miércoles 24 de abril de 2024
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Jugar con fuego

De cara a las elecciones de este año, Joe Biden pareciera estar utilizando acciones de política exterior para recuperar el terreno perdido desde la salida de Afganistán, a costa de agravar la beligerancia mundial.

Suena lógico, en el tablero del poder mundial, que los Estados Unidos confronten con China para dejar en claro que hará valer sus intereses, presionará por sus derechos y defenderá a sus aliados. Pero este no parece ser el contexto más oportuno para semejante osadía.

El mismo día en que la presidenta del Poder Legislativo norteamericano, la demócrata Nancy Pelosi estaba en vuelo hacia Taipei, capital de Taiwan, una columna de opinión del New York Times argumentaba la existencia de un nuevo Eje: Irán, Rusia y China como los grandes enemigos del mundo libre.

En esa línea, el lunes, Joe Biden anunció que luego de ordenar a la CIA un ataque con drones equipados con misiles Hellfire, en Kabul, mató a Ayman al-Zawahri, el líder de Al Qaeda que junto a Osama bin Laden idearon la destrucción de las Torres Gemelas en el año 2001. Fue la misión antiterrorista más exitosa jamás realizada en Afganistán, ordenada por un presidente que ignoró las críticas bipartidistas el año pasado para insistir en que era hora de que Estados Unidos terminara su misión en la nación devastada por la guerra. En un movimiento que pareciera coordinado, Pelosi viajó a Taipei en abierto desafío a China y con un amplio apoyo bipartidista.

China ha protestado enérgicamente por la visita de Pelosi a Taiwán y lanzó muy duras advertencias. “Una visita de ella a Taiwán constituiría una grave interferencia en los asuntos internos de China… y conduciría a una situación de graves consecuencias”, dijo el lunes el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian.

La misma Pelosi dijo a principios de este mes que el Pentágono había insinuado que su avión “sería derribado” si emprendía su visita, causando preocupación en el presidente Joe Biden quien declaró a principios de este mes que la evaluación militar de EE. UU. sobre el viaje propuesto era que “no es una buena idea en este momento”.

El viaje contraría la táctica del presidente Xi Jinping que ha aumentado la presión sobre la isla con una implacable campaña de hostilidad desde la elección en 2016 cuando la asumió la presidenta, Tsai Ing-wen, del Partido Democrático Progresista, de tendencia independentista. Esa política de dureza con Taiwán es clave para la credibilidad de Xi, que busca un tercer mandato sin precedentes como líder de China este año, por lo que el viaje es un reto directo a su liderazgo, además de atacar la idea de “Una China”.

Beijing respaldó sus críticas y amenazas con previsibles con ejercicios militares con fuego real, el sábado frente a la costa de Fujian – frente a Taiwán – y con maniobras similares durante su estadía.

Los números de las encuestas de Biden venían muy mal y varios demócratas comenzaron a cuestionar abiertamente su chance de reelección. Pero en las últimas semanas, los asuntos públicos internos han dado un vuelco: el precio del combustible bajó, el plan de infraestructura comenzó a rodar, se aprobó la legislación sobre seguridad de armas y la lucha por el aborto insufla nuevos bríos de cara a la campaña. A tono con esta mejora interna, los golpes externos acompañan y fortalecen la gestión e imagen de Biden – que además tuvo que sortear el Covid -: a los hechos ya enumerados se suma que Ucrania no sólo ha mantenido a raya a las tropas rusas, sino que ha iniciado una contraofensiva con sofisticadas armas provistas por la OTAN.

En un mundo en grandes dificultades sólo el tiempo dirá si las acciones de la administración Biden lo ponen más a salvo o lo convierten en un lugar cada vez más inseguro e impredecible.

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