sábado 21 de diciembre de 2024
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Intolerancia, ditirambos y mesianismos

El presidente Milei pareciera corroborar que nuestra historia parece escrita no por “un idiota lleno de sonido y de furia”, según reza la traducción literal de la tragedia de Shakespeare, sino por Valle-Inclán, gallego, genial dramaturgo y creador del esperpento, sobre todo en su incomparable novela Tirano Banderas (1926), precursora de la saga sobre los dictadores latinoamericanos.

Poco antes de morir, Simón Bolívar, en una carta enviada al general Flores, ya había advertido, en 1830, que estas tierras caerían en manos de “tiranuelos casi imperceptibles, de todos colores y razas”. Nicolás Maduro ilustra a la perfección este terrible pronóstico.

Con respecto a nuestro país, me atrevo a sugerir que uno de los principales fundadores de nuestra cultura fue el Viejo Vizcacha, quien impartió sus enseñanzas a las diversas capas de inmigrantes que comenzaban a llegar al mismo tiempo que José Hernández inventó a este personaje. En la larga proyección de nuestra historia, por periodos muy poco republicana, encontramos múltiples rastros de abusos, intolerancias y acomodo sistémico.

Entre Roca y Perón se sucedieron diversos dirigentes que no desentonaban demasiado con el resto de los países “civilizados” de la época. Sin embargo, como bien lo expresó el tango “Cuesta abajo”, la degradación fue cada vez más notoria, comenzando por la ya no tan invisible Isabel Perón, cuya escasa preparación para gobernar fue manifiesta, aun cuando haya que reconocerle que tuvo la dignidad de no pactar con sus carceleros y permaneció más tiempo presa que muchos de los dirigentes que después la denostaron.

El ditirambo es una figura de la retórica clásica que consiste en llevar al extremo las alabanzas que se hace de una persona. Por ejemplo, Néstor Kirchner, cuando en 1994 dijo en el discurso de inauguración del aeropuerto de El Calafate que Menem “es el mejor presidente que ha tenido la historia argentina”. Carlos Menem podría tener muchos defectos, pero nunca se le ocurrió decir de sí mismo que efectivamente él lo era.

En cambio, su presunto émulo en estos días, no tiene ningún sentido del ridículo cuando sostiene, de un modo comparable al de las historietas de superhéroes (Conan & Cia) que Trump y él son los mayores dirigentes del Planeta Tierra. La megalomanía es una condición neurótica, bordeando con la psicosis, que necesita de las hipérboles como el sediento del agua.

Son muchos los testigos que han afirmado que Trump tiene la madurez emocional de un chico de diez años. Hay varios volúmenes dedicados a examinar este fenómeno que socava los fundamentos de la democracia republicana a fuerza de mentiras y de un delirio que resulta difícil evaluar con herramientas racionales, algunas de las cuales las proporciona Giuliano da Empoli, autor de El Mago del Kremlin, en su meduloso Los ingenieros del caos.

Justamente, el gran acierto de la extrema derecha global es haber sabido captar, con la intervención decisiva, en sus comienzos, de Steve Bannon, que la bronca, la rabia y las “puteadas” causaban mucho más efecto que cualquier argumento. Hasta donde conozco, fue Stalin el primero de los grandes dictadores en percatarse que encausar el odio y las emociones era manejar gran parte de los procesos políticos. El segundo fue Hitler.

Es increíble que cada vez que se desnudan los comportamientos de estos líderes, que poco tienen que ver con inclinaciones altruistas, se enfurecen y cargan sobre la prensa, que cualquiera sea su orientación, tiene el mérito de no estar hecha desde el cobarde anonimato que posibilitan las redes sociales.

En el lejano 2004 alerté, desde un pequeño semanario de provincias, que la concentración del poder que comenzaba a forjar Kirchner poco tenía que ver con el mejoramiento de la situación económica, después del desastroso colapso de la convertibilidad. Este proceso tuvo su punto cúlmine cuando su viuda, en 2011, proclamó “vamos por todo”.

El presidente Milei, que simbólica y metafóricamente quiere suprimir a cualquiera que no comulgue con sus ideas, debería también comprender, como lo tuvo que hacer su predecesora, cuando falta apenas un mes para su primer aniversario, que las inclinaciones autoritarias y autocráticas no se sostienen sólo por los trollers contratados por el Estado, sino por una compleja simbiosis entre representados y dirigentes.

Tanto él como Cristina Kirchner están convencidos que gobierno y Estado son una sola y una misma cosa, tal como se revela en la carta enviada a los funcionarios de Relaciones Exteriores, según la cual los intereses del país quedan subordinados exclusivamente a lo que piensa el presidente. ¿Y qué piensa? La voltereta en relación con China vuelve difícil hacer un pronóstico.

Antes de que la ejecutaran, Madame Roland exclamaba hace más de dos siglos: “Oh libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre”. Utilizar el Estado, pretender destruirlo desde su interior, sólo para asegurar un mayor control en las decisiones, me hace recordar a un gran filósofo, Georges Bataille, mucho más cerca de nosotros, quien formuló con lapidaria concisión: “No se puede ser rebelde para perfeccionar la sumisión”.

Publicado en Clarín el 4 de noviembre de 2024.

Link https://www.clarin.com/opinion/intolerancia-ditirambos-mesianismos_0_MrZ1a1SYGo.html?srsltid=AfmBOooiT3tcOllw56oH3ZFZIBX9H_q-OfEnc2Oo0j8FbpQ3suxXKDW2

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