Echarle la culpa a los “ricos” -se cree- siempre ha dado rédito político. Pero hacerlo ahora es desconocer la realidad socioeconómica del país con una clase media desposeída, miles de comercios cerrados definitivamente, empresas en quiebra y un sector agrario quejoso del oficialismo.
Algunos integrantes del Camporismo usan declaraciones públicas porque creen infundir pasión y prejuicios. No tienen una estructura articulada de pensamiento y de ideas, y por lo tanto lo único que les queda es acceder al poder cuando las circunstancias le resultan propicias.
Nicolás Kreplak, médico sanitarista, viceministro de Salud de la provincia de Buenos Aires, un hombre que accedió al camporismo desde la militancia universitaria, casi de la mano de Axel Kicillof, muestra un rostro y un pensamiento de vieja izquierda anquilosada y estática.
En las últimas semanas, desde su condición de viceministro de Salud trató de explicar porqué se produjo el crecimiento de nuevos casos de coronavirus. Kreplak sostuvo que “la mayoría del pueblo” se cuida frente al coronavirus. “Los sectores populares”, agregó, “son los más cumplidores de las reglas frente a la pandemia”. Pero la gente peligrosa, la que se amontona en las playas sin protección y no cumple con las prohibiciones de reuniones demasiado concurridas son de “clase alta, un sector social muy privilegiado y demasiado reticente a seguir las normativas”.
Los ricos son los malos. Los populares son inexorablemente buenos. Es un prejuicio tan infantil como mentiroso. ¿Quién se hizo responsable del velorio de Maradona, del pueblo amontonado, ansioso y maltratado? ¿Qué pasó después de la multitud de jubilados, el estrato de mayor riesgo, convocados a la ligera para que cobren el escaso dinero que reciben? ¿Quién administró la entrada a la feria La Salada?
Son distinciones que poco sirven científicamente para aclarar los vaivenes del COVID-19. Hasta ahora quien ha gestionado y orientado incorrectamente es el Estado y ya estamos en las puertas de la “segunda ola” que está ganado numerosas víctimas en el hemisferio norte, donde aparecen complicadas mutaciones del virus.
Las palabras de Kreplak empujan para que la grieta que divide a los argentinos se profundice, y fomenten el odio entre las clases sociales. Kreplak no le ha hecho un favor a La Cámpora.
En una reunión muy reciente, toda su conducción brega para que se nombre a Máximo Kirchner jefe del Partido Justicialista de la provincia de Buenos Aires pasando por encima de candidatos -intendentes que buscan otros nombres y tienen intereses opuestos. Es la lucha por el poder territorial de la región que más votos aporta en una elección decisiva.
No se sabe si Máximo Kirchner, que es jefe del bloque de diputados del Frente de Todos, una persona abnegada en la militancia pero de escasa formación, ha tomado conciencia de que las divisiones de intereses, de cargos y de poder están perforando la frágil unidad del Frente de Todos.
El presidente Alberto Fernández es candidato a ser figura principal del Justicialismo a nivel nacional. Eso es lo que se sabe, pero también se reconoce que el Jefe de Estado no tiene demasiado poder en la gestión gubernamental y las encuestas determinan que ha perdido, en un 90 por ciento de los encuestados, la confianza en sus actos. Alberto Fernández vive una dolorosa soledad, donde la que lleva la batuta no aparece en el escenario público. Es una dicotomía que no lleva a buen puerto, ni ahora ni nunca.
La Cámpora surgió tras la debacle económica y financiera del 2002. Algunos amigos de Máximo Kirchner, que descreían de la política, y los políticos atraían a una juventud despistada y escéptica del sistema liberal. Venían del anarquismo, de la decepción generalizada y de la izquierda. La ideología que los reunió fue el nuevo -y escaso- peronismo representado por Néstor Kirchner. Muy pronto Kirchner planteó el recuerdo nostálgico de los militantes de las agrupaciones guerrilleras, se adueñó de los derechos humanos, lloró por los desaparecidos y ubicó a los años 70 como un paradigma de heroicidad.
La Cámpora, que Néstor apañó con claras enseñanzas, giraba en torno de una nueva generación, la que debía gestionar y dirigir al país. Los importantes fondos del Estado fueron decisivos para direccionarlos hacia lo que llamaban “las buenas causas”.
A la muerte de Néstor, Cristina los protegió como a hijos. Y con el triunfo del Frente de Todos los ubicó en el manejo de los grandes fondos -como PAMI y la ANSES. Más: les brindó respaldo frente a un peronismo desunido, generando resquemores.
El futuro de La Cámpora es incierto. Puede convertirse en una estrella fugaz si no actúa con cautela. O puede dividir aún más a un peronismo que poco a poco ha ido perdiendo su identidad política. Hay peronistas que elogian a los Montoneros, los que los cuestionan, los pro-menemistas, los opositores al menemismo, los que creen en el esquema liberal de poderes, los que descreen . El Parlamento no serviría para nada. La Corte arreglaría los juicios, mientras algunos aplauden a los caudillos provinciales que vulneran los derechos humanos. Un peronismo no federalista, que no sabe cómo actuar ante los avatares de la economía.
A lo largo del 2020 Alberto Fernández acusó al macrismo por el legado que recibió -igual o mayor al que le golpeó a Macri- pero ahora está tratando de salir de un pantano producto de una incomprensión entre la salud y la economía. No es fácil. Quedan años por delante.
Publicado en Infobae el 6 de febrero de 2021.