viernes 19 de abril de 2024
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La guerra de los circuitos integrados

Los “chips” son el centro del control geopolítico del orden mundial y, por lógica, una fuente de tensión entre Estados Unidos y China, agravada por la administración de Donald Trump y exacerbada por la pandemia.

Se les siguen llamando “chips” a pesar de su tamaño. Hoy un circuito integrado con 40 millones de componentes cabe en un nano componente más delgado que un cabello. Miles de millones controlan electrodomésticos, equipos médicos, comunicaciones, computadoras, fábricas y automóviles y siguen siendo la herramienta que está en la cúspide de la innovación mundial.

EE.UU. controla el 48 por ciento de la producción mundial de chips, con 8 de las 15 firmas de semiconductores más grandes del mundo radicadas en su país. La amenaza de China a su supremacía ha introducido la geopolítica en esta enorme industria.

La política de control de exportaciones de chips o semiconductores por la administración Trump comenzó con el cese de la cooperación entre las industrias de ese país y las chinas Huawei y Semiconductor Manufacturing International Corporation (SMIC), ante lo cual Pekín se propuso lo mismo que con todo el resto de las industrias de vanguardia: lograr la autosuficiencia en semiconductores para 2030.

En 2019 y 2020, el Departamento de Comercio Exterior aplicó sendos paquetes de restricciones a las exportaciones de semiconductores que han perjudicado a los fabricantes de chips chinos, así como a fundiciones (así se denominan las fábricas de chips) globales que cooperan con empresas chinas, vedando el acceso a equipos y software de producción de semiconductores fabricados en Estados Unidos. Estos bloqueos han limitado seriamente la capacidad de China para el avance tecnológico, en momentos en que su matriz energética vira hacia las energías renovables, predominantemente eléctricas.

La llegada de Joe Biden al gobierno abrió una expectativa de cambio. Sin embargo, su comportamiento, hasta la fecha, sugiere que la dirección general del control de las exportaciones de EE.UU. será la misma que la de su antecesor.

Aunque China se está poniendo al día en términos de fabricación, todavía afronta serias dificultades para dominar las herramientas de producción especializadas que son esenciales para desarrollar chips de alta gama y que actualmente están hegemonizadas por empresas norteamericanas y japonesas.

A pesar de su efectividad para frenar el auge tecnológico de China, el enfoque de bloqueo masivo de Trump ha incurrido en costos económicos para esa industria. Las empresas estadounidenses de semiconductores como Intel, Qualcomm y Broadcom han sufrido grandes pérdidas como resultado de la prohibición, dados los considerables ingresos que obtenían del mercado chino. Sus directivos han expresado que la prohibición de las exportaciones afectará negativamente la investigación y el desarrollo y la innovación tecnológica.

Pero las corporaciones no se limitan a protestar. A medida que se intensifica la guerra tecnológica, los proveedores mundiales de chips buscan eludir los controles de exportación de EE.UU. reubicando partes de la cadena de valor para abastecer el mercado chino continental. Este tipo de “desamericanización” impulsada por el capital global requeriría la presión diplomática del departamento de Estado para impulsar a los gobiernos aliados a llevar a cabo una intervención administrativa o política. Algo nada fácil para países como Taiwan, Corea del Sur, Israel y Países Bajos que producen para China esos preciados elementos.

Por el lado del gobierno de Biden, la adopción de “controles de exportación específicos”, como una sofisticación de la política de Trump también ha sido defendida en un extenso informe elaborado por la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial, un grupo asesor de la Casa Blanca dirigido por Eric Schmidt, ex director ejecutivo de Google y un importante recaudador de fondos para la campaña de Biden.

El informe identificó varias empresas chinas y laboratorios gubernamentales que dependen de chips avanzados, hechos con herramientas estadounidenses, para construir supercomputadoras, que podrían tener aplicaciones para desarrollar armas modernas y un sistema de seguridad nacional avanzado. Hacia allí apuntan las restricciones.

Ante esta realidad, China que sólo produce el 30 por ciento de lo que necesita y está una generación atrasada en chips de alta gama, no se quedará de brazos cruzados y apelará a su renovado potencial de mercado, junto con su importante y creciente influencia geopolítica.

Hoy, las empresas chinas no pueden competir con rivales de primer nivel debido al acceso limitado a equipos y software de fabricación especializados. Cuellos de botella adicionales, como la falta de talento e innovación en la industria, dificultan el desarrollo de una cadena de suministro autosuficiente.

En definitiva, es notable cómo los chips son un elemento que representa la fuerte dependencia mutua de las dos potencias: todas las grandes empresas tecnológicas chinas dependen de chips estadounidenses e inmensos recursos chinos han alimentado a las firmas norteamericanas para poder mantener aceitada la maquinaria de la innovación.

Mientras tanto, en un mundo azotado por una pandemia que ha acelerado la necesidad de mayores y mejores comunicaciones para el trabajo remoto, los chips escasean. La industria automotriz carece de chips para montar sus automóviles. Ferdinand Dudenhöffer, del Center Automotive Research, un grupo de expertos alemán, estima que los cuellos de botella afectarán la producción mundial en 2021 en 5,2 millones de autos. No obstante, esa industria sólo consume el 10 por ciento de los chips mundiales.

La guerra de los chips vuelve a abrir el debate por la viabilidad de la libertad de comercio en un mundo en que su principal impulsor global, los EE.UU., ha roto esa regla frente a un rival que ha hecho de esa libertad lo mismo que el yudoca. Pero en este tema como en el del combate contra la pandemia es claro que los mejores resultados se logran con la cooperación y la solidaridad, dos categorías que se desvanecen cuando lo que prevalece es un sistema mundial basado en la competencia.

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