Si Donald Trump recupera la Casa Blanca en noviembre, este año podría marcar un punto de inflexión para el poder estadounidense. Finalmente, el temor al declive que ha preocupado a los estadounidenses desde la era colonial estaría justificado.
Traducción Alejandro Garvie
Mientras la mayoría de los estadounidenses creen que Estados Unidos está en declive, Donald Trump afirma que puede “hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”. Pero la premisa de Trump es simplemente errónea, y son las soluciones que propone las que plantean la mayor amenaza para Estados Unidos.
Los estadounidenses tienen una larga historia de preocupación por el declive. Poco después de la fundación de la colonia de la Bahía de Massachusetts en el siglo XVII, algunos puritanos lamentaron la pérdida de una virtud anterior. En el siglo XVIII, los padres fundadores estudiaron la historia de Roma cuando consideraron cómo sostener una nueva república americana. En el siglo XIX, Charles Dickens observó que, si hay que creer a los estadounidenses, su país “siempre está deprimido, siempre estancado, siempre se encuentra en una crisis alarmante y nunca fue de otra manera”. En la portada de una revista de 1979 sobre el declive nacional, la Estatua de la Libertad tiene una lágrima rodando por su mejilla.
Pero si bien los estadounidenses se han sentido atraídos desde hace mucho tiempo por lo que yo llamo el “resplandor dorado del pasado”, Estados Unidos nunca ha tenido el poder que muchos imaginan. Incluso con recursos preponderantes, Estados Unidos a menudo no ha conseguido lo que quiere. Quienes piensan que el mundo actual es más complejo y tumultuoso que en el pasado deberían recordar un año como 1956, cuando Estados Unidos no pudo evitar la represión soviética de una revuelta en Hungría; y cuando nuestros aliados Gran Bretaña, Francia e Israel invadieron Suez. Parafraseando al comediante Will Rogers, “la hegemonía ya no es lo que solía ser y nunca fue”. Los períodos de “declinismo” nos dicen más sobre la psicología popular que sobre la geopolítica.
Aun así, la idea de declive claramente toca un punto sensible en la política estadounidense, convirtiéndola en material confiable para la política partidista. A veces, la ansiedad por el declive conduce a políticas proteccionistas que hacen más daño que bien. Y a veces, los períodos de arrogancia conducen a políticas extralimitadas, como la guerra de Irak. No hay ninguna virtud en subestimar o exagerar el poder estadounidense.
Cuando se trata de geopolítica, es importante distinguir entre declive absoluto y relativo. En un sentido relativo, Estados Unidos ha estado en declive desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Nunca más volvería a representar la mitad de la economía mundial ni a tener el monopolio de las armas nucleares (que la Unión Soviética adquirió en 1949). La guerra había fortalecido la economía estadounidense y debilitado la de todos los demás. Pero a medida que el resto del mundo se recuperó, la participación de Estados Unidos en el PIB global cayó a un tercio en 1970 (aproximadamente su participación en vísperas de la Segunda Guerra Mundial).
El presidente Richard Nixon vio esto como una señal de declive y sacó el dólar del patrón oro. Pero el dólar sigue siendo preeminente medio siglo después, y la participación de Estados Unidos en el PIB mundial sigue siendo de alrededor de una cuarta parte. La “decadencia” de Estados Unidos tampoco le impidió prevalecer en la Guerra Fría.
Hoy en día, el ascenso de China se cita a menudo como prueba del declive estadounidense. Si se analizan estrictamente las relaciones de poder entre Estados Unidos y China, efectivamente se ha producido un cambio a favor de China, que puede describirse como un declive estadounidense, en un sentido relativo. Pero en términos absolutos, Estados Unidos es aún más poderoso y es probable que lo siga siendo. China es un competidor impresionante, pero tiene importantes debilidades. Cuando se trata del equilibrio general de poder, Estados Unidos tiene al menos seis ventajas a largo plazo.
Uno es la geografía. Estados Unidos está rodeado por dos océanos y dos vecinos amigos, mientras que China comparte frontera con 14 países y mantiene disputas territoriales con varios, incluida la India. El segundo es la relativa independencia energética, mientras que China depende de las importaciones.
En tercer lugar, Estados Unidos obtiene poder de sus grandes instituciones financieras transnacionales y del papel internacional del dólar. Una moneda de reserva creíble debe ser libremente convertible y estar arraigada en mercados de capital profundos y en el Estado de derecho, cosas de las que carece China. En cuarto lugar, Estados Unidos tiene una ventaja demográfica relativa como único país desarrollado importante que actualmente se prevé que mantenga su lugar (tercero) en el ranking de población mundial. Siete de las 15 economías más grandes del mundo tendrán una fuerza laboral cada vez menor durante la próxima década; pero se espera que la fuerza laboral estadounidense aumente, mientras que la de China alcanzó su punto máximo en 2014.
Quinto, Estados Unidos ha estado durante mucho tiempo a la vanguardia en tecnologías clave (bio, nano, información). China está invirtiendo mucho en investigación y desarrollo (ahora obtiene buenos resultados en términos de patentes), pero según sus propios parámetros, sus universidades de investigación todavía están por detrás de las instituciones estadounidenses. Por último, las encuestas internacionales muestran que Estados Unidos supera a China en poder blando de atracción.
En definitiva, Estados Unidos tiene una posición fuerte en la competencia entre grandes potencias del siglo XXI. Pero si los estadounidenses sucumben a la histeria por el ascenso de China, o a la complacencia acerca de su “pico”, Estados Unidos podría jugar mal sus cartas. Descartar cartas de alto valor –incluidas alianzas sólidas e influencia en instituciones internacionales– sería un grave error. Lejos de hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande, podría debilitarlo enormemente.
Los estadounidenses tienen más que temer del ascenso del nacionalismo populista en su país que del ascenso de China. Las políticas populistas, como negarse a apoyar a Ucrania o retirarse de la OTAN, causarían un gran daño al poder blando de Estados Unidos. Si Trump gana la presidencia en noviembre, este año podría ser un punto de inflexión para el poder estadounidense. Finalmente, la sensación de declive podría estar justificada.
Incluso si su poder externo sigue siendo dominante, un país puede perder su virtud interna y su atractivo para los demás. El imperio romano duró mucho después de perder su forma republicana de gobierno. Como señaló Benjamín Franklin sobre la forma de gobierno estadounidense creada por los fundadores: “Una república si puedes conservarla”. En la medida en que la democracia estadounidense se vuelve más polarizada y frágil, es ese desarrollo el que podría provocar el declive de Estados Unidos.