está en un escenario hasta hace muy poco inesperado y nada hace prever que el desenlace esté próximo.

Ese nuevo escenario es el de una Rusia vulnerable en su propio territorio, con el consecuente cuestionamiento del liderazgo de su presidente Vladimir Putin, pero también el de una posible fisura entre la Ucrania de Volodimir Zelenski y sus aliados occidentales por el temor a una eventual escalada que extienda la geografía de la conflagración.

Zelenski sostiene que la sorpresiva ofensiva ucraniana en territorio ruso, iniciada a comienzos de este mes, demuestra que él tenía razón cuando postulaba que el uso de armas de largo alcance –que Occidente le había sumistrado pero con la condición de que no las utilizara– iba a ser determinante para debilitar la intervención rusa en suelo ucraniano.

“Todo el concepto ingenuo e ilusorio de las llamadas líneas rojas con respecto a Rusia, que dominó la evaluación de la guerra por parte de algunos socios, se desmoronó estos días en algún lugar cerca de Sudzha”, la ciudad del oeste de Rusia que tropas ucranianas tomaron la semana pasada, dijo Zelenski a los embajadores ucranianos en un discurso publicado este lunes.

Hasta hace pocos meses, Estados Unidos había impedido que Ucrania usara para atacar a Rusia el armamento que le suministró, bajo el argumento de que ello podría generar una escalada del conflicto que involucrara al resto de Occidente. La reciente autorización de la Casa Blanca fue limitada al ataque de objetivos militares dentro de Rusia cercanos a la frontera con Ucrania.

Pero Zelenski fue más allá y así lo reconoció en su mensaje a los diplomáticos, en el que afirmó que ocultó a sus aliados occidentales el plan para el reciente ataque en territorio ruso, en la suposición de que algunos de sus socios iban a objetar la operación porque esta iba a trasponer “la más estricta de todas las líneas rojas que tiene Rusia”.

Poco más de dos semanas después de la incursión ucraniana, las tropas de Kiev controlaban más de 70 localidades y una ciudad en Rusia, en una superficie de 12 kilómetros de profundidad y 40 kilómetros de ancho, lo que obligó a desplazar a más de 120.000 personas, según admitió el gobernador ruso de la región. Sin embargo, no lograron alejar a las fuerzas rusas de sus principales objetivos en el este de Ucrania. De hecho, Moscú continuó reportando avances en esa zona. No obstante, la hasta ahora débil respuesta de las fuerzas rusas en su propio territorio entusiasma a Zelenski.

El influyente diario estadounidense The New York Times dijo que el discurso de Zelenski a sus embajadores representa uno de los puntos más altos en sus frecuentes críticas a sus aliados occidentales. Desde la invasión de febrero de 2022, a menudo el presidente ucraniano exhortó a sus socios a que lo ayudaran de modo más concreto, tanto en el suministro de armas como en las decisiones estratégicas sobre el conflicto, pero no había actuado sin el acuerdo de ellos.

De acuerdo con el periódico, esas declaraciones de Zelenski expresan “la frustración que se ha ido acumulando en Kiev, donde muchos funcionarios consideran que las potencias occidentales, temerosas de una escalada de los combates, se han cuidado de ofrecer la ayuda justa para evitar que Ucrania pierda ante Rusia, pero no la suficiente para permitirle ganar realmente la guerra”.

No parecen excesivas las prevenciones de Occidente. Más allá del entusiasmo de Zelenski, no es seguro que la reciente incursión ucraniana en Rusia vaya a determinar una resolución de la guerra, ni mucho menos que esta se produzca en un breve lapso.

Aun cuando fuera cierto que la última movida de Kiev desconcertó al Kremlin y puso bajo cuestionamiento a Putin, Rusia no dejó de tener la capacidad bélica que ya tenía y, si su crisis política se profundizara y el presidente cayera, las alternativas de sucesión a la vista no auguran un futuro conciliador.

Según fuentes de inteligencia rusas citadas esta semana por el diario La Nación, la operación de Ucrania representa “un fracaso político-militar” de Moscú que hizo “estallar en mil pedazos” la “omnipotencia” de Putin, lo que llevó a “ciertos allegados” a sugerirle que se retire del poder. La explicación es que Putin impuso a los rusos un régimen autoritario a cambio de seguridad, y que esta es percibida en riesgo a partir de los recientes ataques ucranianos.

Quienes aconsejan a Putin son los llamados siloviki. Esta palabra, que comenzó a utilizarse en la década de los 90, define a los hombres fuertes, aquellos que tienen formación militar, policial o de inteligencia, y acumularon poder y dinero. Putin es uno de ellos.

Cuesta imaginar que si Putin dejara el gobierno en medio de una crisis política interna y una guerra, la solución institucional provenga de elecciones libres y competitivas, e incluso, si las hubiera, si se impondría una perspectiva sustantivamente diferente de la actual. Aun cuando la imagen y el liderazgo del presidente se deterioraran al extremo de tener que abandonar el Kremlin, no hay indicios de que pueda arrastrar consigo a los siloviki, cuyo poder de influencia parece intacto.

Rusia podría entonces pasar a ser gobernada por otra figura tan nacionalista y belicista como Putin y con menos obstáculos a la corriente partidaria de recurrir al uso de armas más letales y, eventualmente, de atacar objetivos en los países que suministran armamento a Ucrania.

En esa eventualidad, podría suceder que la transición provocara una crisis de seguridad que por algún tiempo distrajera a las tropas rusas en el restablecimiento del orden interno, pero difícilmente ello pueda posibilitar una resolución de la guerra a favor de Ucrania.

Y difícilmente todo esto sea ignorado por Estados Unidos, la Unión Europea y la OTAN, que, por lo tanto, seguirán tratando de mantener un delicado equilibrio para evitar males mayores.

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