viernes 14 de marzo de 2025
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La ciudad de los chicos

Una ciudad más humana y vivible para los chicos

Cuando mi hermana se fue de Buenos Aires a vivir a Bariloche, me enojé un montón. Me pareció un capricho cuando dijo “no aguanto más la ciudad ni tomarme el subte”. Pero se fue nomás y vivió muchos años en una casa en el bosque. Cada vez que venía de visita decía: “¡ni loca vuelvo!”. Con el tiempo, mi enojo se transformó en extrañarla y recién ahora empiezo a entenderla.

A mi también la ciudad se me volvió hostil. En Chacarita las veredas están rotas y regadas de basura. Es habitual ver a personas que revuelven el contenedor que está justo en la puerta de mi casa, a veces vemos nuestra propia basura tirada ahí y nos sentimos tristes y expuestos. Mis hijos observan todo y preguntan cosas que no siempre sé cómo responder. Sé que me gustaría un entorno más amable para todos.

Hablando con una mamá amiga sobre el artículo en el que recomendé el podcast de Emily Oster, me dijo algo que escucho seguido: “Sí, claro que estoy de acuerdo en que los chicos tienen que tener más autonomía, pero la calle es un peligro, el tránsito es un caos, todos están muy alterados…”.

Hace unas décadas, los chicos jugaban en la vereda, iban solos a la escuela en el transporte público pero hoy la infancia quedó confinada a la plaza o peor, a los salones que tienen reglas y horarios estrictos para jugar en juegos también estandarizados, que funcionan como corrales o como la rueda del hámster.

Es lunes y en la línea B del subte de Buenos Aires, a las 8:50 de la mañana, no hay chicos. Ni uno solo. Vamos todos apretados y si hubiera un niño, éste necesitaría sí o sí encontrar a alguien con buena voluntad que se apiade y le haga un lugar. En los colectivos quizás se vean más niños, pero tengo comprobado que moverse adentro de un colectivo con más de un niño es un gran desafío. Si contamos los frenazos y movimientos bruscos me arriesgo a decir que es bastante inseguro también. Es más probable encontrar nenes pidiendo y viviendo en el transporte público que en el rol de pasajeros.

Según datos del CEDLAS (Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales de la UNLP), la pobreza infantil en Argentina supera el 50%, muy por encima del promedio de la población. En la Ciudad de Buenos Aires, donde la pobreza es menor al promedio nacional, la desigualdad sigue siendo feroz: en las comunas del sur, más del 40% de los niños viven en la pobreza, mientras que en el norte esa cifra no llega al 10%. En CABA, más de 1000 chicos y chicas viven en la calle. No en condiciones de hacinamiento, ni en viviendas precarias. Literalmente, en la calle. Si la ciudad ya es difícil para cualquier chico, para ellos es un campo minado.

¿Es realista entonces pensar en una ciudad más amigable con los niños?

La primera referencia obligatoria es la obra de Francesco Tonucci, -psicopedagogo y dibujante italiano, mejor conocido como Frato- empezando por su proyecto La ciudad de los niños. Un modo nuevo de pensar la ciudad. En el libro, editado por UNICEF y Losada y publicado por primera vez en 1997, el mismo Frato aclara que él no está en condiciones de dar respuesta a la problemática estructural de países como el nuestro pero, aún así, su propuesta invita a imaginar un futuro más esperanzador para las ciudades, casi como un mandato.

En las primeras páginas del libro el reconocido filósofo Norberto Bobbio, amigo de Frato, comenta algunas ideas: “Me atrajo enseguida la hermosa imagen, que se lee al principio, según la cual la ciudad de hoy se convierte para los niños en el bosque de los cuentos. Antes, no hace demasiado tiempo, los niños tenían miedo del bosque de los cuentos.  Era el bosque del lobo, del ogro, de la oscuridad. Antes, no hace demasiado tiempo, los niños tenían miedo del bosque, donde moraban los lobos y las brujas malvadas, mientras que se sentían a salvo en la ciudad. Ahora las cosas se han invertido, porque la ciudad se ha vuelto hostil: ‘gris, agresiva, peligrosa, monstruosa’”.

