sábado 20 de abril de 2024
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Joe Biden sortea el caos de Trump

Si desde el primer debate presidencial televisado entre Nixon-Kennedy la imagen tuvo la supremacía sobre la palabra, el debate de ayer entre Joe Biden y Donald Trump marcó el fin del uso racional de la palabra.

Si quedaba alguna duda sobre la decadencia de la política norteamericana –y por extensión a la de su “área de influencia”– el debate de ayer entre los candidatos Trump-Biden cerró la discusión. Asistimos a un estadio de degradación de la palabra y la deliberación jamás antes alcanzado. Es obvio que este proceso de putrefacción no empezó ayer, ni culminará mañana. También es obvio que sobre las miasmas de ese compost descansa la única posibilidad de éxito de Donald Trump quien repite el recurso del agravio y la “mentira patriótica” para lograr un segundo mandato. Cuanto peor den los sondeos, más “disruptivo” –palabra que aman los cultores de la no política– se volverá su discurso. El traje de amianto de Biden resistió el embate y más allá de lo que haya dicho en el debate, su principal logro fue haber sobrevivido a la retórica demencial del flamígero Trump

Ambos candidatos aferrados al atril como capitanes de barco, ambos ancianos luchando contra el desgaste de los años y el estrés del poder dejaron una imagen de cierto patetismo, sobre todo porque no hubo un solo resquicio para el debate, el mínimo intercambio de ideas o la posibilidad de acordar un piso de acuerdos. El blondo presidente interrumpió e intimidó al candidato Biden, quien a su vez llamó al presidente “payaso”. El moderador Chris Wallace –otro septuagenario para no desentonar- nada pudo hacer ante los desbordes de Trump.

En un momento, cuando Wallace le pidió a Trump –por enésima vez- que dejara que Biden terminara una de sus respuestas, Biden respondió: “No sabe cómo hacer eso”. El demócrata se puso a Wallace de su lado por el sólo hecho de mostrarse apegado a las reglas que trataba de imponer, y soltó algunos jabs como: “Eres el peor presidente que ha tenido Estados Unidos”. El show fue eso, una especie de “Cantando 2020”, un espacio en el que el escándalo es más codiciado que el talento.

En la previa los republicanos lanzaron en las redes sociales la idea de que Biden usaría un auricular, o de que “usaría drogas” como le gusta chicanear a Trump sobre su oponente.

Trump menospreció tanto la figura de su rival, en la previa, que sus partidarios se sentaron a ver el aplastamiento de Biden. Pero eso no ocurrió, ni por asomo, por lo que seguramente se sintieron decepcionados por su líder.  

A Biden, que es el favorito, le alcanzó con resistir y no ofrecer flancos débiles ante un discurso pobremente articulado de Trump frente a todos los tópicos que se trataron como excusa para la agresión.

Pero el asunto más grave de la noche, para el sistema político, fue la ratificación de Trump –lógica para alguien acorralado por la sombra de la derrota– de sus repetidas e infundadas acusaciones sobre fraude electoral generalizado que se avecina, la que se complementa con su amenaza de negarse a una transición pacífica del poder, ante una derrota en las urnas. La semana pasada, dijo que espera que la contienda “termine en la Corte Suprema”, institución en la que ya ha colocado a dos jueces y con otra jueza en camino. El Poder judicial como reaseguro de la dominación de los bloques conservadores también se irradia hacia la “zona de influencia”, complementada con la designación de la administración Trump de más de 400 jueces federales –cifra única para un mandato presidencial- , la mayoría de ellos entre 40 y 50 años de edad promedio, lo que asegura un largo tiempo de “estadía” en puestos claves de decisión.

Trump dijo ayer que “contaba con” la Corte Suprema para “ver las boletas”, con un sistema de votación por correo al que calificó “ser un desastre”. “Esto va a ser un fraude como nunca se ha visto”, remató.

Es seguro que Trump opera su discurso desquiciado con encuestas como la de Yahoo News/YouGov, las que afirman que sólo el 22 por ciento de los estadounidenses esperan que las elecciones presidenciales sean “libres y justas”. El presidente se ha mostrado muy eficaz en darle asidero a todos los relatos desintegradores de la racionalidad: terraplanistas, antivacunas, segregacionistas, neonazis y conspiracionistas de toda laya, cuentan con su apoyo disimulado, pero eficaz, para representarlos.

En última instancia, un segundo mandato de Trump sería posible en tanto referéndum de su gestión hasta aquí. Los temas repasados en el debate y la incertidumbre sobre el futuro tampoco son una ayuda para él. A principios de este mes, las muertes por coronavirus superaron las 200.000, recordó Biden. Las escuelas y los negocios todavía están cerrados, y la economía está hecha jirones.

Joe Biden dijo ayer: “Más gente morirá, a menos que Trump se vuelva mucho más inteligente, mucho más rápido’ con el Covid-19”.

Por otro lado, la campaña de Trump por la ley y el orden ha fracasado en gran medida, en parte porque sus terribles advertencias sobre una comunista “América de Biden” hacen referencia a los disturbios que ocurren en un país donde Trump, es el presidente. Aquí Trump dejó otra perla cuando dijo que la violencia racial era de izquierda y no de derecha, pidiendo a la agrupación supremacista blanca Proud Boys que “Retroceda y espere”, en vez de condenarla.

Las agrupaciones antirracistas reaccionaron rápidamente en las redes. “Retrocede y espera, es la frase de la noche. Lo que dijo Donald J. Trump a la mayor amenaza terrorista doméstica de nuestro tiempo: los supremacistas blancos”, tuiteó Ibram X. Kendi, autor de How to Be an Antiracist.

Para el presidente actual, el miedo y la ira son motivadores confiables en las elecciones, y seguramente asentará sobre estos dos pilares los próximos dos debates – si es que los hay – si quiere cambiar su, hasta aquí, destino de derrota.

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