martes 16 de abril de 2024
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La burguesía. Una figura histórica que sigue dando que pensar

“¿Quién es el burgués?”, se preguntaba José Luis Romero en 1954. Por entonces estaban vivas las ideas de Karl Marx y Max Weber, quienes convirtieron a la burguesía en la figura clave de los relatos sobre la modernidad capitalista. En 1911 Henri Pirenne caracterizó las sucesivas etapas del matrimonio entre burguesía y capitalismo, comenzando por el primer capitalista: un buhonero trashumante del siglo XI. En los años setenta su tesis -apoyada por Paul Sweezy y rebatida por Maurice Herbert Dobb- generó un intenso debate en el ámbito marxista, al que contribuyeron André Gunder Frank y otros introduciendo la candente diferencia entre “burguesía nacional” y “burguesía imperialista”.

Pero en los años noventa el tema desapareció de la agenda. El desarrollo rampante del capitalismo prosiguió en un mundo global donde los soportes sociales han perdido identidad e interés y la burguesía pasó, literalmente, a la historia. 

Mucho de lo dicho era perfectamente olvidable. Pero, como suele decirse, el agua sucia arrastró también al bebé. Los relatos históricos, usados con mesura, permiten articular las muchas caras de la realidad y, sobre todo, construir el proceso que une el pasado con el presente. La burguesía -o mejor las burguesías- habían sido el eje de magistrales ensayos, como los de Bernard Groethuysen, Norbert Elias o Peter Gay. Weber estudió su relación con la ética protestante y el espíritu capitalista. En el campo de las artes, Pierre Francastel asoció el largo ciclo burgués con la construcción y destrucción de la perspectiva, una forma de representación pictórica del espacio. Con la misma preocupación, otros rastrearon el largo ciclo de la música tonal hasta su crisis, también a principios del siglo XX. 

En el campo literario, Eric Auerbach escribió una obra clásica: Mímesis. La representación de la realidad en la literatura occidental (FCE). Ubicó ese proceso en una historia de tres milenios, basada en el análisis de autores canónicos, desde Homero hasta Virginia Woolf, cuyos ejes son la construcción del sujeto, la distinción entre la temporalidad objetiva y la subjetiva y la escisión del trasmundo misterioso y la realidad profana. Pasando por Gregorio de Tours, Dante, Shakespeare, Molière y Goethe, llega al punto central: el realismo burgués de Balzac, Stendhal, Flaubert, Thackeray. Buscando la verosimilitud, estos autores recrearon literariamente la moderna sociedad de clases y su dinámica, dotando a sus personajes de un doble perfil, psicológico y tipificador. Este realismo, que domina el siglo XIX, se esfuma a principios del siglo XX con el “fluir de la conciencia” de Joyce, Proust o Woolf, contemporáneos de Picasso y Schoenberg. 

Setenta años después, y a contrapelo de las modas académicas dominantes, Franco Moretti retoma la perspectiva de Auerbach en El burgués. Entre la literatura y la historia (FCE). Una vertiente del marxismo, la de Antonio Gramsci y Raymond Williams, le aporta una certeza ausente entre quienes hoy analizan los discursos: para Moretti “el burgués” tiene una existencia social plausible, como protagonista de un gran relato. Superando la perspectiva del reflejo de Georg Lukács, encuentra al huidizo actor social mediante el prisma de la literatura, en una refracción testimonial y performativa que lo muestra y también lo construye. 

Mientras Auerbach deja fluir su pensamiento por entre los textos, Moretti es preciso y casi clasificatorio. El realismo burgués se desagrega tres etapas: el burgués conquistador del siglo XVIII – Robinson Crusoe de Daniel Defoe-; el que ha alcanzado la cima -los personajes de Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, George Eliot- y el ya establecido de la era victoriana: los de Joseph Conrad, Thomas Carlyle o Samuel Smiles. Robinson es un “amo laborioso”, que hace cosas “útiles” y se construye un ambiente “confortable”. Los burgueses triunfantes son serios y previsibles; su vida transcurre sin sorpresas entre objetos sólidos, tangibles. En la Inglaterra imperial, los burgueses -muchos ennoblecidos- construyen modernos edificios en estilo gótico y ocultan los aspectos más crudos de la realidad en una niebla de adjetivos valorativos. 

Imagino a Auerbach reconociéndose en esta caracterización del realismo burgués y admirando la fineza analítica y la claridad conceptual de Moretti. Pero quizá se habría preguntado en cuál historia se coloca este tableau acotado; de dónde viene y adónde va esa burguesía. Es la pregunta que recorre la obra de José Luis Romero. 

Las ciudades y las mentalidades son las dos claves de su largo relato de la burguesía occidental. En La revolución burguesa en el mundo feudal (Siglo XXI) buscó en el siglo XI, en los entresijos del mundo cristiano feudal, el surgimiento de la incipiente burguesía urbana, que hacia 1300 había delineado su perfil singular y las bases de una mentalidad que impregnaría toda la modernidad occidental. En Crisis y orden en el mundo feudoburgués (Siglo XXI) burguesías maduras coexisten en el albor de la modernidad con un mundo tradicional en lenta retirada, elaborando diversas formas transaccionales, como las que caracterizaron el Renacimiento. En Latinoamérica, las ciudades y las ideas (Siglo XXI) estudió la proyección de ese mundo feudoburgués en América y el desarrollo de sus ciudades hasta la masificación presente, en la que las burguesías se disuelven. 

Una muerte temprana le impidió escribir los libros previstos sobre la madurez y la crisis de la mentalidad burguesa. Pero las grandes líneas de su idea se encuentran en varios ensayos (jlromero.com.ar) y en dos libros de síntesis: El ciclo de la revolución contemporánea (FCE) y, sobre todo, Estudio de la mentalidad burguesa (Alianza). Con ellos completó una renovada versión, original y densa, de la épica burguesa.

Publicado en La Nación el 31 de enero de 2021.

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