Opacados por el brillo que naturalmente genera la reunión de los líderes de las mayores potencias económicas en el Grupo de los 20 (G20), casi simultáneamente se realizaron los encuentros anuales de la APEC (sigla en inglés de Cooperación Económica Asia-Pacífico) y la Cumbre Iberoamericana, con resultados desiguales que volvieron a poner a la vista el debate sobre por qué algunos mecanismos de integración funcionan bien y otros no.
Hay algunas similitudes entre los tres foros; entre ellas, que sus declaraciones se adoptan por consenso de sus miembros y no por mayoría, y que no son vinculantes. Las principales diferencias radican en el peso específico de cada uno de ellos en el concierto mundial y en el enfoque de sus agendas.
El G20 reúne a las 19 mayores economías –incluida la Argentina– y a la Unión Europea y la Unión Africana. Representa dos tercios de la población mundial, 85% del producto global y 75% del comercio internacional. Su objetivo original es la discusión de políticas que promuevan la estabilidad financiera global –de hecho, su creación fue consecuencia de la crisis de 2008–, aunque su agenda fue extendiéndose a asuntos como la gobernanza, el trabajo, la alimentación y el cuidado del ambiente.
La APEC nuclea a 21 países que reúnen alrededor de 40% de la población mundial, 60% del producto global y 50% del comercio internacional, y su propósito está orientado a la coordinación económica y la cooperación entre sus integrantes, y el intercambio comercial.
En tanto, la Cumbre Iberoamericana agrupa a 22 países que representan 9% de la población mundial, 9% del producto global, sin datos actualizados sobre el volumen del comercio, y su enfoque está dirigido a los grandes temas de contexto político, tales como democracia, gobernabilidad, educación, infancia y juventud, innovación tecnológica y migraciones, entre otros.
Con abundante cobertura en la prensa argentina, la reunión del G20 se pronunció a favor de un mayor combate al hambre y del cobro de impuestos a las personas ultrarricas. Eso fue posible gracias al original consenso ma non troppo del presidente Javier Milei, quien rubricó el documento a fin de “no obstaculizar la declaración de los demás líderes”, pero al mismo tiempo dejó sentadas sus múltiples disidencias.
No dejó de ser un gesto pragmático –lo mismo que los términos públicos de su conversación con el presidente de China, Xi Jinping, después de haber llamado “comunista” y “asesino” al régimen de Pekín– detrás del cual estuvo la delicada mano de la diplomacia profesional argentina, por más que la Cancillería aparente estar temerosa y hasta paralizada después de las recientes amenazas del Presidente, según fuentes del Palacio San Martín.
Con todo, incluidas algunas desprolijidades en materia de organización, quedó la impresión general de que el encuentro tuvo éxito –sobre todo, para los fines del anfitrión Brasil–, dado el nivel de la concurrencia y el consenso, que en algún momento pareció amenazado, para emitir la declaración final.
Mucho menos reflejadas por los medios locales, inmediatamente antes del G20 sesionaron la APEC, en Lima, y la Cumbre Iberoamericana, en Cuenca, Ecuador, con resultados contrastantes.
Los asistentes a la capital de Perú –también de alto nivel, incluida una reunión bilateral entre Xi y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden– aprobaron sin sobresaltos la Hoja de ruta de Lima para promover la transición a la economía formal y global, un conjunto de lineamientos con el que aspiran a combatir la informalidad, mejorar la situación de sectores vulnerables y fomentar el comercio global inclusivo.
En cambio, la cita en Cuenca se caracterizó por la ausencia general de líderes –solo estuvieron el rey de España y los presidentes de Andorra, Ecuador y Portugal– y por la falta de consenso para emitir un pronunciamiento, por lo que 18 de las 19 delegaciones participantes suscribieron una declaración considerada extraoficial. El país disidente, el que impidió la unanimidad, fue la Argentina. El texto en cuestión plantea el combate al crimen transnacional, la erradicación de la desnutrición y la lucha contra el cambio climático, entre otros temas.
¿Por qué algunos mecanismos de integración funcionan mejor que otros? La proporción de la población, el producto y el comercio globales no lo explica todo. La Alianza del Pacífico no es tan representativa en ese aspecto, pero sus cuatro miembros, que reúnen poco más de 233 millones de habitantes y un producto bruto de 2,3 billones de dólares, exportaron por valor de 771.000 millones de dólares e importaron por 824.000 millones en 2022, según datos del gobierno de Colombia. Mientras tanto, los cuatro socios del Mercosur –aún no había sido incorporada Bolivia–, fundado 20 años antes, con más de 275 millones de habitantes y un producto de 2,7 billones de dólares, vendieron el mismo año por 450.000 millones de dólares y compraron por 403.000 millones, según datos de la Cepal.
Acaso haya que buscar la razón en los objetivos de cada una de esas organizaciones. La APEC y la Alianza del Pacífico están más orientados a la economía y el comercio. Por eso Perú, que es miembro activo de las dos, sigue siendo un destino atractivo para las inversiones y tiene la tercera tasa de riesgo país más baja de la región con 155 puntos a fin de octubre pasado, solo superada por Uruguay y Chile, pese a sufrir una inestabilidad política que lo llevó a haber tenido seis presidentes en los últimos ocho años.
Hace varios años, cuando aún estaban en su esplendor la Unasur y la Celac, consulté al expresidente uruguayo Julio María Sanguinetti acerca de la proliferación de mecanismos de integración. Me respondió: “Primero habría que saber si la integración jurídica y política realmente fue un progreso. Yo creo que hemos agregado instituciones y ellas no necesariamente han expresado madurez. Por ejemplo: la Unasur, a mi juicio, no fue un avance, fue un retroceso, porque es imaginar a América Latina sin México y eso, lejos de ser una apuesta al futuro, es un retroceso de visión. El hecho de que México tenga un tratado de libre comercialización con Estados Unidos no lo aleja culturalmente. México es parte sustantiva de nuestra vida cultural, de nuestra manera de ver y pensar el mundo. Entonces, ha habido mucha expansión institucional, pero no necesariamente progreso.”
¿Habrá llegado la hora de una racionalización de los mecanismos de integración?