miércoles 4 de diciembre de 2024
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Juntos por el Cambio, de la coalición a la bifurcación

Una vez más, la política argentina es sorpresiva. El inesperado triunfo de Sergio Massa impone tres desafíos: entender qué pasó, descifrar qué está pasando, y vislumbrar qué pasará. 

¿Qué pasó en las elecciones? Contra todo pronóstico y sentido común, un oficialismo con bajísima reputación, con decepciones e ineficacias de todo tipo (incluida una inflación y una pobreza insoportables) ganó una elección presidencial.

La primera reacción de varios protagonistas y comentaristas de la política argentina fue asumir que a un país mayoritariamente populista, no le importa la inflación, ni la pobreza, ni la inseguridad, ni la corrupción. Sin embargo, es más probable que haya habido razones concretas que inclinaron a muchos votantes por Massa.

Esos factores podrían ser: el “aparato” partidario del peronismo que se despertó luego del susto de las primarias; la campaña de Massa, que incorporó un eficaz miedo a los ajustes que harían sus contrincantes; los fatales errores de JxC, que con una mala conducción en los últimos dos años se desangró precozmente en una interna agresiva y desgastante, agregando luego una campaña mal diseñada, con el mensaje equivocado, candidatos poco atractivos, y los nocivos coqueteos, primero de la propia Bullrich y luego del expresidente Macri, para con Milei; y finalmente el “plan platita” y una descomunal distribución de dinero especialmente emitido para la compra de votos en los sectores populares.

A un electorado que creía que “ya no se puede estar peor”, Massa les dio una cantidad de beneficios concretos, en medio de una crisis económica pocas veces vista, que sí se podrían perder si Massa no ganaba.

Por otro lado, ¿qué está pasando? Un resultado electoral se da en el marco de procesos de más largo plazo que transcurren ya sea en la superficie o subterráneamente. Primero, la erosión de la representatividad de los políticos sigue horadando a la democracia.

Por lo tanto, el peronismo no debería apurarse a festejar, porque a pesar del repunte, obtuvo el peor resultado electoral de su historia para una elección presidencial (y el segundo peor si se incluyen las legislativas desde 1983).

El temerario, ambiguo y confuso anuncio de Patricia Bullrich y Luis Petri de apoyar a Milei no ayudará a mejorar la imagen de los políticos, Milei incluido. Y segundo, estamos ante una muy probable reconfiguración de la competencia electoral argentina de los últimos veinte años. La aparición de un nuevo actor en el primer plano nacional siempre genera reacomodamientos, porque los políticos son muy sensibles a los resultados electorales, que en definitiva son la condensación de la voluntad popular.

¿Qué pasará entonces de ahora en adelante? La segunda vuelta no será solo una definición del nombre del presidente, sino una (al menos hasta este momento) discusión sobre qué tipo de organización social se pretende.

Seguramente los votantes sopesarán diferentes interpretaciones para definir su próximo voto (sistema vs. antisistema, peronismo vs. no peronismo, kirchnerismo vs. antikirchnerismo, democracia vs. autoritarismo, integración nacional vs. individualismo, estatismo vs. neoliberalismo, woke vs. antiwoke, miedo vs. hartazgo, cordura vs. locura, casta vs. anticasta, protección social vs. desarrollo de las propias potencialidades, pesos vs. dólares, continuidad vs. cambio, malo conocido vs. bueno por conocer, etc.) pero el resultado no será socialmente inocuo. Massa y Milei representan modelos de sociedad distintos.

En términos políticos, aunque ninguno de los dos tendrá mayoría propia en las cámaras del Congreso y se verán obligados a conseguir apoyos adicionales, la diferencia en ese proceso dependerá no solo de la personalidad de cada uno sino también de las exigencias de sus electorados.

Cualquiera sea el próximo presidente, correrá una carrera contra el tiempo para bajar la inflación, porque si no ofrece resultados relativamente rápidos se verá afectada su gobernabilidad.

Un plan de estabilización que funcione requerirá acuerdos que puedan suplir la ausencia de luna de miel, y un plan ortodoxo extremo probablemente tenga que recurrir a los decretos o a las consultas. A mayor profundidad de las reformas, menor viabilidad política. En cualquier caso, el sistema necesita a JxC como un ancla de estabilización política, que al gobernar casi la mitad de las provincias argentinas y ser la segunda minoría legislativa podría jugar un papel moderador y al mismo tiempo evitar una nueva fragmentación política como la que se inauguró en 2001.

En estas horas eso está pendiendo de un hilo, pero la responsabilidad por el futuro mediato debiera primar sobre los sentimientos o las preferencias coyunturales.

El apoyo de (en este minuto) unos pocos dirigentes a Milei es una apuesta de dudoso destino. Si Milei gana, ya he señalado la dificultad de satisfacer a un electorado ávido de cambios con pocos recursos políticos. Si pierde, habrá que ver hasta qué punto tiene la capacidad de lograr mantener unida una oposición que casi no tiene lazos en común. Su dinámica efervescente puede hacerlo crecer de golpe hasta la cima, o bien desvanecerse cuando baja la espuma.

Si toda la dirigencia de JxC decide salir a apoyar explícitamente a uno u otro contendiente, es difícil que ello no propicie una ruptura definitiva de la coalición o incluso de los propios partidos que la conforman. Es en los momentos límite donde mejor se advierte la calidad de los liderazgos. 

Publicado en Clarín el 26 de octubre de 2023.

Link https://www.clarin.com/opinion/prueba-consistencia-juntos-x-cambio_0_h2Veu3qIeV.html

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