La ciencia, desacreditada en un mundo que se aferra a pertenencias tribales primigenias, ante un sistema generador de incertidumbres, no alcanza, por sí sola para detener las plagas.
Peter Hotez, especialista en enfermedades infecciosas tropicales del Baylor College of Medicine, acaba de lanzar “Preventing the Next Pandemic”, editado por Johns Hopkins. Su libro extrae lecciones del campo de las enfermedades infecciosas tropicales –generalmente no atendidas como el Chagas, dengue, Zika, etc. – y también de su trabajo internacional como enviado científico, un puesto creado conjuntamente por el Departamento de Estado y la Casa Blanca, durante la presidencia de Barack Obama.
Desde su posición privilegiada de observación expone una visión amplia que combina la ciencia con la geopolítica, aunando el relato biológico con los factores sociales y políticos que permiten la propagación de pandemias, e insiste en que no se pueden prevenir las pandemias aislados de factores globales más amplios.
En principio, la guerra y la peste van juntas, desde la Primera Guerra y la gripe española, las plagas múltiples de la Segunda Guerra, hasta las dos primeras décadas de este siglo, han proporcionado muchos ejemplos. El conflicto en curso en Yemen ha producido el mayor brote de cólera de la historia, infectando a dos millones y medio de personas desde 2016. Las guerras en Siria e Irak provocaron un resurgimiento del sarampión y la poliomielitis. El colapso de los programas de control de insectos provocó la propagación de la leishmaniasis cutánea, una enfermedad parasitaria que provoca úlceras cutáneas desfigurantes. Conocido como “hervor de Bagdad” o “mal de Alepo”, se transmite a través de la picadura de moscas que se alimentan de sangre y que proliferan en la basura no recolectada. Para 2016, la destrucción de la infraestructura en las zonas de conflicto había multiplicado por diez los casos de este tipo en Siria, unos doscientos setenta mil al año, con otros cien mil al año registrados en Irak.
Durante los conflictos en la República Democrática del Congo, la República Centroafricana y Sudán del Sur, el sarampión regresó junto con el kala-azar, otro tipo de leishmaniasis, que ataca los órganos internos y suele ser mortal. El brote de ébola de 2018 en la República Democrática del Congo dejó más de dos mil muertos. En el noreste de Nigeria, los ataques de Boko Haram han destruido hasta tres cuartas partes de la infraestructura necesaria para las vacunas, y ha habido un aumento correspondiente en los casos de poliomielitis, sarampión, tos ferina, meningitis bacteriana y fiebre amarilla.
La inestabilidad política puede producir resultados comparables, dice Hotez, y analiza el caso de Venezuela, que ha sufrido un colapso económico y caos social que ha llevado al desmoronamiento del sistema de salud del país. El sarampión se había erradicado, pero resurgió en 2017. También se ha propagado la esquistosomiasis, una enfermedad transmitida por caracoles de agua dulce. Y el colapso en las medidas de control de plagas impulsó un aumento en las enfermedades transmitidas por mosquitos, incluido el virus Zika, chikungunya y dengue.
Una vez que las enfermedades infecciosas se imponen en un país, se propagan fácilmente a otros. La urbanización densa también conduce a la propagación de enfermedades infecciosas, porque las poblaciones en crecimiento superan la infraestructura de saneamiento.
Para completar este cuadro caótico, Hotez destaca cómo el cambio climático alimentará aún más las enfermedades contagiosas. Las olas de calor sin precedentes en el Medio Oriente han producido sequías que crean inseguridad alimentaria y una feroz competencia por el agua, llevando a las poblaciones rurales hacia centros urbanos ya superpoblados. Las temperaturas más cálidas también modifican los ecosistemas de insectos. El virus del Nilo Occidental es ahora común en el sur de Europa. Los virus transmitidos por mosquitos se han extendido por América del Sur y Central hacia el Caribe y luego hacia Texas y Florida.
En este marco, Hotez se pregunta: ¿Cómo puede ser que estemos amenazados no solo por los insectos, la suciedad y el cambio climático, sino también por algo tan intangible como nuestras creencias? Y observa que hay unos quinientos sitios web que difunden información falsa contra las vacunas, que además se propagan por las redes sociales y hasta en las plataformas de comercio electrónico. “La plataforma de comercio electrónico más grande de todas, Amazon, es ahora el promotor más activo de libros falsos contra las vacunas”, asegura. En Estados Unidos y Europa, los anti-vacunas han unido fuerzas con movimientos populistas y libertarios, y los grupos estadounidenses alineados con el Tea Party invocan la “libertad médica”, la “libertad de salud” o de “elección” para justificar la no vacunación de los niños.
Al principio de su libro, Hotez rinde homenaje a su “modelo a seguir”, el virólogo estadounidense Albert Sabin, quien a mediados de los años cincuenta, se asoció con científicos soviéticos para probar una vacuna oral contra la polio. Sabin había desarrollado una vacuna, pero no pudo probarla en los EE.UU., donde gran parte de la población ya había recibido una vacuna intramuscular. A partir de 1959, la versión oral se administró a unos cien millones de niños y adultos jóvenes del bloque soviético y los resultados fueron tan exitosos que EE.UU. aprobó la nueva vacuna a principios de los sesenta. Para Hotez, esta colaboración, ocurrida durante los años más duros de la Guerra Fría, es un perdido ejemplo a seguir.
El ejemplo de Sabin inspira la defensa de Hotez de la llamada diplomacia de las vacunas, en la que los países que han desarrollado vacunas las ponen a disposición de los países que carecen de ellas. El impulso es tanto humanitario como administrador del soft power que busca aumentar la influencia internacional fomentando la buena voluntad. Hotez esboza una prehistoria del fenómeno, a partir de 1806, cuando el médico británico Edward Jenner, que había creado la primera vacuna del mundo contra la viruela, pudo negociar en base a su reputación internacional la liberación de los prisioneros ingleses durante las guerras napoleónicas. Se dice que Napoleón, que había vacunado a sus tropas, exclamó: “Jenner, no podemos negarle nada a ese hombre”. Hotez también considera a Louis Pasteur como un diplomático de vacunas.
Hoy, las vacunas fueron desarrolladas en base nacional, las hay estadounidenses, británicas, alemanas, chinas, rusas e indias, y están en competencia. La oportunidad de ejercer un poder blando en las naciones en desarrollo ha sido particularmente atractiva. Rusia, con la esperanza de hacer de su vacuna Sputnik V la opción preferida en América Latina, ha administrado allí sus vacunas, antes que en su territorio. Para China, la vacuna es una extensión de sus inversiones en infraestructura de su iniciativa de “La franja y la ruta” en todo el mundo, y ha prometido millones de dosis para Indonesia, Turquía, Etiopía, Serbia, Egipto, Irán e Irak, entre otros.
Pero esa diplomacia de las vacunas durará mientras haya avidez por ellas. Es posible que en el segundo semestre haya tantas vacunas que ya no servirán para tal fin. Mientras tanto, los factores políticos y económicos de la actual pandemia siguen intactos e inscriptos en nuestra forma de producir, consumir y distribuir la riqueza.