miércoles 9 de octubre de 2024
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Javier Milei explora el mileísmo

El gobierno obtuvo – se dice – una victoria consiguiendo la aprobación parcial de la ley Bases en Diputados. Me parece que más allá de los contenidos convalidados, vale la pena analizar el proceso político de esta reforma legal de gran alcance. Lo hago sin conocer qué ocurrirá en el Senado, que sólo podría cerrar de por sí el trámite si rechazara el proyecto o si lo aprobara sin cambios (si introdujera modificaciones se complejizaría el trámite en arreglo al artículo 81 de la Constitución: dependiendo de los resultados de la votación, el proyecto, con sus revisiones, volvería a Diputados, o iría a las manos del Poder Ejecutivo).

Pero lo que quiero destacar aquí es una cuestión de fondo: la pugna entre preferencias de procedimiento para tomar decisiones. En una palabra, entre un procedimiento unilateral y un procedimiento de aproximación negociada a un resultado. Milei hizo su diagnóstico al principio, según sus preferencias. Ese diagnóstico ha sido derrotado. Si quisiéramos darle alguna profundidad a la cuestión, podríamos decir que estuvieron en juego concepciones diferentes sobre las instituciones, en especial sobre el papel del Congreso.   Milei no consiguió en abril un triunfo que le habría salido más caro, ni retiró el proyecto en medio de la votación porque se habría “ofendido”. Milei se retiró en febrero y volvió en abril por la misma razón: aceptar a regañadientes que la estrategia unilateralista era inviable (tan inviable, de momento, como la estrategia obstruccionista). O sea, más allá de los contenidos la pugna fue por quién o quienes podían tomar decisiones y cómo (al decir esto no hago más que hacerme eco de lo que fue dicho mil veces por parlamentarios: “el Congreso no es una escribanía”). Milei disfrazó su derrota de victoria, y la disfrazó bastante convincentemente para el público, pero fue una derrota. No descartó el unilateralismo, sino que se lo guardó para una mejor oportunidad, en este caso electoral, que tendrá a fines de 2025.

Milei no se ensució las manos en una negociación, aunque sería ilusorio pensar que ésta no tuvo costos para él. La victoria fue de la oposición dialoguista, aunque parezca increíble. A vuelo de pájaro, se puede ver que los contenidos fueron mejorados hacia un gradualismo y una moderación. El kirchnerismo sufrió una derrota dura. Y ese fantasmático centro moderado, sacó, quizás, todo el provecho posible de la posición en que las elecciones y las reglas de traducción de votos en bancas lo pusieron (sacó partido asimismo de presiones sobre el gobierno, provenientes del FMI y de potenciales inversores, que aprecian mucho los acuerdos institucionales que estabilicen el rumbo). A mi juicio este éxito es una buena noticia, bastante imprevista, dado que tenía la impresión de que el centro moderado se iba a quedar sin juego. Hay una cosa: tiene algunos hábiles negociadores, la competencia parlamentaria no es un dato secundario. Ese centro, internamente bastante dividido, fue capaz de aprovechar al máximo el margen de acción que le otorgaban los números, acompañó así a la derecha política, un gigante invertebrado (como llamaba el gran John William Cooke al peronismo), pero sin dejarse absorber por ella, sino incidiendo decisivamente sobre el rumbo del proyecto de ley.

Más allá, entonces, de los cambios que la ley Base vierte sobre el estado, la economía y la sociedad, focalizando en el proceso político parlamentario, se pueden sacar algunas conclusiones tentativas (muy tentativas, recuerdo que falta saber qué ocurrirá en el Senado): una de ellas es que ha aumentado la ansiedad de Javier Milei (esto es conjetural, no tengo ninguna información que lo corrobore). La ansiedad de Milei tiene que ver con dos cuestiones. La primera, se centra en la evolución macroeconómica, en ella Milei está ganando tiempo (con la caída de la inflación) pero no mucho. La segunda, es la que nos importa más aquí, encontrar la oportunidad de conferir cohesión política a la masa de sus simpatizantes o aquellos que otorgan confianza al gobierno (en un momento en que es difícil asegurar si su número se sostiene o se reduce). No se trata de una coalición interpartidaria, eso es más contingente y dudoso. Se trata en cambio de un “mileísmo” hecho y derecho. Una base de acción y de gobierno, que se constituya a partir de una red de redes y del personal político carrerista de todos los distritos. Por ende, el presidente va a intentar asegurarse esa base política en la primera oportunidad (había confiado en la dolarización, luego en la batería legislativa, pero no resultaron). La primera oportunidad no es el Pacto de Mayo (más bien una representación teatral del poder de Milei). Sino las elecciones de medio término. Como avanzar puede avanzar mucho, porque no tiene diputados propios en juego (casi no tiene bancas y las que tiene son flamantes), en cambio sí los tienen casi todos los otros bloques. Y no hay ningún motivo para creer que no se pueda transferir poder internético a poder territorial. Esto puede o no ocurrir. Complementariamente, los distintos bloques tienen que haber extraído conclusiones de esta experiencia (o más bien habrán de extraerlas luego de la votación en el Senado). La más obvia es que el unilateralismo, por muy tentador que sea (ya que permite el exhibicionismo mesiánico y promete ejecutividad) no paga (al menos ahora). Ni soñar con una blitzkrieg (creo que a Milei le espera, más que una guerra relámpago, algo así como una de trincheras, aunque no de frentes fijos. No se sentirá para nada a gusto). En el caso del incierto centro, ¿encontrará en el episodio más incentivos para cohesionarse o al menos articularse de modo tal de poder aprovechar su escaso número y su valiosa posición? Quizás. Ojalá. En el caso de la oposición dura, es posible que esté sonando una alarma: de mantenerse en ese punto, corre el riesgo de su desgranamiento.

Un gran problema para Milei es obvio. Conjugar la trayectoria económica con el proceso de formación de su base política. Aunque a primera vista parece imposible, no lo es. Es apenas difícil. Con algo de suerte, Milei podría fundar las bases de estabilidad de una Argentina mucho más conservadora que liberal (Alberdi, al fin y al cabo), en la que las inequidades acumuladas en las últimas décadas se consoliden. Una base social popular no ha de faltarle.

Pero, enfatizo, uno de los peligros que amenazan a Milei, es el propio Milei. Recuerdo la película de Fellini de 1978, Ensayo de orquesta. El director se desvivía por mantener orden entre los ejecutantes, en un ensayo en el que reinaban las reyertas entre ellos, y las conductas disipadas. Fue inútil, y al cabo sobrevino una catástrofe. La política argentina es diferente, si no opuesta: la batuta la tiene un director que se desvive por sacar de quicio a todo el mundo, al tiempo que espera tener a todo el mundo ejecutando permanentemente su partitura y del modo más arrebatado. En cambio, hay entre los músicos algunos responsables (unos pocos, pero tampoco hace falta que lo sean todos). Hoy por hoy la política (que está pasando por el Congreso y subsidiariamente por los gobernadores) tiene una configuración precaria. Una de las razones es, precisamente, que el fiel de la balanza es, como tal fiel, muy angosto. Y si no se cuenta con él, el escenario político puede tornarse aún más incierto. No sabemos cómo será reformulado este cuadro en 2025: para las elecciones legislativas falta aún una eternidad.

Publicado en www.tn.com.ar el 6 de mayo de 2024.

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