La democracia tiene avances y retrocesos. Como observa Garton Ash, al igual que un sacacorchos, la democracia tiene una trayectoria ascendente con virajes hacia abajo en el camino.
Ni la crisis de la deuda, ni las asonadas militares, los paros sindicales, la hiperinflación o la renuncia anticipada de Alfonsín lograron derribar el sistema político inaugurado en 1983. Hubo alternancia y la rabia que explotó en las calles en 2001 no impidió una nueva transición ordenada.
A partir de entonces, la reconstrucción de la economía y la empresa de reparación social fueron de la mano del viento de cola que llegaba del mundo, y de una gestión que hizo de los recursos públicos un botín dedicado a asegurar un presente feliz a la mayoría de los argentinos, pero sin otros resguardos para tiempos difíciles que no fueran los patrimonios personales de quienes mandaron: el matrimonio Kirchner y su círculo íntimo.
El gobierno de Cambiemos fue un intento fallido de romper el círculo del atraso y sentar las bases de un nuevo modelo económico. De ese fracaso se nutrió el regreso del kirchnerismo, disfrazado de moderación en la persona del presidente nominado por la vicepresidente. Fue una trampa más en el teatro de la ilusión montado por Cristina Kirchner.
El presidente no manda y la vicepresidente lo humilla mientras no vacila en su empeño de modelar una Justicia que le asegure la impunidad. Ella lo hace al precio de poner al descubierto que el Frente de Todos es una ficción de unidad. Ella divide a su antojo el bloque en el Senado para lograr un sitial más en el organismo que nomina y controla a los jueces. Los títeres obedecen. Lo que los une es la voz de mando de la dueña de los votos. No importan las “picardías “que esquivan la ley.
Una primera minoría que se escinde para convertirse al mismo tiempo en segunda minoría, es una maniobra repudiable aunque para muchos sea una muestra más de “genialidad” a la que nos tiene acostumbrados Cristina Kirchner.
Es repudiable porque la democracia es el derecho de la mayoría en el respeto de los derechos de las minorías y exige un ejercicio del poder como suma positiva: todos tienen algo que ganar en la negociación.
La democracia no es una puja entre vencedores y vencidos, como lo quiere la saga kirchnerista.
Cuando se erosionan las normas que fundan la legitimidad política se transita en una tierra incógnita. Ahí asoma el fantasma de la autocracia, de líderes que se autoproclaman jefes indiscutidos a los que hay que temer como se teme a Dios.
La autocracia es lo contrario de la democracia: es el gobierno de un jefe que puede hacer lo que quiere. Su poderío descansa en la fe y en el miedo de sus seguidores. Putin puede afirmar que “la democracia es un chiste” y para quien se atreva a refutarlo en sus dominios, la cárcel o el veneno serán el escarmiento.
El pluralismo es considerado un signo de debilidad. Y de mandamases disfrazados de curanderos, a la derecha y a la izquierda del arco político, se están poblando las que fueron democracias como Venezuela o Hungría hoy, por no fatigar al lector con la larga enumeración de casos.
¿Cómo evitar que nuestras frágiles instituciones sean secuestradas por todopoderosos de turno?¿ Cómo evitarlo cuando domina un pesimismo generalizado en esta sociedad empobrecida que mira al futuro como pura amenaza? ¿Cómo evitarlo cuando en pos de un prometido bienestar se pueden resignar libertades?
Las personas no suelen cambiar de opinión por argumentos inteligentes, suelen hacerlo por experiencias que las afectan. La narrativa del kirchnerismo se da de bruces con una realidad de pobreza e inseguridad crecientes, en franco contraste con el despilfarro escandaloso del poder.
Choca la proclamada defensa de los derechos humanos con la negación a condenar a los gobiernos que los violan; sorprende la interpretación amañada de las leyes para satisfacer intereses personalísimos. Y la rabia se alimenta de estos contrastes.
Sin embargo, el vacío que deja el relato kirchnerista no ha sido aun ocupado por una narrativa que aliente la esperanza. La cacofonía en el seno de la oposición, ensordece. Esta es la tierra incógnita en la que florece Milei oponiendo el pueblo a la casta de los políticos. Este nuevo clivaje amenaza con imponerse en el debate político.
En un mundo incierto y peligroso como es el que nos toca vivir, trastocado por la brutal invasión de Putin a Ucrania, el fantasma de la peruanización recorre América Latina. Acaso el precario equilibrio de un sistema político de dos grandes coaliciones populares resistirá el descalabro de la economía y el aquelarre de una política sometida a los caprichos de la vicepresidente, la inopia del presidente para conducir el Estado y una oposición que no encuentra los hilos para terminar de tejer el entramado de una coalición capaz de gobernar una Argentina mal unida.
La amenaza de fragmentación del arco político se cierne en el horizonte. Aquí y en las democracias del mundo. Los partidos tradicionales se debilitan y emergen nuevas formaciones políticas que en muchos casos son partidos personales. ¿Podremos transitar en orden este mandato sin que se fragmente el sistema político ?, ¿asistiremos a realineamientos sin que el caos y la furia estallen?
Publicado en Clarín el 25 de abril de 2022.
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