miércoles 21 de mayo de 2025
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La ecuación argentina

Los Estados Unidos, creador y principal garante del orden que rigió el mundo desde 1945 hasta ahora, sobre todo en sus dos aspectos esenciales, es decir, la seguridad y la economía, expresó pública y unilateralmente desde enero de 2025 y luego confirmó a través de medidas concretas, su intención de acabar con aquel sistema y lanzarse a la búsqueda de uno nuevo, aunque todavía no ha quedado explicitado en qué consistirá ni quiénes serán sus aliados.

Este drástico repliegue de los EEUU como ordenador mundial podría acarrear inseguridad mundial o, al menos, una fase de incertidumbre y desorden transicional hasta que se alcance un régimen nuevo y estable, pues cabe suponer que este viraje autónomo e inconsulto sea interpretado por el resto de las superpotencias (China, Rusia y la U.E.) como una carte blanche para que procedan de igual modo, buscando el orden internacional de su conveniencia lo cual, a menos que acuerden remodelar un nuevo sistema, podría suscitar pugnas entre sus diversas aspiraciones.

El escenario más grave e improbable aunque no imposible, es que este desajuste no logre encausarse, se descontrole y abra una Caja de Pandora de impredecibles consecuencias planetarias. Un escenario intermedio podría consistir en que, no deseando o no alcanzando un acuerdo global, las superpotencias se repartan el tablero mundial en áreas de influencia, regionalizando sus expectativas en materia de seguridad y economía, y eventualmente, sus consecuentes derivaciones, como los EEUU ante Canadá, Groenlandia y el Canal de Panamá, Rusia en Europa central, o China frente a Taiwán. Más compleja sería la evolución de ocasionales fricciones en regiones sin hegemonías, como los Balcanes, Medio Oriente, el sudeste asiático o el África. Finalmente, la hipótesis menos severa sería la aparición en el globo de disputas puntuales, acotadas y de escala reducida.

En lo que respecta a una potencia intermedia como la Argentina, con capacidad limitada para influir en aquella configuración, lo esencial sería, como en toda actividad -privada, deportiva o de alta política-, anticiparse, en este caso a disponer de respuestas frente a todo posible escenario, lo cual podría resumirse en dos alternativas principales.

Por un lado, la misión fundamental de la Argentina en un mundo tan convulsionado e incierto, radica en contribuir resueltamente al orden internacional, pues es indudable que a un país con sus características no le conviene el desorden sino todo lo contrario, máxime cuando ha sido su tradición aportar a todos los sistemas internacionales que ordenan la seguridad y el comercio mundial.

En particular, ella podría contribuir simbólicamente y a gran escala si se lograse la elección de Rafael Grossi a encabezar las Naciones Unidas, pues la experiencia y el predicamento de este internacionalmente prestigioso diplomático argentino, podría contribuir a recuperar el rol fundacional de ese organismo clave en su misión de asegurar el orden mundial.

Paralelamente, la Argentina debería profundizar los cambios estructurales que ya ha iniciado, de modo que, cualquiera sea el devenir global –incluidas eventuales guerras, hambrunas, migraciones, desastres ecológicos u otras vicisitudes-, ella pueda aportar al mundo su idiosincrática ecuación: seguridad (tradición pacífica y situación geopolítica) + abundancia de espacios y recursos esenciales y críticos + estándares de desarrollo internacional + nichos de alta tecnología (nuclear, espacial, etc.) + calidad medioambiental = Argentina.

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