El mundo globalizado, el universo de la información, imágenes y sensaciones instantáneas, requiere de un conocimiento abarcativo. Sólo así podrá ser analizado en su conjunto para comprender algo de su dinámica y efectos sobre la cultura universal de la época.
No basta fijarse en algunos países, regiones o segmentos de realidad. Debemos observar la humanidad entera. De este modo será posible organizar nuestro presente -y el futuro- atentos a las complejidades del todo.
Esta es la perspectiva del pensador israelí Yuval N. Harari (1976): “El ‘dataísmo’ considera que el universo consiste en flujos de datos y que el valor de cualquier fenómeno o entidad está determinado por su contribución al procesamiento de datos (…), según afirma en “Homo Deus: una breve historia del mañana” (Ed. Debate).
Harari conjetura que superados los grandes males (hambre, guerra, enfermedad) el hombre ascenderá a un nivel superior, impulsando los cambios con biotecnología, inteligencia artificial y la nanotecnología. A punto tal que mediante regeneraciones genéticas y otros ingenios, dejaremos de envejecer y morir. Será el salto del Homo sapiens al Homo Deus, de hombre que sabe a hombre Dios. Su visión intensamente comunicativa – que signa la época- le permite incluso aludir cariñosamente a su amante compañero como “mi internet de todas las cosas”
En “Sapiens – de animales a dioses”, luego de rendir homenaje a la leyenda ampliada de las hipótesis proyectivas del “mito de Frankenstein”, en las últimas palabras de su obra , Harari dice: “La única cosa que podemos hacer es influir sobre la dirección que tomen (las mutaciones). Puesto que pronto podremos manipular también nuestros deseos, quizá la pregunta real a la que nos enfrentamos no sea “ ¿ en qué deseamos convertirnos ?, sino ¿qué queremos desear ? Aquellos que no se espanten ante la pregunta es que probablemente no han pensado suficientemente en ella.” (Ed. epulibre.org)
Desde Herodoto (484 – 425 a.C.), pasando por Sima Qian (145-90 a. C.) o Ibn Jaldún (1332-146), hubo historiadores que aspiraron a registrar crónicas culturales amplias, o al menos opinar sobre ellas. Más cerca de hoy, Oswald Spengler (1880-1936) y Arnold Toynbee (1889-1975) exploraron civilizaciones, su nacimiento y desaparición.
En su obra monumental, y con filosos argumentos, Spengler, determinista de corte autoritario, anunció la decadencia de Occidente. Y predijo que hacia el año 2000 comenzaría a extinguirse – dando lugar a omnipotencias antidemocráticas- a través de la concentración del poder total en manos ejecutivas.
Toynbee por su parte, imaginó una teoría cíclica de las civilizaciones, de acuerdo con el resultado de las respuestas de un grupo humano a los desafíos que podría padecer durante su estadio existencia.
Las civilizaciones prosperan no sólo cuando tienen éxito sino cuando –además- son capaces de sumar respuestas positivas a una sucesión de desafíos. Y decaen cuando son impotentes e incapaces de superar los obstáculos que se les presentan.
Al contrario de Spengler, Toynbee pensó que Occidente podría escapar a la norma general de la decadencia si fuera capaz de enfrentar virtuosamente las coyunturas adversas de cada tiempo.
En este punto, y ante la variada mixtura de intereses y contradicciones entre los dos grandes y muy activos hemisferios culturales del mundo: Oriente y Occidente, podemos retomar la mirada global de la humanidad.
Distinguir que el universo occidental está imbuido de la línea de la racionalidad científica de la ilustración, aún admitiendo que no sabemos todo. Del sentido de identidad, del ser originario, de la apropiación del saber y por ende de la propiedad intelectual, la conservación patrimonial y la clonación.
Mientras que el mundo oriental desestima tácitamente la originalidad –la ignora sin considerarla violada- y su potencia se aplica a ejercer la variación funcional ingeniosa. Ve cada parte de esa totalidad como integrante de un proceso anónimo y continuo de combinación y mutación. Es la idea del Shanzhai profundo, el filosófico.
Este neologismo chino se aplica en principio para nombrar lo falso –fake- en todos los terrenos: productos, marcas, artes, cultura, individuos, por caso: gobernantes, espectáculos. Falsificaciones ostensibles y “baratas”.
Esta idea sostiene que -a poco andar- su diseño y funcionalidad flexible les permite modificaciones rápidas y constantes. Que resultarían impropias de proyectos o programas a largo plazo. Así demuestran su eficacia para aprovechar su potencialidad inmediata en adaptaciones situacionales.
Lo nuevo está en sus variaciones y combinaciones inesperadas. Esta característica- el jugar con versiones originales transformándolas- les confiere un efecto paródico, subversivo y competitivo frente al poder económico macro y los monopolios (Shanzhai – El arte de la falsificación y la deconstrucción en China, Byung – Chul Han, Ed. Caja Negra, 2021).
Aparece aquí cierta afinidad entre el “dataísmo” y sus flujos cambiantes -tal como señala Harari- con el Shanzhai profundo de Chul Han. Emerge de ambos la ausencia de un presente estático y de límites a la imaginación.
Frente a la identidad establecida, reivindican la diferencia transformadora, o bien -como se ha dicho-, en vez de anclarse en la inmutabilidad del ser, se mueven en caminos diversos y abiertos, sin seguro de identidad.
Es posible incluso, que ambas perspectivas culturales impliquen la renuncia a la fetichización de los objetos. Así como a las creaciones de autor y su apropiación, distinguiéndose más bien por su valor de uso y exhibición ampliada. Considerado todo esto de manera virtuosa, les confiere mayor sentido democrático de aplicación práctica.
Para no dejarnos devorar por la densidad del tema, y ya en el plano del “in vino veritas” de la despedida, es risueñamente trágico conjeturar si nuestra Presidencia y su Vice Presidencia, por su inversión de roles, improvisación y ausencia de planes futuros no serán simples emanaciones criollas del Shanzhai común. Esto es: sólo lo falso -muy lejos de lo virtuoso y profundo-, que se mueve exclusivamente al impulso de los antojos imperiales y furias de ocasión.
Los máximos responsables sobrevuelan sin rubor sobre la realidad social, de crueldad abrumadora. Sostenidos por el tome y daca cómplice de gobernaciones y conducciones -gremiales, sociales, empresarias e intelectuales- corporatizadas en torno al goce de un poder vicioso, añejado en los malos hábitos de patrimonialismos feudales eternos.
Es visible que el efecto bipolar de la grieta es brutal y ciego. Se traga de un bocado todo matiz. Sólo importa estar de un lado o del otro.
No obstante, produce dolor ver a la mayor parte de la oposición -y de la prensa panelizada y monocorde-, enredada en comentar fotos de cumpleaños, mariachis, carpinchos, soldaditos y encuestas horoscoperas. Es tiempo de que a alguien se le escape algún concepto y propuesta sobre el qué, el cómo y el cuándo, en el árido inicio del camino electoral. Será difícil. Rating mata pensamiento y busca entretenimiento.