Este año, el Día de la Madre coincide con el fin de la licencia por maternidad por mi segundo hijo. Es una gran paradoja, porque en estos meses dediqué muchas horas a pensar el equilibrio entre familia y trabajo. Lidero desde 2021 el principal think tank de la Argentina (CIPPEC) y estamos en un contexto particularmente demandante.
Antes de ser mamá, dediqué buena parte de mi vida profesional a estudiar cómo impacta la tenencia de hijos/as, y todo lo que eso conlleva, en nuestra sociedad y especialmente, en las mujeres.
Las mujeres tenemos menos probabilidades de trabajar de manera remunerada (solo 6 de cada 10 lo hacen en Argentina) que los varones, y cuando lo hacemos, es posible que estemos en sectores peor pagos, con más informalidad, menos posibilidades de ascenso y trabajando menos horas que ellos.
Estos números son especialmente graves para las madres. Todo esto hace que las mujeres tengamos menos ingresos. Y esta brecha es una de las principales explicaciones detrás de la concentración de la pobreza en la infancia.
Sabiendo todo esto, vivir la maternidad fue comprobar en carne propia aspectos que intelectualmente había entendido, pero no la magnitud de lo que representaban física, mental, emocional y psíquicamente para las mujeres. Especialmente para aquellas que también trabajamos de manera remunerada.
Racionalmente podía entender la tensión entre familia y trabajo, pero en el mar de hormonas de la maternidad y con el tsunami de amor que trae cada hijo/a, es difícil racionalizarlo. Y así llegó la culpa. La culpa de las madres trabajadoras.
Me llevó un tiempo, pero finalmente terminé haciendo lo que siempre hago: investigar y buscar evidencia. Así encontré un diamante en bruto: un estudio de 2018 sobre dos encuestas trasnacionales que incluyeron a más de 100 mil personas de 29 países, que explora el impacto de la situación laboral de las madres en las trayectorias vitales y laborales de hijos e hijas.
Este estudio mostró que las hijas de madres que trabajaron tienen 1,21 más probabilidades de tener un trabajo remunerado, con gente a cargo y de más horas, y de ganar mejores ingresos que las hijas de las madres que no trabajaron de forma remunerada.
En la esfera doméstica, los hijos de madres trabajadoras invierten 50 minutos más por día en tareas domésticas y de cuidados. Mientras que las hijas de madres trabajadoras dedican menos tiempo a las tareas domésticas y de cuidados que sus pares hijas de madres que no trabajaron.
Mejorar la participación laboral de las mujeres, en especial de las madres, es clave para su autonomía económica y para reducir la pobreza (en particular, la infantil). La única forma de lograrlo es promover políticas de cuidado, que alivien este peso de los hombros de las mujeres.
En el marco de los 40 años de democracia, impulsamos una propuesta para el próximo gobierno: crear más espacios de cuidado, mejorar las transferencias a las familias con niños/as y extender las licencias por maternidad y paternidad.
El estudio que mencioné muestra que la participación laboral de las madres es clave también para modificar la cultura e ir forjando un mundo más justo y próspero. Esto no resuelve la tensión, pero en lo personal, me ayuda mucho pensar que el ejemplo que le doy a mi hija le abrirá puertas de desarrollo profesional y a mi hijo oportunidades de disfrute de la vida doméstica.
Publicado en Clarín el 14 de octubre de 2023.
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