viernes 26 de julio de 2024
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Gaza y el fin del orden basado en reglas

Lo que significa la guerra entre Israel y Hamas para el futuro de los derechos humanos y el derecho internacional

Por Agnès Callamard

Traducción Alejandro Garvie

Después de más de cuatro meses de conflicto, la campaña de represalia de Israel contra Hamas se ha caracterizado por un patrón de crímenes de guerra y violaciones del derecho internacional. La justificación declarada por Israel para su guerra en Gaza es la eliminación de Hamás, responsable de los horribles crímenes cometidos durante su ataque del 7 de octubre contra Israel: 1.139 personas, en su mayoría civiles israelíes, asesinadas; miles más heridos; un número aún desconocido de mujeres y niñas sometidas a violencia sexual; y 240 personas tomadas como rehenes, muchas de las cuales todavía están retenidas por Hamás.

En respuesta, Israel desplazó por la fuerza a palestinos, imponiendo condiciones que han dejado a cientos de miles de personas sin necesidades humanas básicas. Ha llevado a cabo ataques indiscriminados, desproporcionados y directos contra civiles y “bienes civiles”, como escuelas y hospitales. Unos 28.000 palestinos han sido asesinados, la mayoría de ellos mujeres y niños. Vastas secciones de Gaza han sido pulverizadas; una quinta parte de su infraestructura y la mayoría de sus viviendas están ahora dañadas o destruidas, dejando la región en gran medida inhabitable. Israel impuso un bloqueo prolongado, negando a los palestinos alimentos, agua potable, combustible, acceso a Internet, alojamiento y atención médica adecuados: acción que equivale a un castigo colectivo. Está deteniendo a habitantes de Gaza en condiciones inhumanas y degradantes, e Israel admite que algunos de los detenidos ya han muerto. Mientras tanto, en Cisjordania, la violencia contra los palestinos por parte de las fuerzas y los colonos israelíes ha aumentado notablemente.

Estados Unidos y muchos países occidentales han apoyado a Israel, brindándole asistencia militar, oponiéndose a los llamados a un alto el fuego en las Naciones Unidas, deteniendo la financiación de la Agencia de Obras Públicas y Socorro de la ONU que sirve a los refugiados palestinos y rechazando el caso de genocidio de Sudáfrica contra Israel en el Corte Internacional de Justicia (CIJ), aun cuando la matanza continuaba desarrollándose.

La complicidad diplomática actual en la catastrófica crisis humanitaria y de derechos humanos en Gaza es la culminación de años de erosión del Estado de derecho internacional y del sistema global de derechos humanos. Esa desintegración comenzó en serio después del 11 de septiembre, cuando Estados Unidos se embarcó en su “guerra contra el terrorismo”, una campaña que normalizó la idea de que todo está permitido en la persecución de “terroristas”. Para proseguir su guerra en Gaza, Israel toma prestados valores, estrategias y tácticas de ese marco, y lo hace con el apoyo de Estados Unidos.

Es como si las graves lecciones morales del Holocausto, de la Segunda Guerra Mundial , hubieran sido casi olvidadas, y con ellas, el núcleo mismo del principio de décadas de “Nunca más ”: su absoluta universalidad, la noción de que protege todos nosotros o ninguno de nosotros. Esta desintegración, tan evidente en la destrucción de Gaza y la respuesta de Occidente a ella, señala el fin del orden basado en reglas y el comienzo de una nueva era.

LA ERA DE LA UNIVERSALIDAD

La universalidad, el principio de que todos, sin excepción, estamos dotados de derechos humanos por igual, sin importar quiénes seamos o dónde vivamos, se encuentra en el corazón del sistema internacional de derechos humanos. Fue la base de la Convención sobre Genocidio y la Declaración Universal de Derechos Humanos, ambas adoptadas en 1948, y continuó informando nuevos medios de rendición de cuentas a lo largo de los años, incluida la Corte Penal Internacional, establecida en 2002. Durante décadas, esa infraestructura legal ayudó a garantizar que los estados cumplieran sus obligaciones en materia de derechos humanos. Ha definido los movimientos de derechos humanos a nivel mundial y ha apuntalado los mayores logros en materia de derechos humanos del siglo XX.

Un crítico de este sistema podría argumentar que los Estados sólo han defendido la universalidad de la boca para afuera. El siglo XX está plagado de ejemplos de fracasos en la defensa de la igual dignidad de todos: la violencia utilizada contra quienes abogaban por la descolonización, la guerra de Vietnam, los genocidios en Camboya y Ruanda, las guerras que siguieron a la desintegración de Yugoslavia y muchos más. Todos estos acontecimientos dan testimonio de un sistema internacional arraigado más en la desigualdad y la discriminación sistémicas que en la universalidad. Con razón, se podría sostener que la universalidad nunca se aplicó a los palestinos, quienes, como lo expresó el académico palestino-estadounidense Edward Said, han sido, en cambio, desde 1948, “las víctimas de las víctimas, los refugiados de los refugiados”.

