viernes 26 de julio de 2024
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Haití se muere

El crimen organizado se ha apoderado de un país azotado por una historia de sufrimiento constante desde la colonización. Las bandas ya controlan la infraestructura y los resortes de un estado devastado, en una sociedad diezmada y controlada por una elite que ni siquiera vive en su país.

Luego de entrar por la fuerza a la prisión estatal y liberar a 4000 presos, los pandilleros se han hecho con el control de Puerto Príncipe, la capital de la primera nación en emancipar a los negros y las más grande del Caribe. Ante el horror ningún país vecino se ha animado a ofrecer ayuda para restaurar el orden, pero ¿qué orden? Si desde que el presidente Jovenel Moïse fuera asesinado en su casa, en 2021, el desorden institucional ha sido la regla. Es más, Haití es considerado un Estado fallido en donde, curiosamente el 80 por ciento de los servicios públicos están privatizados y la ayuda internacional ha suplido muchas veces la fuerza de un Estado propio.

El actual presidente, en realidad primer ministro que sucedió Moïse, el neurocirujano Ariel Henry, – en el poder con apoyo de los EE.UU. – renunció el viernes pasado cuando regresaba de África donde había ido a pedir ayuda militar para ordenar su país. Su vuelo de regreso a casa no pudo aterrizar porque las pandillas ya controlaban el aeropuerto. Sin más, bajó en Puerto Rico, desde donde renunció por video conferencia: “Pido a todos los haitianos que mantengan la calma y hagan todo lo posible para que la paz y la estabilidad vuelvan lo antes posible”, un deseo más que imaginario.

Tras las bambalinas, Haití está gobernada por una elite oligárquica con negocios varios en los EE.UU. y vinculados a la economía global. La mayoría de ellos no vive en su país y controla sus actividades a distancia, por lo que no vive las inclemencias de su tierra, en tanto apela a la ayuda internacional para “poner orden” en determinados momentos.

Ante la situación actual se teme lo que siempre, pero peor: la hambruna generalizada por imperio del caos. Henry estaba en Kenia tramitando una propuesta del Consejo de Seguridad de la ONU para que con financiamiento estadounidense un cuerpo de policía keniata viajara a Haití a poner orden, tal es el estado de devastación en el que ha quedado la Policía Nacional Haitiana, pero la Corte Suprema del país africano no concedió el permiso para tan desopilante trato.

La clave de la eterna y cada vez más profunda decadencia haitiana podríamos encontrarla en las descarnadas palabras del entonces senador (1990) Joe Biden: “Si Haití – algo horrible de decir – simplemente se hundiera silenciosamente en el Caribe, o se elevara 300 pies, no importaría mucho en términos de nuestros intereses”. Por esta razón fracasaron las intervenciones directas de los EE.UU., los planes de la ONU y todas las iniciativas para hacer de Haití un país – también castigado por enormes huracanes y terremotos – medianamente normal.

Sólo entre 2004 y 2014 y a raíz de un devastador terremoto se desplegó la iniciativa de la ONU, denominada Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (MINUSTAH), conformada en su mayoría por fuerzas de Argentina, Brasil, Uruguay y Chile, que ayudó a recuperar ciertos equilibrios y ayudó a construir un sentido de propósito tras la traumática transición hacia la democracia luego de la caída de la dinastía Duvalier en 1986.

Dijo Ricardo Lagos en 2009: “Los latinoamericanos tenemos que aprender a hacernos cargo de nuestros propios asuntos. Fue esta premisa la que nos llevó en febrero del 2004 a enviar tropas chilenas a Haití ante el pedido que por unanimidad hacía el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Habíamos dicho no a la invasión a Irak al margen del Consejo y para ser coherentes debíamos actuar. Además, nuestro argumento fue que, si no lo hacíamos nosotros, no debiéramos quejarnos que otras potencias fuera de la región se preocuparan de restablecer del orden y seguridad en dicho país.”

Unos 13.000 efectivos del Ejército Argentino, que conformaron el BAC y se integraron a los Cascos Azules brindaron un enorme respaldo a esta construcción. En 2004, el presidente Néstor Kirchner dijo en su mensaje ante la Asamblea General de Naciones Unidas que la “región asumió el compromiso de ayudar al país más pobre de América a retornar al camino del crecimiento y de la libertad, y garantizar la vía democrática”, y reafirmó la posición argentina basada en “el respeto universal de los derechos humanos y al derecho internacional humanitario. La historia de la Argentina explica la firme posición de mi gobierno en una cuestión que constituye, a estas alturas, parte de su identidad como nación democrática”.

Mucho más cerca de nuestro interés político – y hasta moral como le gusta decir a nuestro presidente – ayudar a Haití es más imperioso que hacerlo con Israel o Ucrania, sin soslayar la importancia de estos dos últimos casos.

Por lo pronto, ante la renuncia de Henry, el jefe de una de las bandas más grandes Guy Philippe propone el gobierno de un “consejo de sabios” de las diferentes zonas del país, lo cual sería una forma autónoma de resolver la crisis. Pero esa iniciativa – más allá de quien la proponga –  es contraria al apoyo que los EE.UU. le daría a un “Consejo de transición”.

Nuevamente, Haití necesita ayuda, pero no una impuesta con condiciones que no se adaptan a su idiosincrasia, precisa una ayuda guiada por los sectores que la necesitan, no de los que viven en Miami o la consideran irrelevante.

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