jueves 21 de noviembre de 2024
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Javier Milei apuesta a recrudecer “la polarización” con la casta tras su veto a la reforma jubilatoria

Javier Milei siempre se fortalece en la pelea. Y cuanto más solo está peleando, más se entusiasma, ese es su estilo, su forma de plantarse ante sus enemigos y ante la sociedad, y algo que además parece satisfacerle personalmente. 

De ahí que se haya sentido desde el principio en su salsa cuando se le presentó la primera oportunidad para vetar una ley del Congreso. 

Ante todo, aclaremos: que los presidentes veten leyes no es tan raro ni problemático, menos cuando sus legisladores son una minoría muy estrecha. Le pasó a Cristina Kirchner, justamente sobre el tema previsional, pese a que enfrentaba una oposición muy dividida y apenas capaz de formar mayoría: Cristina vetó una ley que consagraba el 82% móvil, y también adujo que era impagable y un engaño de los opositores, en octubre de 2010; y no pagó un alto costo por hacerlo; de hecho, meses después sería reelecta por un margen impresionante. 

También Mauricio Macri recurrió al veto, y varias veces, contra leyes que votaron de común acuerdo kirchneristas y massistas más algunos legisladores federales y de izquierda; todas dirigidas a aumentar los gastos, reducir los ingresos y afectar de modo más o menos directo la consistencia (que no era mucha) de su programa económico: bloqueó así normas que le impedían subir tarifas y reducir subsidios, una ley de emergencia ocupacional contra los despidos, también una previsional que establecía prestaciones especiales para veteranos de Malvinas, y hasta una que protegía a pacientes con trombofilia y otra que expropiaba el Hotel Bauen. 

Si usó mucho más que CFK este instrumento fue, claro, porque estuvo todo el tiempo en minoría en el Congreso y sus adversarios tuvieron mucho más fácil ponerse de acuerdo en su contra. Y fue tal vez porque se vio tantas veces en ese brete que se apuró a justificar el veto de Milei contra la norma que sus propios senadores votaran para actualizar las jubilaciones. 

Más allá de todo esto, Milei además sabe que para él es un buen negocio enfrentar al Congreso: lo viene haciendo desde que asumió, con el recurrente maltrato a los legisladores, incluidos los aliados y hasta a veces los propios. 

El Parlamento es la encarnación acabada de lo que él llama “la casta”, está muy deslegitimado y en él imperan todavía las visiones más reacias a ajustar la economía y en particular el gasto, los roles y el tamaño del Estado. Así que pelearse con los diputados y senadores le sirve para mostrar que la disyuntiva que enfrenta la sociedad argentina se reduce a estar de su lado y apoyar un cambio hacia mejor, o estar con los responsables del fracaso y resistir el cambio. 

El argumento de los bloques opositores de que ellos “defienden los derechos adquiridos de los jubilados” queda así devaluado o desdibujado por un conflicto más general y abarcativo: todos, incluidos los jubilados, vamos a estar mucho peor si Milei no logra sostener el superávit fiscal y vuelve a desatarse una inflación galopante. 

Hasta ahí todo está bastante claro. Y se entiende que el presidente no haya dudado en anunciar que vetaría la ley en cuestión, y que no lo haría con vergüenza o disimulo, entre bambalinas, sino que pretendía convertir esa decisión en todo un espectáculo: un motivo de orgullo y la oportunidad de fortalecer su imagen como el único decidido y capaz de sostener el rumbo, enfrentando a todos los que conspiran en su contra y defienden, abierta o solapadamente, el lastimoso statu quo que venimos padeciendo. Polarización al mango, una vez más, en la que Milei siempre gana. 

Pero ¿no había acaso un costo colateral de todo ese show, que el Gobierno tal vez podría disimular, pero no ignorar? Ese costo colateral iba a ser indisimulable en términos de confianza económica. Para empezar, de los inversores. Pero también, a la larga, del resto de los actores. 

Y es que si un presidente está obligado a vetar leyes es porque ha perdido el control del Congreso. Y no ha logrado evitar que distintos actores de oposición, más allá de que algunos compartan con él otros objetivos, en el tema en discusión se unen en su contra. Y cuando el “tema en discusión” es suficientemente relevante, es decir, es gravoso para las cuentas públicas, que el gobierno no logre al respecto imponer sus puntos de vista más que con un recurso de última instancia habla mal de las chances de que su programa se sostenga. Mucho más, de que gane consenso, sea compartido por otros, y asegure cierta estabilidad a mediano y largo plazo. 

Milei, para empezar, venía enfrentando ya por otros motivos serios problemas de confianza. En los últimos tiempos las dudas de los operadores económicos sobre cómo va a lidiar con el cepo y el retraso cambiario, si va a juntar o no los dólares para pagar los servicios de la deuda que tiene por delante, y si su estrategia alcanza para seguir reduciendo la inflación y sostener al mismo tiempo una aunque sea modesta recuperación están a la orden del día. 