Sin embargo, el destino de la universalidad no está en manos de quienes la traicionan. Más bien, como proyecto perenne y ambicioso para la humanidad, su poder reside, ante todo, en su continua proclamación y su persistente defensa. A lo largo del siglo XX, el principio de universalidad sufrió innumerables reveses, pero la dirección general fue proclamarlo, afirmarlo y defenderlo. Sin embargo, eso cambió en los primeros años del siglo XXI, con el desencadenamiento de la “guerra contra el terrorismo” tras los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre.

QUITARSE LOS GUANTES

Durante los últimos 20 años, la doctrina y los métodos de la “guerra contra el terrorismo” han sido adoptados o imitados por gobiernos de todo el mundo. Han sido desplegados para ampliar el alcance de las medidas estatales de “autodefensa” y para perseguir, sin las más mínimas restricciones, a cualquier persona o autoridad que se considere que justifica la designación vagamente definida pero ampliamente aplicada de “amenaza terrorista”.

El extraordinario número de asesinatos de civiles en Gaza cometidos en nombre de la autodefensa y de la lucha contra el terrorismo es una consecuencia lógica de ese marco, que ha pervertido y casi desmantelado el derecho internacional y, junto con él, el principio de universalidad.

Los ataques aéreos estadounidenses en Afganistán, Irak, Pakistán, Somalia y Siria provocaron un gran número de víctimas civiles. Invariablemente, el ejército estadounidense afirmaría que había tomado las medidas necesarias para proteger a los civiles. Pero dio pocas explicaciones sobre cómo distinguía exactamente a los civiles de los combatientes y por qué, si se distinguía adecuadamente, tantos civiles habían sido asesinados.

Es como si las graves lecciones morales del Holocausto, de la Segunda Guerra Mundial, hubieran sido casi olvidadas.

Durante los últimos 20 años, los gobiernos de todo el mundo han adoptado métodos similares. En Siria, los incesantes bombardeos rusos contra la infraestructura civil provocaron la muerte de miles de civiles. Sin embargo, en casos documentados por Amnistía Internacional, las autoridades rusas afirmaron que sus fuerzas armadas estaban atacando objetivos “terroristas”, incluso cuando estaban destruyendo hospitales, escuelas y mercados. La invasión rusa de Ucrania en 2022 también se justificó con referencias espurias a la autodefensa y excepciones a la prohibición del uso de la fuerza. Sus ataques indiscriminados han provocado miles de víctimas civiles, en medio de crecientes pruebas de crímenes de derecho internacional, como tortura, deportación y traslado forzoso, violencia sexual y homicidios ilegítimos. China también ha invocado “la lucha contra el terrorismo” para justificar su represión generalizada contra los uigures, los kazajos y otras minorías étnicas predominantemente musulmanas en Xinjiang, que resultó en crímenes contra la humanidad.

El bombardeo masivo de Gaza por parte de Israel tiene raíces que son más profundas en la historia que la larga “guerra contra el terrorismo”, incluida la expulsión de aproximadamente 750.000 palestinos de sus hogares en 1948, lo que llegó a ser conocido como la nakba, o catástrofe. Pero también es una manifestación plenamente del siglo XXI de la erosión del derecho internacional en el que poco o ninguna de las restricciones impuestas por el sistema posterior a la Segunda Guerra Mundial han sido respetadas: no las de la Carta de las Naciones Unidas, ni las de los derechos humanos internacionales o incluso bajo la Convención sobre Genocidio, como argumenta Sudáfrica.

¿DÓNDE ESTÁ EL CLAMOR?

Inmediatamente después del 7 de octubre, los gobiernos occidentales condenaron los crímenes de Hamás y expresaron su apoyo incondicional a Israel, una respuesta comprensible y predecible al horror infligido a la población de un aliado cercano. Pero deberían haber cambiado su retórica una vez que quedó claro, como rápidamente sucedió, que el bombardeo israelí de Gaza estaba matando a miles de civiles. Todos los gobiernos, especialmente aquellos con influencia sobre Israel, deberían haber denunciado inequívoca y públicamente las acciones ilegales de Israel y haber pedido un alto el fuego, la devolución de todos los rehenes y la rendición de cuentas por crímenes de guerra y otras violaciones en ambos lados.

No sucedió. Durante los primeros dos meses de la guerra, la administración Biden minimizó en gran medida la pérdida de vidas en Gaza. No denunció los implacables bombardeos y el devastador asedio de Israel. No reconoció el contexto del conflicto palestino-israelí, incluidos 56 años de ocupación militar israelí, y en cambio aceptó el marco antiterrorista de Israel.

