viernes 4 de julio de 2025
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La doctrina Trump, el G7 y un inexplicable manejo del poder

Mark Carney, el novel primer ministro de Canadá, ha realizado un notable esfuerzo por resucitar la calidad y dignidad de la 51ª Cumbre presidencial del Grupo de los Siete (G7), que deliberó en su país entre el 15 y el 17 del pasado mes de junio. Quienes siguen estos temas, todavía no saben con claridad si lo sucedido en la provincia de Alberta habrá de generar vientos de reforma y si éstos permitirán que ese foro recobre un papel influyente y constructivo en los futuros diálogos y acciones de cooperación internacional.

Los miembros del G7 originan cerca de la mitad de la riqueza neta y el 44 por ciento de la producción mundial, pero sus actuales decisiones, de fuerte contenido proteccionista, no tienen los atributos que uno solía esperar de las naciones de alto desarrollo.

Carney hizo lo suyo para limpiar la agenda de los debates, reemplazar la Declaración Final por una Síntesis de lo ocurrido y alentar el diálogo civilizado, algo que no ocurría desde el año 2017, cuando Donald Trump objetó por primera vez la lucha contra el proteccionismo.

El reciente debate evidenció que la mayoría de las naciones quiere resucitar y mejorar el mundo basado en reglas y mira con angustia la noción de cerrar la economía que propone Donald Trump. De todos modos, en los próximos días se verá si el plazo que fijó unilateralmente la Casa Blanca para cerrar acuerdos bilaterales de reforma arancelaria llegará a buen puerto.

El hecho de que Donald Trump saboteara el trabajo de la Organización Mundial de Comercio (OMC) y creara su propio castillo arancelario por fuera del Sistema Multilateral, nos hace evocar la idea de que “a confesión de parte, relevo de pruebas”.

La movida experimental lanzada por Carney hizo posible que la Cumbre reabra el sano diálogo, sin que ello suponga, en forma automática, el aporte de insumos del G7 para la siguiente Cumbre del Grupo de los 20 (en realidad el G21). Es obvio que la moneda está en el aire y todavía puede caer en cualquier lado cualquiera sea el verdadero pensar de la mayoría.

Todo esto deja boyando los grandes conflictos del planeta. Por ejemplo, el estado de respiración asistida que Washingt0on impuso hace más de seis años tanto en la OMC como en los procesos de integración regional.

Por otra parte, sería necio ignorar que la prepotencia de Trump fue útil para hallar los recursos financieros que requiere el funcionamiento de la nueva OTAN. Ello no legitima el hecho de que la alcancía creada para sostener la defensa occidental, haya surgido de una inaudita sucesión de chantajes y ello incluya la ruptura de viejas y sólidas alianzas, como las que había entre Ottawa y Washington.

Por lo pronto, es obvio que ningún modelo destinado a buscar importante acceso comercial, capitales y tecnología sin reparar en los colores políticos, hoy no consigue funcionar si uno no acepta y opera dentro de un cierto sistema de lealtades. La visible reforma del sistema de cadenas de valor, es una muestra palpable de este fenómeno. Es “lo que hay”.

El debate de Canadá también dejó gusto a muy poco al ver la pobreza franciscana de las decisiones que nos dejaron los líderes de la otrora cúpula Occidental y capitalista, en estas horas desorientados por la ausencia de razonables criterios de competitividad, un tema que debería importar a la Argentina.

Hasta el momento nadie consiguió explicar con seriedad y fundamento por qué es inocuo o brillante endeudarse hasta los huesos para conseguir divisas, y esa misma gente no considera necesario promover drásticamente la competitividad troncal y el diversificado crecimiento de las exportaciones dando adecuada respuesta a las verdaderas exigencias del mercado internacional. Exportar o sustituir importaciones son las formas más sencillas y prácticas de generar ingresos no retornables.