Además, la ley de movilidad previsional afecta el ítem por lejos más importante del gasto público y recibió un apoyo muy amplio: 2/3 en ambas cámaras, algo que en la fragmentada política argentina casi nunca se consigue, y en los últimos años, jamás se vio. 

A lo que se suma otro problema, que despuntó con la discusión previsional: los temas en que el Gobierno tal vez enfrente decisiones del Congreso incompatibles con su programa económico y su estrategia política puede que se multipliquen muy pronto. Milei probablemente se convierta en los próximos días en el primer presidente que sufre el rechazo legislativo a un DNU; antes o después de eso tal vez enfrente una ley parecida a la de movilidad jubilatoria pero sobre las universidades; y pronto también puede que tenga que vetar capítulos enteros del presupuesto de 2025, es decir, cuando por primera vez busque aval del Congreso para legitimar su gestión del gasto público, algo que se evitó al empezar el mandato prorrogando el presupuesto de 2023. 

Milei proclama a los cuatro vientos que nada de eso le importa, porque va a repetirse una y otra vez, en el peor de los casos, lo que hoy sucede: los opositores votan y él veta, y la sociedad se divide entre apoyar a quienes votan o vetan, aunque al final una porción suficiente entiende que necesita más de los que vetan que de los que votan. 

Pero lo cierto es que nadie sabe si esto se va a repetir, una y otra vez. Si el conflicto entre la “mayoría” legislativa y el Ejecutivo se mantendrá en un loop de polarización recurrente y más o menos estable. O sucede algo distinto: por ejemplo, que la gente se cansa del conflicto permanente y pasa a rechazar tanto a unos como a otros, empieza a buscar, de nuevo, reemplazos fuera del sistema para actores cada vez más desgastados por no poder hacer funcionar el sistema. Lo que tiene más chances de suceder si la economía no repunta. Y la economía a su vez tendrá menos chances de repuntar si no hay inversiones, porque los inversores se niegan a poner un mango en un país que está, como suele sucederle, en conflicto permanente, donde no se sabe si mañana va a imponer sus ideas el Gobierno o la oposición, y las ideas de unos y otros son radicalmente distintas. 

Así que la polarización y el conflicto de momento a Milei le convienen, pero no le sirven para resolver todos los problemas que tiene entre manos. Sobre todo, no le sirven para resolver el déficit de confianza: a mediano plazo pueden salirle muy caros en ese terreno, y él va a volverse cada vez más decisivo. 

Y más caros le van a salir cuanto más temas económicamente relevantes caigan en este torbellino de proyectos de ley inconsistentes con el programa económico y rechazos de última instancia con que el Ejecutivo defiende esa precaria consistencia. 

Fue por lo complejo de este desafío al que quedó sometido, en que se entrelazaron sus déficits económicos y políticos de un modo potencialmente destructivo, que la prédica de Mauricio Macri a favor de una cooperación más articulada y sistemática entre LLA y el PRO, y un involucramiento directo del propio presidente en las gestiones legislativas, finalmente dio algún fruto. Y Milei aceptó reunirse, por primera vez, con las conducciones y miembros prominentes de las bancadas de diputados de esas fuerzas (y del MID, desprendido tiempo atrás del oficialismo). 

El giro le aseguró apoyos expresos suficientes no solo para despejar la posibilidad de una insistencia parlamentaria contra el veto en esta ocasión, sino también en caso de que la situación se repita con otros temas semejantes, y la posibilidad de que algunos proyectos oficiales, sobre todo el presupuesto, avancen con menos inconvenientes. Más en general, puede que abra un escenario de menos imprevisión en las relaciones entre Ejecutivo y Legislativo, algo que las actuales autoridades de las cámaras y las bancadas oficialistas no han logrado resolver por su cuenta. 

Todo eso es ganancia para Milei. Y también en alguna medida para Macri, que de momento podrá sepultar en el olvido esas idas y vueltas un poco esquizofrénicas con que manejó la votación de sus senadores sobre el tema previsional. Pero que fueron necesarias para someter al Gobierno a una situación de stress, y luego ofrecerle el analgésico que a él le conviene. 

Lo que, de todos modos, dejó en la conciencia del oficialismo una marca difícil de borrar: la cooperación que pueda tejerse entre los libertarios y la oposición dialoguista (macrista y no macrista) en los próximos meses no va a hacer que los primeros cambien de opinión sobre la inconveniencia de compartir el poder: de hecho, habrá coordinación, pero no habrá interbloque, y tampoco ingreso masivo de macristas a la gestión. 

En alguna medida, incluso, la distancia entre unos y otros se ha profundizado, por los votos y el veto, las acusaciones cruzadas y también por chisporrotazos que acompañaron todo este entuerto (por la nominación de Ariel Lijo y más en general los planes oficiales para reformar la Justicia de la mano del kirchnerismo, el manejo de los servicios de inteligencia, los simultáneos conflictos por la coparticipación y los subsidios entre nación y CABA, etcetc). 

Con lo cual la construcción de confianza, tanto en materia política como económica, seguirá siendo seguramente el capítulo más deficitario de nuestra vida pública. Como casi siempre ha sucedido.

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