viernes 26 de julio de 2024
spot_img

La Argentina del Siglo XXI: parricidios y filicidios

El desarrollo de la actual etapa democrática fue revelando que los triunfos del peronismo se transformaron  gradualmente en el recurso de última instancia de la política reemplazando, de tal modo,  a las intervenciones militares a partir de la transición. Así fue como, a pesar de su inesperada derrota en 1983, los retornos del peronismo a la presidencia proveyeron en un par de ocasiones la salida a las crisis económico-políticas que la Argentina atravesó en 1989 y en 2001-2003. Durante los años del gobierno de Alberto Fernández se fueron superponiendo una abismal ineficacia de la gestión, una pirámide de poder presidencial coronada por dos, y últimamente tres, cúspides con poder decisión o de veto, escándalos de corrupción, la inseguridad creciente y el reciente ingreso en un fase aguda de la crisis económica. Ese cuadro parecía augurar que los temores de Cristina Kirchner de quedar fuera de una eventual segunda vuelta eran ciertamente fundados. Más aún cuando Massa obtuvo un magro tercer puesto en las PASO de Agosto y los peronismos provinciales sufrieron sucesivas derrotas en las elecciones de gobernadores provinciales, especialmente en Chaco y Santa Fe.

Sin embargo, a pesar que, en verdad, sólo repitió magros desempeños electorales de los últimos años, Massa revirtió la pendiente descendente y obtuvo una clara y sorpresiva victoria en la primera vuelta. Aún reparando en que el treinta y seis por ciento de apoyo se ubica en los escalones inferiores de los resultados históricos del PJ desde 1983, los logros han sido notables: el peronismo ha dejado a Juntos por el Cambio fuera de la segunda vuelta y le sacó casi siete puntos de ventaja al que aparecía como probable ganador de la elección de ayer. Ese resultado ubica claramente a Massa en la senda del triunfo en la elección de Noviembre. En esta nota me interrogo acerca de algunas de las  causas del resultado de la primera vuelta y los desafíos que enfrenta Massa a partir de su victoria.

En 1989, 2001-2003 y 2019, los triunfos del peronismo fueron facilitados por los resultados negativos de gobiernos no peronistas. El PJ se convirtió en los ojos del electorado en el protagonista del salvataje de naufragios generados por gobiernos no peronistas. Ahora, el desafío era mayor, se trataba de convencer a los ciudadanos que Massa era capaz de encabezar el salvataje de si mismo, es decir  de la debacle producida por su propia fuerza. Sin duda que un factor importante fue que los jefes territoriales y sindicales del PJ advirtieran que su supervivencia a mediano plazo estaba vinculada a un buen desempeño de Massa. Por ello, y ayudados por las transferencias de recursos facilitadas por el propio candidato en su rol de ministro de economía, movilizaron sus respectivos aparatos para lograr que sus potenciales votantes no dejaran de concurrir a las urnas en muchos casos motivados por oportunos regalos de bicicletas, electrodomésticos y dinero en efectivo. Sin embargo, la errada estrategia de Juntos por el Cambio fue la variable decisiva. En primer lugar, porque la disputa entre Bullrich y Larreta desplazó a la principal fuerza opositora del espacio crucial de la alternativa creíble al desastroso gobierno de Alberto Fernández que ya había ocupado en 2021 y, de tal modo, alimentó el pronunciado crecimiento de un candidato inicialmente inverosímil, es decir del candidato libertario. En este sentido, también jugó un papel no despreciable la traición, escasamente disimulada, de Macri con sus elogios a Milei. Y en segundo lugar, porque el fenómeno Milei dividió en volúmenes relativamente parejos a los principales candidatos opositores favoreciendo que un candidato que terminó superando apenas el tercio de los votos, se ubicara como claro triunfador.

Massa está instalado en un camino relativamente seguro al triunfo en la segunda vuelta. Deberá evitar, claro está, que durante las semanas que se avecinan el envión del dólar y la escalada inflacionaria se desboquen aún más. Pero sus problemas más graves tienen que ver con los desafíos, probablemente insuperables, que enfrenta el candidato peronista para desviar a la Argentina del camino que ha seguido en los últimos veinticinco años, período en el cual se han agravado todos los indicadores sociales y económicos y se han perdido oportunidades irrepetibles para cambiar el curso. Su desafío más evidente es complicado: el de reiterar las victorias políticas de Menem y Néstor Kirchner, es decir los parricidios de Antonio Cafiero y el propio Menem. Ahora Massa debe procurar el ocaso de Cristina Kirchner y de sus socios cercanos, como había proclamado diez años atrás. Pero todavía mucho más empinada es la cuesta que enfrenta para desarmar el modelo político y económico que se ha ido armando a partir de la crisis del 1998-2003. Porque precisamente ese modelo es aquel en el que se sostienen los actores de dentro y fuera del peronismo que han sido esenciales para que Massa se convirtiera en el probable ganador de la segunda vuelta. Es decir, los actores que han convertido al Estado argentino en una maquinaria imposibilitada de funcionar razonablemente como proveedor de bienes públicos –educación, seguridad, salud y habitabilidad territorial principalmente—y han contribuido decisivamente a que se convirtiera, parafraseando libremente a Guillermo O´Donnell, en un Estado “marrón”. En otras palabras, un Estado en el que actores públicos y privados han expandido una corrupción estructural en la prestación de servicios públicos y han sumado privilegios  costosos y disuasores de la iniciativa privada honesta, con una presencia creciente de la delincuencia vinculada al narcotráfico y otras fechorías igualmente graves.

Publicado en La Nación el 23 de octubre de 2023.

Link https://www.lanacion.com.ar/politica/elecciones-2023-la-argentina-del-siglo-xxi-parricidios-y-filicidios-nid23102023/

spot_img
spot_img

Veinte Manzanas

spot_img

Al Toque

Fernando Pedrosa

La renuncia de Joe Biden: el rey ha muerto, ¿viva la reina?

David Pandolfi

Hipólito Solari Yrigoyen cumple 91 años

Maximiliano Gregorio-Cernadas

Cuando Alfonsín respondió a Kant