En una entrevista periodística, el ex presidente de España, Felipe González, uno de los referentes históricos del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), evocó su vínculo personal tanto como las opiniones que supo intercambiar en su momento con el extinto ex primer mandatario de Francia, Francois Mitterrand, a quien recordó como “un hombre extraordinariamente inteligente”, recordó que sus primero contactos con él se produjeron allá por octubre de 1974 en el transcurso del Congreso de Suresnes “en el que fui elegido secretario general del PSOE”, describió que en ese encuentro se sorprendió porque “pensaba que aquel Congreso sería de exiliados españoles y, de pronto, se encontró con un congreso fundamentalmente representado y dominado por una generación completamente nueva” y reveló que por aquella época aquel ineludible referente político francés “ya estaba barajando la idea de la unidad de la izquierda y él pensaba que el PCE sería, como en Francia, el partido dominante de la izquierda en el momento en que se desencadenara un proceso electoral”.
“Para Mitterrand fue una sorpresa el ambiente del Congreso. En esos momentos, él ya estaba barajando la idea de la unidad de la izquierda y él pensaba que el PCE sería, como en Francia, el partido dominante de la izquierda en el momento en que se desencadenara un proceso electoral. Desde el primer momento que nos encontramos, le dije: “mira, en cuanto se abra un proceso electoral, nosotros tendremos tres representantes, por cada representante del PCE’. Él nunca lo entendió. Además, tenía mucha y muy buena relación con Santiago Carrillo por el eurocomunismo, que le venía muy bien, porque era (el eurocomunismo) el contrapunto de Georges Marchais. Por tanto, él, que estaba intentando avanzar en el proceso de la unidad de la izquierda, también quería que todo el socialismo del sur participara en ese proceso”.
Al respecto, rememoró que en ese momento “le dije que las circunstancias de España eran diferentes. Que nosotros probablemente seríamos la primera fuerza política de la izquierda en España a mucha distancia del PCE. No lo creyó él y tampoco lo creyó nadie. Los que más se aproximaban a creer algo parecido eran los alemanes del SPD, que conocían más la realidad española. Ese fue el arranque de las relaciones con François Mitterrand. A partir de ahí, tuvimos mucho trato en diversas reuniones en Paris, en las Landas, en Doñana (España) y en otros muchos sitios”, relató Felipe González en la charla con Sergio Molina García, profesor de la Universidad de Castilla La Mancha (UCLM), quien consultó al ex presidente español acerca de en qué momento Mitterrand comenzó a comprender la relevancia del PSOE y el ex Jefe de Estado español respondió que ello se produjo: “Abruptamente cambió su visión tras conocer los resultados de las elecciones de 1977 en las que nosotros obtuvimos más del 29% de los votos y el PCE menos del 11%”.
“En ese momento se dio cuenta de nuestra fuerza. Tras las elecciones, aunque estaba cansadísimo de la intensa campaña, me llevaron al Congreso del PS francés en Nantes. En ese momento, digamos que, para François Mitterrand, nosotros éramos una de las figuras más representativas del socialismo debido a nuestros resultados electorales. La interlocución con François Mitterrand siempre fue una interlocución curiosa. Se estableció una relación peculiar. Incluso participé en algunos actos de campaña en 1981, la que llevó a Mitterrand al poder. La relación fue muy cordial y de confianza. Me provocaba sorpresa la relación que tenía con los miembros de su equipo de Gobierno”, refirió
González completó: “Mi amigo Roland Dumas, con el que tuve excelente relación – incluso para recuperar el Guernica-, en una ocasión me preguntó sobre la caída del Muro de Berlín: “¿Qué crees tú que piensa el viejo?”. Se mantenía a una distancia absolutamente imperial, como decía Helmut Kohl, cuando en los Consejos Europeos Mitterrand tomaba la palabra: “il parle François Premier, le grand”. Ese tipo de bromas definían el tipo de personalidad que tenía. Sin embargo, Mitterrand conmigo llegó a tener una enorme confianza, que nunca traicioné. Nunca conté lo que me contaba en privado. Mitterrand era un hombre extraordinariamente inteligente. Escribía y hablaba maravillosamente bien, con un lenguaje fantástico. No obstante, como es natural, tenía sus contradicciones. Su relación con el equipo era así. Conmigo, no. Estuve con él varias veces en Doñana. Allí me contaba cuestiones de las que no hablaba en Francia. Por ejemplo, nadie sabía si él iba a volver a presentarse a la presidencia”.
