viernes 26 de abril de 2024
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Galbraith y la era de las corporaciones

El mundo de Phillip Dick está a la vuelta de la esquina.

Hace una semana traduje para este portal un inquietante artículo de Ian Bremmer, titulado “El momento tecnopolar” en el que avizora tres horizontes futuros cercanos determinados por los diferentes impactos del poder de las corporaciones en el orden mundial. En él, los Estados nacionales democráticos, cada vez más acorralados por la necesidad de la mediación política, quedan a merced de las decisiones rápidas que una corporación puede tomar en segundos. El expresidente Mauricio Macri lo expresó claramente hace unos meses, de paso por República Dominicana: “La democracia es el peor de los sistemas, pero el único posible; entonces hay que tratar de vivir dentro de ella”. Inocentemente se preguntaba por qué costaba tanto llevar a cabo una acción de gobierno en contraposición a la velocidad en que una corporación puede modificar la realidad.

Refiriéndose a las corporaciones que controlan las redes sociales y la IA, Bremmer dice: “La velocidad de las reacciones de estas empresas de tecnología contrasta radicalmente con la débil respuesta de las instituciones gubernamentales de Estados Unidos”.

Cuanto más poderosas son esas corporaciones, más notoria es esa diferencia de “eficiencia”. Todas sortearon las leyes antimonopolio y los diques a su poder que el Estado intentó construir. Ya lo sabía John K Galbraith en la posguerra cuando ocupaba la Oficina Nacional de Control de Precios, desde donde apreció no sólo que las corporaciones evadían esas defensas, sino que se libraban, a la vez, de ese viejo artilugio llamado mercado. Más tarde escribiría: “La institución que cambia más nuestras vidas es la que menos comprendemos, o, dicho, más exactamente, la que nos esforzamos más en no comprender. Es la corporación moderna. Semana tras semana, mes tras mes, año tras año, ejerce en nuestra vida y en nuestro modo de vivir más influencia que los sindicatos, las universidades, los políticos y el Gobierno. Existe un mito corporativo, cuidadosa y asiduamente divulgado. Y existe una realidad. Ambas cosas guardan poco parecido. La corporación moderna vive en suspensión entre la ficción y la realidad” (Galbraith, 1981).

Las corporaciones manejan los desarrollos científicos, por si o por terceros, están en la vanguardia de la exploración espacial e intervienen en los conflictos bélicos con armas y personal. Pero, sobre todo, están por ampliar la realidad virtual para cambiar de forma radical, tal vez, la naturaleza humana. El proyecto Metaverso de la corporación Meta es el más febril de los cuentos de Phillip Dick y se inscribe como una pobre promesa de futuro para millones que no tienen ninguna, para millones a los que la política no les puede ofrecer algo similar.

Estamos frente a un cambio de era, se siente en nuestra vida cotidiana de pospandemia, en los resabios de la virtualidad que han venido para quedarse y en una reactivación económica mundial que será inflacionaria pero muy vertiginosa, con cambios de hábitos de consumo y el vuelco hacia las energías renovables generado por las corporaciones, una de las cuales acaba de anunciar una inversión de 8400 millones de dólares en Río Negro, Argentina, para la producción de hidrógeno, el combustible del futuro.

En Escocia, los representantes de los gobiernos intentan acordar –decidir quién y cuanto pagar- de una vez por todas, una reducción en la emisión de gases de invernadero sin la cual nuestra existencia planetaria estará en duda.

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