En su libro, Frato propone pensar las ciudades desde la perspectiva de la infancia y plantea una idea muy concreta: si una ciudad está diseñada para que los chicos puedan habitarla con autonomía y seguridad, será una ciudad mejor para todos. No es sólo una reflexión teórica, sino un proyecto con propuestas concretas que fue presentado a municipios y otros decisores políticos.

Algunas de esas ideas:

  • Calles seguras: crear caminos escolares protegidos, donde el tránsito se reduzca y los chicos puedan ir solos a la escuela.
  • Menos autos, más peatones: ampliar las veredas y restringir el tráfico en ciertas zonas para que las calles vuelvan a ser un lugar de encuentro.
  • Juegos en toda la ciudad: no limitar los espacios infantiles a plazas cerradas con toboganes y hamacas, sino pensar en una ciudad lúdica, donde haya espacios para jugar en cualquier esquina.

Existen ciudades que lo están intentando seriamente. Un ejemplo es Pontevedra, en Galicia, España. En 1999 por la ciudad circulaban cerca de 100.000 autos por día y en poco tiempo lograron reducir ese número en un 90%. Ofrecieron estacionamiento gratuito en la periferia y prohibieron el estacionamiento en las calles del centro. Además, las veredas tienen al menos 2,5 metros y las calles están diseñadas para que autos y peatones compartan el mismo espacio —con límites de velocidad de 10 km/h—. Como resultado, los chicos pueden caminar solos a la escuela, disminuyeron los accidentes de tránsito (casi los eliminaron) y bajaron las emisiones de gases contaminantes del aire.

En Tokio, los niños también caminan solos a la escuela a partir de los 6 años. Japón, de hecho, aparece en el primer lugar del reporte de UNICEF sobre el bienestar infantil junto con Estonia, Finlandia, España, Países Bajos y en nuestra región, Chile.

Una amiga historiadora que se especializa en el siglo XIX me manda un mensaje digno de ser compartido. Se trata de correspondencia de Torcuato Alvear (primer intendente de la Ciudad de Buenos Aires). Este es un fragmento de una carta del político y escritor Miguel Cané quien estaba viviendo en Europa en ese momento (a mediados de la década de 1880), preocupado porque la ciudad tuviese más espacios verdes para los niños. Vale la pena releer, quizás para concluir amargamente que el problema estaba ya a la vista hace 140 años.

Miguel Cané a Torcuato Alvear:

“Piense en los niños de Buenos Aires, señor, metidos en sus casas todo el día. Mi madre me escribió últimamente: “Hoy hace mucho frío, tu hijita no asomará la cara ni al patio”

¿Qué quiere Ud.? Mi madre responde a la educación nacional de clausura, impuestas por las condiciones de nuestra ciudad, donde un niño no puede salir sin peligro de ser deshecho por un coche o un tranvía, sin una plaza donde correr. En el momento en que le escribo, la nieve cae en grandes copos y hay ya una capa de un pie sobre Viena. A 20 metros de mi ventana está la Schiller-Platz, con la estatua del gran poeta, blanca como el armiño. A su alrededor, veinte niños juegan, corren con sus caritas rosadas destacándose llenas de vida y de vigor sobre el fondo inmaculado del cuadro. ¿Y mi hijita entre cuatro paredes?… No me puedo conformar con esa desidia de criminal ignorancia que hace construir centenares de tranvías para que los papás se transporten cómodamente y ni un solo square para que nuestros hijos no se marchiten como plantas sin riego. ¿Dónde haremos estos squares? En todas partes, señor, aprovechando todas las circunstancias que se presenten. Y eso desde hoy porque los gastos son insignificantes. Un centenar de árboles bien colocados y una reja modesta: he ahí todo”.

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