Quienes conocemos el mercado global, sabemos que al mundo exterior no le interesa conocer nuestros problemas o miradas filosóficas, sino hallar fuentes de abastecimiento seguras, confiables y comercialmente atractivas.

Paralelamente, la Cumbre de Kananakis dejó expuestas dos inevitables posiciones centrales: la existencia de una mayoría absoluta del G7 que añora al hoy debilitado orden liberal basado en la histórica regla de la ley, como el que nos rigiera con bastante éxito desde la Segunda Guerra Mundial hasta 2019. Y, del otro lado, los peligrosos juegos de fervor proteccionista y de economía cerrada que atraen poderosamente a Donald Trump.

Pero nadie puede ignorar que el proteccionismo nos regaló la fulminante Crisis de 1930 y muchos otros padecimientos que parecían superados en el Siglo XX.

En tal escenario, todavía hay gobiernos como los de la Unión Europea que parecen decir cosas sensatas que no reflejan lo que verdaderamente sucede con su economía burocrática, poco competitiva e indudablemente proteccionista.

La gente del oficio sabe que el Viejo Continente tiene en cartera represalias simétricas contra las acciones unilaterales de Washington en el plano arancelario, a pesar de que en su cúpula dirigente también hay voces que desean la rendición con armas y bagaje a los infundados caprichos de la Casa Blanca, si ésta se conforma con adoptar un arancel horizontal e ilegal, quizás una sobretasa, de “sólo” el 10 por ciento.

En Bruselas también hay gente que sugiere nivelar la balanza comercial con ideas mercantilistas a lo Trump como las que pululan en la Casa Blanca. Esas voces proponen asumir el compromiso de hacer adquisiciones de equipamiento militar en los Estados Unidos, asociando ese planteo a los requerimientos de defensa que se verá obligado a poner en marcha el Viejo Continente.

Por el momento sólo podemos hacer un voto de piadoso silencio hasta ver adónde acaba este frenético galimatías.

Los únicos seis consensos logrados en los tres días de Cumbre canadiense fueron: a) la necesidad de asegurar un elevado standard de abastecimientos críticos que faciliten el desarrollo de las industrias del futuro (como el aprovisionamiento del litio y los minerales raros, agregado nuestro); b) la administración responsable y confiable del desarrollo de la Inteligencia Artificial por parte de los sectores públicos y de la sociedad civil; c) el deseo de expandir la cooperación y la seguridad en el desarrollo de la tecnología cuántica; d) la necesidad de crear mecanismos multilaterales para coordinar los esfuerzos destinados a prevenir, combatir y restaurar los daños provocados por los incendios espontáneos como los que azotan a las Amazonas, el Chaco, a Estados Unidos, Canadá y vastas regiones de Europa y África; e) proteger los derechos de individuos y de los Estados soberanos para combatir las interferencias extranjeras, con el foco puesto en combatir la represión internacional; y f) contener la migración ilegal mediante el desmantelamiento de las organizaciones trasnacionales y grupos de crimen organizado.

La minuta del Carney nos hizo notar, con cierto detalle, la amplitud y diversidad de enfoques que surgieron en los diálogos del G7/G8. Su relato expone sin comentarios la enorme desproporción que hubo entre lo que se discutió y los enfoques que obtuvieron consenso.

Bajo tal perspectiva, quizás sería relevante preguntar si es lógico que una sola voz pueda neutralizar la calidad de los consensos presidenciales del G7 y del G20. Lo digo porque hay señales inequívocas de que el multilateralismo tiene muchos defensores que no estiman lógico que el 13 por ciento del mercado mundial puede dictar, por sí sólo, las reglas globales y regionales del 87 por ciento restante.

Al mirar este asunto, vale la pena recordar que la lucha contra el unilateralismo de Washington fue una de las inquietudes que se intentaron resolver con las decisiones de la Ronda Uruguay del GATT. De esa negociación surgieron nada menos que las presentes, aunque desactualizadas disciplinas globales, y la creación de la OMC.

