A 45 años del último y más atroz golpe de Estado en la Argentina hay cosas que todavía se discuten. Detrás de esas argumentaciones negadoras están quienes no trepidarían un segundo en volver a repetir la historia.
El último libro del gran escritor cubano Leonardo Padura, “Como polvo en el viento”, vincula a su país y la Argentina en varios pasajes de la trama. Uno de ellos es a través de unos personajes que en 1996 huyen de la isla, que pasaba por el “Período Especial”, y se exilian en Buenos Aires. Comentan en una carta dirigida a unos amigos que han quedado en La Habana lo que ven y saben de una ciudad fascinante. Y no pueden comprender –ellos que escaparon por miedo– cómo en la Argentina se vivió el terrorismo de Estado. Simplemente no lo pueden concebir: “¿Te acuerdas de la película Hay unos tipos abajo, la de Luis Brandoni, en la que hay unos hombres que no se sabe quiénes son y que el protagonista, que no ha hecho nada, los ve debajo de su casa y se caga de miedo porque piensa que vienen a llevárselo preso? Pues ese miedo que existió aquí nos da miedo por lo que fue, pero a la vez nos reconcilia con los miedos de allá, que ahora nos parecen nada en comparación con los de acá”, reza la página 368.
Uds. dirán que es una ficción, pero una ficción que condensa y retrata los peores años de la historia de nuestro país. Ficción también es “La historia oficial”, la película de Luis Puenzo que ganó un Oscar en 1985 mostrando lo que hacía pocos años había ocurrido en nuestro país: las desapariciones, la destrucción de la industria, el vaciamiento del país, el reinado de la valorización financiera, el individualismo como epítome de la libertad.
So pena de herejía –Herejes, otro gran libro de Padura– la mismísima biblia es una ficción, un relato lleno de hipérboles y parábolas sobre un origen posible de la humanidad y no por ello han dejado de tenerse por verdades rectoras de la conducta de Occidente.
En la misma línea, 30.000 desaparecidos también es una ficción que patentiza el horror de la última vez que el proyecto neoliberal pudo jugar su carta militar en nuestro país. La última vez que pudo matar a nuestros jóvenes como quiso hacerlo con los jóvenes militantes radicales en los ’80 o querría hacerlo ahora con los jóvenes militantes peronistas.
Quienes cuestionan la cifra de 30.000 desaparecidos deberían cuestionar La historia oficial, la biblia y otras ficciones que por su potencia se inscriben en la cultura, como el Facundo, el Martín Fierro y toda una serie de ficciones que son fundamentales para sostener nuestros valores comunes. Ese cuestionamiento no es inocente. Quien cuestiona la biblia lo hace porque no tiene fe, porque no cree en ella y porque no comparte los valores de los que sí creen en ella. Discutir si Moises dividió las aguas del Mar Rojo es una trivialidad para descalificar la obra en su conjunto. Lo mismo ocurre con los 30.000 desaparecidos. Quien discute el número discute un detalle del hecho para terminar desacreditándolo.
Quienes vivimos la dictadura no olvidaremos jamás el terror y no nos cansaremos de advertir que hay muchas fuerzas trabajando en contra de la democracia para desacreditarla, aquí y en el mundo de hoy, como a los 30.000 desaparecidos.