El jueves pasado, en un acto de Madres de Plaza de Mayor, Hebe de Bonafini hizo un discurso con amplia repercusión en la prensa. No obstante, opino que sus dichos, si se los analiza en el contexto de la dramática situación del país y, como corresponde en estos casos, con una cierta dosis de suspicacia, dejaron bastante tela para cortar.
Dijo Hebe que hay que hacer una pueblada en caso de que Cristina sea puesta presa o condenada, que ella se merece esa movilización porque es preciso agradecerle todo lo que les dió y que hay que planificar cuidadosamente la manera de hacerla, porque no será tarea sencilla.
Los medios aseguran que la cercanía de Hebe con la expresidente es un hecho que no requiere demostración. De manera que el avance cotidiano del alegato fiscal en la causa “obra pública” de Santa Cruz está haciendo entrar a Cristina en el ojo del más ominoso huracán. Está claro que la expectativa de ella y de su círculo cercano contempla una sentencia lapidaria.
No demos eso por definitivo, falta escuchar a la defensa y sus argumentos técnicos, si los tiene, y falta que la deliberación de los jueces valore que las pruebas, aunque contundentes, redondean las figuras penales y perforan el principio de inocencia, paso que en el derecho penal liberal debe darse aún frente a un crimen tan pérfido como es la corrupción de los gobernantes.
El gobierno nacional que nos toca padecer nunca fue una coalición, como con ingenuidad se lo vino analizando hasta hace poco. En todo caso, fue el resultado del éxito electoral de un pacto espurio, lleno de cláusulas secretas que tal vez nunca lleguen a la luz pública. La idea del presidente títere no es del todo acertada pero sí lo es que el presidente adquirió compromisos que no pudo cumplir.
La caída de la ministra de justicia Marcela Losardo, en marzo del año pasado, y su reemplazo por la pareja entre Martín Soria y Juan Martín Mena, del riñón cristinista, fue la culminación de sordos enfrentamientos entre el presidente y la vicepresidente en torno a la crucial cuestión de evitar a cualquier costo la condena de Cristina.
Antes y después de ese reemplazo, toda la política de justicia del cuarto kirchnerismo fue lo más parecido a una comedia de enredos. Desde la nominación de Rafecas para el cargo de procurador hasta el proyecto de federalizar la Corte Suprema con 24 miembros, la sucesión de disparates es interminable pero muestra al desnudo a Fausto y al diablo, atormentados los dos por un pacto inane.
Lo esencial para el kirchnerismo (y para el peronismo en general) es permanecer en el mando. El derrumbe de un presidente peronista ante una crisis de gobernabilidad es el infierno tan temido. Los dos factores en los que puede manifestarse la pérdida de poder, el disturbio en las calles y las corridas de mercado parecen conjurarse para coincidir en este aciago 2022.
Pero, la peor pérdida de autoridad es que los juicios por corrupción lleguen a una para ellos fatídica condena. 2023 trae el augurio más nefasto: que se fije una pena de prisión contra Cristina por delitos contra el Estado. El triunvirato entre Alberto, Cristina y Sergio se conformó para aventar el colapso económico pero frente al fallo inminente esa salida ni siquiera alcanza.
Mucho se argumenta sobre que las apelaciones podrían dilatar sine die el traje a rayas para Cristina o que los fueros podrían extenderse con un nuevo mandato como senadora. Eso es cierto. Sin embargo, la pueblada que Hebe propone a instancias de Cristina busca frenar un trance de debilidad insoportable, que se ve sellado por una Corte Suprema firme y recta.
A su vez, que a la pueblada “hay que ir armándola porque hay que pensarla muy bien” pero a Cristina hay que “defenderla con todo” porque “la justicia somos nosotros” son frases significativas de Hebe. Pregunto ¿por qué esta señora tan drástica se puso de repente tan reflexiva y racional para impulsar la movilización? Un horizonte de indulto a la vista es una respuesta posible, un probable nudo del pacto secreto, desatado ahora por la desesperación.
Mientras hubiera esperanza de zafar con las mil estrategias ensayadas por sus adictos sobre la legislación, los tribunales, los servicios, la prensa, los organismos Internacionales y la academia el recurso in extremis podía quedar en reserva. Pero los tiempos se agotan. En los primeros meses de 2023 se estima que el tribunal competente dictará la sentencia y las apuestas corren en contra por 4 a 1.
Es controvertido que un indulto se dicte a favor de alguien sólo procesado. Eso pudo haber convencido a Cristina para no jugar la carta. Pero, el hecho originario de que con el pacto se puso como vicepresidente y que, más allá de las falencias de Alberto, ella no quiera reemplazarlo muestra que la manida lapicera también sirve para aplicar este remedio.
Claro, lo más determinante de un indulto es que el beneficiado sale del juego. Dado que este perdón borra la pena pero no el delito, Cristina sabe que su rol activo y protagónico en la política argentina termina ese día. Si es leal a las reglas observará con contrición su nuevo estatus; si no lo es, seguirá dando órdenes desde Calafate, aunque estoy seguro de que muy pocos peronistas le harán caso.
El indulto requiere dos condiciones. La primera, que haya un clamor que no lo mencione pero que se rasgue las vestiduras proclamando que como Lula, Cristina es víctima de una confabulación para proscribirla. Hebe se está encargando de eso. La segunda, que el presidente de turno resuelva asociar su nombre a una ignominia tan grave contra la República y estampe su firma.
El triunvirato, con sus precarias reglas de convivencia, encierra este dilema terrible del presente argentino. Si Alberto se hubiera ido del poder y si Cristina lo hubiera acompañado en la huida, Sergio hubiera podido llegar a presidente por el mecanismo de acefalía. Pero Sergio llegó a su puesto de salvador habiendo renunciado como diputado. ¿Fue por decoro o por cálculo? Cabe la duda.
La ley de acefalía prevé que es elegible por la Asamblea Legislativa un legislador nacional o un gobernador. Mazza pudo haber dicho: no cuenten conmigo para presidente si debo dictar el indulto; o bien pudo haber enviado otro mensaje: si me quieren para eso que alcancen la mayoría para cambiar la ley y volver elegible a los ministros, en cuyo caso la oposición tendrá que involucrarse y apoyarme también, al menos en forma indirecta.
El fallido del embajador Argüello al referirse al “presidente Massa” ¿pudo haber sido acaso una premonición? En fin, son hipótesis o conjeturas que conviene ir tomando en cuenta. Un poder compartido entre tres puede funcionar un tiempo hasta que algún entripado entre ellos lo desbarate. La situación judicial de Cristina encierra potencial para detonar en el triunvirato un desenlace repentino, tanto como podrían provocarlo también de manera convergente los otros factores de ingobernabilidad.