Por ese motivo, cuando se habla del G7, los especialistas aluden al “Grupo de los Seis más los Estados Unidos”.

Los actuales miembros del G7 (G8) son Francia, Alemania, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Canadá y Japón, a los que se agregó, con pleno rango de miembro, a la presidencia de la Comisión de la Unión Europea.

En la última Cumbre fueron invitados al diálogo los presidentes de países no miembros como Sudáfrica, Brasil, la India, México, Corea del Sur y el primer ministro de Australia. También se acercaron el secretario general de Naciones Unidas y el presidente del Banco Mundial.

Dejo para futuras reflexiones el proyecto de explicar los encontronazos que se registran en América del Norte, ya que dentro de un año deberá comenzar la revisión formal del Acuerdo de Libre Comercio regional (USMCA ó T-MEC) hoy en plena pero polémica vigencia. En ese momento será más fácil evaluar como siguen los jueguitos arancelarios de la Casa Blanca.

La doctrina Trump

Pero las precedentes observaciones quedarían fuera de contexto, o a medio camino, si uno excluye la caracterización que acaba de hacer el doctor Richard Haass, a principios de junio, en Project Syndicate.

Haass exhibe los pergaminos de influyente asesor del presidente George Bush padre y la de haber sido un lúcido ex presidente del Consejo para las Relaciones Internacionales de los Estados Unidos durante un ciclo de veinte años que concluyó en 2023.

Por eso sería pecado ignorar la columna que destaca la sensación de que el actual inquilino de la Casa Blanca parece concebir una novedosa doctrina de política exterior que altera radicalmente los tradicionales enfoques del gobierno de su país.

Al hacerlo empieza por destacar que tales doctrinas suelen tener un rol protagónico en la fijación de la política exterior de Estados Unidos, tal como lo demuestra la Doctrina Monroe de 1823, cuyos términos generaron el principio de que esa nación debe convertirse en un poder preeminente de lo que es hoy el continente americano.

Más adelante reivindica la decisión el presidente Truman, quien durante su mandato optó por brindar apoyo oficial, a comienzos de la Guerra Fría, a todas las fuerzas dispuestas a combatir el comunismo y las acciones subversivas respaldadas por la ex Unión Soviética.

A continuación recuerda que los presidentes Carter, Reagan y George Bush padre hicieron notar con claridad la clase de ayuda oficial que sus gobiernos estaban dispuestos a brindar a quienes asumieran las responsabilidades definidas como de interés político y estratégico para Washington.

Haass estima que, no obstante haber prescindido de una explícita formulación doctrinaria, Donald Trump se caracteriza “por mirar para el otro lado”, por el criterio “no ver, oír ni hablar del diablo”, y por indicar que los problemas internos como los conflictos sobre derechos humanos de otros países y gobiernos hoy “no forman parte de los intereses estratégicos de los Estados Unidos”.

En lenguaje de Brooklyn esto se condensaría en la doctrina del ”none of our business” (sic), en italiano “me ne frega niente” y en nuestro lenguaje nac&pop “no es asunto nuestro” o “no nos importa un comino”.

Haass recuerda que Washington no hizo ningún comentario acerca de los conflictos o la represión interna en Turquía, Israel, Polonia, Hungría, Rusia y China (la nómina podría incluir al régimen de Bukele en El Salvador). En todo caso, esas realidades no preocupan al presente inquilino de la Oficina Oval.

Finalmente, Haass concluye su columna destacando que actualmente su país se comporta como las naciones y gobiernos que antaño solía criticar. Al hacerlo no menciona que los actuales enfoques económicos y comerciales de la Casa Blanca, también son equiparables a los que sus anteriores gobiernos solían criticar.

Publicado en Clarín el 2 de julio de 2025.

Link https://www.clarin.com/opinion/doctrina-trump-g7-inexplicable-manejo-poder_0_Q5Uiex1k6E.html

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