miércoles 11 de diciembre de 2024
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Hay que seguir creyendo, pero ahora no hay que confiarse

¿Es posible que en apenas una semana se puedan experimentar todas las emociones posibles, cada una en su máxima intensidad, en su estado más puro? En la Argentina podemos decir, en primera persona y sin ningún margen de error, que sí. No sé si te diste cuenta, pero no transcurrieron ni diez días entre la euforia previa al mazazo que nos produjo la caída en el debut contra Arabia Saudita. Durante un par de días parecía que ya estábamos en la lona. Que a los jugadores se les había olvidado el camino recorrido, o que las expectativas eran más altas que el verdadero nivel dentro de la cancha. Por eso los goles de Messi y Enzo a México se gritaron con furia, porque más allá de lo bravo que fue ese partido, sabíamos que sí había equipo y argumentos para creer. Y vaya si quedó demostrado en ese baile a Polonia, que nos hizo aplaudir y deleitarnos de principio a fin, con una Scaloneta que mostró, por fin, su mejor versión.

Por momentos, Polonia parecía Italia. Sí, leíste bien. Fue tan sublime el baile, que fue lo más parecido a la goleada en Wembley por la Finalissima, contra una Azzurra que se ausentó de Qatar, pero que a aquél certamen —1 de junio de 2022— llegó con la chapa de campeón de la Eurocopa, y nada pudo hacer para frenar a la Scaloneta, que poco antes venía de alzar la Copa América en el Maracaná.   

Mira que el marco contra Polonia no era sencillo, no te olvides que el pase a octavos no estaba asegurado: perder era repetir la amargura de 2002 y clasificar segundos traía como consecuencia cruzarnos con Francia. Traigo esto a colación porque brinda todavía más valor a que la Argentina dictara tal cátedra justo cuando a los grandes les toca demostrar por qué se los considera como tal.

Y también porque esta recomposición no fue producto de la casualidad sino de la causalidad. Scaloni demostró que no le tembló el pulso para tomar decisiones. Como la de darle la titularidad a Julián Álvarez y Enzo Fernández —se juntaron como hacían en la cancha de River para fabricar el segundo gol— en lugar de Lautaro Martínez y Leandro Paredes, inamovibles durante todo el ciclo. Lo mismo para darle continuidad a Mac Allister y respaldo al cuestionado De Paul. Y fortalecer el ambiente de un grupo en el que todos se sienten importantes, listos para entrar cuando toque, como los centrales Lisandro Martínez y Cristian Romero o los laterales Acuña y Tagliafico. Independientemente del que esté, entra enchufado, comprometido. Convencido, tan convencidos como lo estuvimos todos, y lo estaremos el sábado cuando toque enfrentar a Australia, un rival del cual puede sernos muy útil, quién lo diría, la experiencia traumática de Arabia Saudita. Porque enfrente no estará Francia, pero el rival, a priori más débil, no va a regalarnos nada ni debemos salir a la cancha con el pensamiento de que ya se ganó o que se va a golear porque sí, porque somos la Argentina y podemos entonces darnos el falso y peligroso lujo de tener la cabeza puesta en los cuartos de final.

No está fácil el Mundial. Si no, pregúntenle a Bélgica, que quedó fuera en un grupo liderado por Marruecos. O a México, eliminado en gran medida por la exhibición del portero polaco Szczęsny. O Ecuador, con dos primeros partidos a altísimo nivel, pero que por no marcar un gol más en el último tuvo que despedirse. Si por algo se ha caracterizado este torneo es porque prácticamente todos tienen un nivel competitivo, no fueron de paseo.

Por eso, hay que seguir creyendo, mantener viva la ilusión, pero ahora no hay que confiarse.

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