Y mientras la guerra continuaba, la administración Biden defendió las tácticas de Israel. Repitió como un loro algunas de las afirmaciones no verificadas y luego repudiadas de Israel sobre las atrocidades de Hamás. Aunque Estados Unidos acabó por expresarse más sobre la protección de los civiles palestinos, se ha negado a apoyar públicamente medidas clave que ayudarían a salvar sus vidas. En cambio, en la ONU, Estados Unidos vetó las resoluciones del Consejo de Seguridad que pedían pausas humanitarias en la guerra. Sólo el 22 de diciembre permitió, mediante su abstención, que el Consejo de Seguridad adoptara una resolución de compromiso que pedía “medidas urgentes para permitir de inmediato un acceso humanitario ampliado, seguro y sin obstáculos” a Gaza y “las condiciones para un cese sostenible de las hostilidades”. Nunca ha considerado públicamente detener sus transferencias de armas a Israel.

A los pocos días del fallo de la CIJ y sus llamados a medidas provisionales para prevenir el genocidio en Gaza, Estados Unidos y varios otros gobiernos occidentales cancelaron la financiación a la Agencia de Obras Públicas y Socorro de la ONU, que proporciona un salvavidas a la población de Gaza. Esa decisión no sólo ignora los riesgos evidentes de genocidio; sirve para amplificarlos y acelerarlos. El estatus de superpotencia de Estados Unidos y su influencia sobre Israel significa que Washington está en una posición única para cambiar la realidad sobre el terreno en Gaza. Más que cualquier otro país, Estados Unidos puede impedir que su aliado cercano siga cometiendo atrocidades. Pero hasta ahora ha optado por no hacerlo.

Este patrón de conducta tiene un costo enorme. Como lo expresó un diplomático del G-7: “Definitivamente hemos perdido la batalla en el Sur Global. Todo el trabajo que hemos hecho con el Sur Global (sobre Ucrania) se ha perdido. … Olvídate de las reglas, olvídate del orden mundial. Nunca más nos escucharán”.

UN CAMBIO DE ERA

Aunque hubo ensayos de acontecimientos en Gaza que mostraron un extremo desprecio por el derecho internacional, la guerra allí bien puede indicar un llamado de atención. El riesgo de genocidio, la gravedad de las violaciones que se están cometiendo y las endebles justificaciones de los funcionarios electos en las democracias occidentales advierten de un cambio de época. El orden basado en reglas que ha regido los asuntos internacionales desde el final de la Segunda Guerra Mundial está a punto de desaparecer y tal vez no haya vuelta atrás.

Las consecuencias de este abandono son demasiado evidentes: más inestabilidad, más agresión, más conflictos y más sufrimiento. El único freno a la violencia será más violencia. El fin del orden basado en reglas también traerá una ira palpable y extendida en todas las capas de la sociedad, en todos los rincones de la tierra, excepto entre aquellos posicionados para cosechar cualquier recompensa mancillada que pueda extraerse del sistema internacional en quiebra.

Pero se pueden tomar medidas para evitar este peor escenario. Comienzan con el cese inmediato de todas las operaciones militares tanto de Israel como de Hamás, con la liberación inmediata de todos los rehenes civiles restantes detenidos por Hamás y de todos los palestinos detenidos ilegalmente por Israel, y con el levantamiento del asedio de Gaza. Las medidas provisionales de la CIJ para prevenir el genocidio en Gaza deben implementarse plenamente.

Israel y su mayor partidario, Estados Unidos, deben aceptar que el objetivo militar declarado de destruir a Hamas ha causado un costo abrumador en vidas civiles e infraestructura, que probablemente no pueda justificarse según el derecho internacional. Ahora es más importante que nunca que el fiscal de la Corte Penal Internacional actúe con decisión para formular acusaciones por los crímenes cometidos por todas las partes en el conflicto.

Ni los agravios históricos ni las perspectivas de paz a largo plazo en Oriente Medio, y posiblemente más allá, pueden abordarse sin un proceso internacional e inclusivo que especifique el desmantelamiento del sistema de apartheid de Israel y permita proteger la seguridad y los derechos de todas las poblaciones.

Los dolorosos recuerdos de los errores, tanto recientes como de hace mucho tiempo, pueden ayudar a salvar vidas hoy, así como en el futuro, en Israel, en los territorios palestinos y más allá. Sin embargo, ese proceso debe comenzar de inmediato, ya que el tiempo se acaba. Si la historia realmente se repite, como nos dicen que sucede a menudo, entonces deberíamos considerarnos bien advertidos. Con la aplicación universal del derecho internacional probablemente agonizando y sin nada todavía que pueda ocupar su lugar salvo intereses nacionales brutalistas y pura avaricia, la ira generalizada puede ser, y será, explotada por aquellos que están dispuestos a fomentar una inestabilidad aún mayor, en una escala global.

Link https://www.foreignaffairs.com/israel/gaza-and-end-rules-based-order

 

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