martes 30 de abril de 2024
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La contradicción fundamental de la oposición

Los anuncios de las nuevas adquisiciones de Horacio Rodríguez Larreta completaron días de gloria para el mandatario porteño. Las buenas noticias empezaron con el fallo de la Corte y la posterior bravuconada/rendición del Gobierno nacional. La foto con Waldo Wolff, Silvia Lospennato y Martin Redrado, sin embargo, también lleva al otro frente que simultáneamente atiende Rodríguez Larreta: la interna de Juntos por el Cambio y la disputa con otros grupos opositores.

Las elecciones del año 2015 fueron una prueba concreta de que el ciclo K estaba en declive. Posiblemente entre 2010 (festejos del Bicentenario) y 2011 (elecciones presidenciales) fueron el punto máximo del proyecto originado en Santa Cruz. Aquel acto de Cristina en Rosario vociferando “¡Vamos por todo!” marcaba su agenda inmediata, y fue el grito de alerta para que los opositores llegaran a un acuerdo fundacional (y casi el único): sacar a los kirchneristas del poder.

Las legislativas del 2017 reafirmaron esa idea del declive con la derrota de Cristina en su bastión de la Provincia de Buenos Aires. Lo que en 2019 fue visto como su revancha y triunfo personal, sin embargo, también era la admisión de que ningún candidato puro del kirchnerismo podía ganar una elección presidencial. Incluso ahora, la imposibilidad que el presidente monigote le responda a todos sus deseos, la parálisis del congreso, y las continuas derrotas en el plano judicial, escenifican y transmiten al resto del Círculo Rojo (hoy más conocido como «la casta») que su poder político se está licuando inexorablemente.

Como para todo líder carismático, la sucesión es un problema y no han surgido dirigentes que puedan hacerlo con éxito. La esperanza estaba en el primogénito (como cualquier monarquía que se precie), pero la primera curva (la votación del acuerdo con el FMI) mostró a propios y extraños que la portación del apellido no alcanzaba para convertirlo en el número uno. 

Los malhumores y los desbordes emocionales que CFK nos ofrece en vivo y en directo, no hacen más que amplificar su impotencia. La vicepresidenta enfrenta desafíos enormes y su poder se va reduciendo a la vista de todos (como lágrimas en la lluvia). Su gobierno es un desastre en todos los campos y las elecciones legislativas de 2021 fueron una paliza. El fallido atentado no logró cambiar su situación y la arrastró más al barro de la marginalidad. En perspectiva, su éxito más duradero fue meter al peronismo en un corralito de luchas judiciales y agendas progresistas ridículas del que no sabe salir, pero que ella domina. Ese éxito explica también el fracaso que la exaspera.

Lo y los. Más que una letra de diferencia

En 2015 la chance de sacar a los kirchneristas del gobierno agrupó a partidos y dirigentes de diferentes ideas y trayectorias. Pero el escenario 2023 no será el mismo que entonces. Sacar a los kirchneristas ya no parece esa tarea ciclópea de casi una década atrás (el tiempo es veloz). Hoy lo difícil no es ganarle a los kirchneristasel desafío real es más bien enfrentar a lo kirchnerista.

La diferencia no es trivial. Enfrentar lo kirchnerista es más que ganar una elección y luego ver qué pasa. Eso ya se intentó y salió mal en 2015-2019. El desafío actual es enfrentar esa hegemonía cultural construida a fuerza de presupuesto entregado a elites artísticas, culturales, científicas, educativas y organizaciones de la “sociedad civil”. Estos grupos paraestatales funcionaron como la cara amable, la primera línea de difusión, protección y ataque de un proyecto político hoy en decadencia.

Pero lo kirchnerista tampoco fue un invento original, se erigió sobre discursos y creencias antiliberales, nacionalistas y anticapitalistas preexistentes y enraizadas en buena parte de la sociedad argentina y, desde 1945, representadas alternativamente por el peronismo y los militares. El kirchnerismo logró sintetizar esas tradiciones, potenciarlas y revestirlas de una pátina progre que actuó como eficaz escudo ante cualquier crisis o desvarío. De hecho, en medio del ajuste en Educación, jubilaciones y Salud y con una inflación fuera de control, se aumentaron las asignaciones a cultura y medios (públicos y privados) como también al sistema de organizaciones sociales y culturales.

En cambio, la gestión política del gobierno de Macri, renunció por decisión propia a trabajar en narrativas alternativas, de hecho, su equipo se vanagloriaba de eso. Así encaró la acción política en Cultura y Educación con un criterio superficial que terminó favoreciendo a las elites kirchneristas en el ramo. No supo, no quiso o no pudo articular su política exterior como un relato que fortaleciera a actores nacionales vinculados con el tema. Mantuvo la política frente a los movimientos sociales, careció de un ministro de Justicia y dejó en el cargo al mismo ministro kirchnerista de Ciencia y Tecnología. En ese caminó relegó cualquier expresión opuesta a los relatos dominantes y terminó abandonando a quienes públicamente apostaron por un cambio real.

El final es conocido: cuando la economía crujió el gobierno de Macri no tuvo palabras, ideas o imágenes con que defenderse. Tampoco existieron voceros socialmente influyentes que salieran en su defensa. Así aprendimos (o eso debería haber pasado) que solo cambiar los carteles con los nombres de quienes ocupan los despachos y oficinas del gobierno no alcanza.

Macri realizó una tibia autocrítica sobre este tema, pero aún mantiene en su entorno a buena parte de quienes fueron impulsores de esas políticas. De parte de ellos no se escuchó ninguna autocritica. Para Larreta y los suyos (muchos de los cuales formaron parte de esos mismos equipos que mal asesoraron a Macri) esa experiencia ni siquiera es motivo de análisis. Para el PJ el cemento no se come, para Larreta con el cemento basta. Él piensa hacer lo mismo que salió mal en 2015 pero con más peronistas en su bolsa. A diferencia de Macri, Larreta aspira a ser el nuevo líder del pacto corporativo que queda vacante con el declive de Cristina, pero aggiornado a los tiempos que corren.

La pelea de los opositores, entonces, se deberá decantar entre quienes solo quieren sacar a los kirchneristas para ocupar su lugar y ejercerlo con mejores modales y quienes quieren enfrentar a lo kirchnerista entendiéndolo como el eje de la actual crisis y a la vez, de una histórica disputa en la sociedad argentina. Esa es la contradicción fundamental. Todo el resto es marketing.

El helicóptero que paseó a los campeones mundiales un 20 de diciembre de 2022 cerró metafóricamente el proceso abierto por otro helicóptero que sobrevoló la zona ese mismo día del 2001. Como producto dilecto de esos años, el kirchnerismo, el PRO, la Coalición Cívica –y todas sus narrativas– enfrentan lo que posiblemente sea su última batalla antes de que el país entre en una nueva etapa.

 

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