lunes 30 de diciembre de 2024
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La escuela, ante la exigencia del cambio cultural

Hace unos años, Irene Vallejo publicó un libro maravilloso titulado El infinito en un junco. La invención de los libros del mundo antiguo. Se trata de una historia de la escritura y de su derrotero hasta la aparición del libro. Es también un relato que da cuenta del transcurso lento de los cambios y de las resistencias e inconvenientes que generan las transformaciones culturales. En un momento la autora hace referencia a Sócrates, al que rescata a través de los diálogos de Platón, para darnos a conocer su posicionamiento ante la escritura. Para alguien que filosofaba y para el cual el conocimiento era el resultado de su propia reflexión, la aparición de la escritura amenazaba su condición de sabio ya que, según él, el registro del pensamiento era expropiatorio para aquel que lo producía. Para Sócrates, la escritura haría que los hombres se creyeran falsamente sabios aunque en realidad no supieran nada, ya que ningún conocimiento les sería propio. 

Es asombrosa la similitud de esta reacción de Sócrates a la que actualmente registramos en nuestro entorno y a veces en nosotros mismos frente a la transformación digital. Dos ejemplos inquietantes. Según las últimas pruebas PISA, que miden el rendimiento de estudiantes de 15 años en diversos países del mundo, los casos europeos, hasta ahora las primeras posiciones, han retrocedido con relación a diez años atrás. A pesar de que han aumentado las inversiones, estas no se han traducido en un mejoramiento de los aprendizajes. 

Al mismo tiempo las mediciones de coeficiente intelectual que se realizan desde 1935 y que han ido siempre en ascenso se han detenido e incluso comenzado a declinar. Un estudio publicado en la revista Intelligence utilizó una prueba online para analizar a casi 400.000 estudiantes estadounidenses. Los datos obtenidos mostraron una caída en lógica y vocabulario, resolución de problemas visuales y analogías, y habilidades computacionales y matemática. Resultados semejantes se han registrado en otros países, como Noruega. 

  

¿Cómo interpretar estos hechos? ¿Acaso la humanidad se está volviendo menos inteligente? ¿Las pantallas estupidizan a las nuevas generaciones?, ¿o internet nos ha robado el saber? No lo sabemos a ciencia cierta y tampoco lo saben los investigadores de este fenómeno. De modo que solo podemos examinar el hecho y buscar explicaciones. 

La pregunta a hacerse es: ¿qué pasa con las pruebas estandarizadas cuando estas se aplican en un contexto de transformación cultural? 

Todas las pruebas tienen una determinada referencia cultural; es decir, se diseñan a partir de un patrón que define qué conocimientos y habilidades cognitivas deben poseer las personas a determinada edad o determinado nivel educativo al que concurren. Estas referencias deben tener continuidad para poder ser comparables, de modo que son poco permeables a los cambios en el campo del saber y la cultura. Eso no quiere decir que atrasen, solo cabe marcar que no están basadas en una dinámica de cambio sino de permanencia para poder predicar que los resultados mejoran o empeoran. Si este primer razonamiento lo complementamos con otras dos comprobaciones sobre las que no hay dudas, es posible que nos aproximemos a un resultado. 

La primera de estas comprobaciones es que, a diferencia del ritmo lento de la transformación que produjo la escritura, la mutación digital por la que estamos atravesando hoy es vertiginosa, los cambios se suceden a una velocidad que impide que sean registrados por las pruebas y mediciones. 

La segunda comprobación es que nuestras capacidades cognitivas cambian de acuerdo con los soportes tecnológicos de la cultura. Sócrates era el productor y divulgador de su saber, y quien quisiera conservar aquello que él decía debía almacenarlo en la memoria. El desarrollo de la escritura y la posibilidad de registro que esta generó disminuyeron la exigencia sobre la memoria individual; la posterior invención de la imprenta y la multiplicación del registro en libros la redujeron aún más. Luego vino la creación de los índices y codificaciones, que aportaron a favor de la merma en la demanda de memoria. Con la aparición de internet las exigencias cambiaron: ahora es necesario desarrollar la habilidad de encontrar lo que buscamos en un mar inmenso de información. Para lograrlo hay que saber relacionar, distinguir y comprender las lógicas de ordenamiento algorítmico. Menos memoria y más lógica. Un cambio aparentemente simple, pero de difícil adquisición . 

A diferencia de otras generaciones, casi todo lo producido por la humanidad que ha podido ser registrado por la letra, la palabra o la imagen está a nuestro alcance mediante un simple desarrollo lógico de búsqueda por internet. Quien está acostumbrado a esa práctica sabe que también tiene que ejercer la mesura en la curiosidad y establecer un fin a las permanentes derivaciones temáticas que le ofrecen los milagrosos buscadores. 

En el mismo sentido de la reacción de Sócrates ante la escritura, hoy lo que se registra en el campo educativo es una actitud defensiva ante la aparición de internet y ahora de la inteligencia artificial. Son muchos los países que se proponen retomar las prácticas de hace cien años basadas en una referencia cultural, científica y pedagógica diseñadas para un mundo sin internet y sin teléfonos celulares, que prohíben en la escuela. En nuestro país también hay numerosas instituciones que comparten este criterio y ya lo están poniendo en práctica. El celular modifica las rutinas de socialización de los chicos y los distrae durante las clases, de modo que se prohíbe. A diferencia de Sócrates, que solo tenía público ante el que podía protestar, la escuela tiene a su disposición un territorio y una población que cree cautiva para efectivizar el desalojo de un instrumento que interviene constantemente en su rutina haciéndole saber que habitamos un mundo digital. 

La pregunta ante la decisión de prohibir es la siguiente: ¿las escuelas se proponen mantener una educación analógica para preparar a las nuevas generaciones para actuar en la sociedad digital? ¿Se plantean ser contraculturales prohibiendo el ingreso de un instrumento que comunica al niño, adolescente o joven con el nuevo mundo donde, a diferencia de lo que sucede en la escuela, todo tiene respuesta, es inmediato y captura la atención? 

¿No será que la lógica debería ser al revés: las escuelas y sus docentes, entender que todo el saber, el conocimiento de la humanidad es accesible para sus alumnos si aprenden a aprender con el recurso de internet, y actuar de guías para el uso inteligente de los recursos que la nueva tecnología ofrece? ¿No habrá llegado el momento en que la escuela se repiense a la luz de una realidad muy diferente a la que le dio origen? Me temo que si no lo hace, las prohibiciones no alcanzarán, los muros serán desbordados y la institución irá cayendo por la rampa de la obsolescencia hasta su desaparición o transformación de funciones. De ser así, las escuelas dejarán su lugar de mediadoras culturales. Serán otros los mediadores de la cultura que tal vez articulen de modo muy desigual los potenciales beneficios que ofrece la navegación en el universo de las nuevas tecnologías. 

Publicado en La Nación el 3 de septiembre de 2024.

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