Al reflexionar, a partir de una pregunta, sobre qué relación estableció con Mitterrand luego de su triunfo electoral que significó que hubiese gobiernos socialistas en los dos países. “La relación se intensificó cuando Mitterrand ganó las elecciones. Y hubo un momento importante cuando, tras ganar nosotros las elecciones de 1982, pasamos de tener una relación muy fluida a no tener ningún contacto. En ese momento se actuó a través de los embajadores políticos para superar los préalables. Los dos grandes problemas bilaterales que habían condicionado en los últimos años la relación habían sido el tratamiento del terrorismo de ETA y el tratamiento de la cuestión agrícola”, refirió
“Para preparar esos temas mandé a Joan Raventós a París y él mando a Pierre Guidoni a Madrid. Fui a París un año después a un encuentro con Mitterrand. Para la prensa, ese encuentro fue enormemente frustrante pero para nosotros fue enormemente productivo, aunque en ese momento no era posible hacerlo público. A partir de entonces, se desencadenó un cambió en la actitud de Francia. No digo del presidente de la República, del cual conocía sus opiniones por todos los años que nos conocíamos, pero sí un cambio generalizado del comportamiento respecto al terrorismo etarra y un cambio de actitud para analizar cómo se operaba en el otro préalable, que era el agrícola”, puntualizó González.
Añadió: “Uno de los temas más importantes que nosotros teníamos en la relación con Francia y que se puso de manifiesto enseguida fueron los prealables franceses en agricultura. A pesar de la proximidad afectiva, incluso ideológica, tuve que hacer un trabajo importante para que comprendiera que la relación España-Francia, desde el punto de vista de la balanza agroalimentaria, era muy favorable a Francia. Y cuando estuviéramos integrados sería todavía más favorable. Después tuvimos larguísimas conversaciones de todo tipo en numerosos emplazamientos”.
González narró que cuando en una ocasión Mitterrand visitó Doñana en marzo de 1988 “tuvimos una larga reunión. Probamos quesos españoles, que le sorprendieron por la calidad, probamos nuestros vinos y la anécdota se concentró en la fresa. Pusimos de postre fresas con nata y él de pronto comentó: ‘Estas fresas son de cámara, claro´’. Y yo le respondí: ´’no, acaban de traerlas del campo’. ‘¿En marzo? ¡Pero estamos en marzo!’. “Sí, el problema que tenemos con los camiones que vuelcan los campesinos franceses cuando distribuimos fresas es fácil de entender: ‘aquí la fresa – y en Marruecos incluso antes- en febrero ya se puede recoger’ En Francia hay que esperar a junio”.
En otro momento de la charla en la que González recordó distintas circunstancias de su relación personal y política con Mitterrand, el ex presidente de España aludió a cómo eran las relaciones en las instituciones europeas tras la firma de la integración en 1985.”La naturaleza de la relación era la que hemos comentado anteriormente. Y se hizo operativa, muy operativa en Europa. Nosotros teníamos una máquina de tomar decisiones y de iniciativas en la CEE/UE que nunca se ha repetido. En ese sistema, Jacques Delors, presidente de la Comisión, era un personaje increíble. ¿Cómo operábamos? No se ha analizado todavía bien. En esos momentos, Italia arrastraba una gran crisis, mientras que Alemania y Francia eran un tándem que posibilitaba la condición necesaria para que avanzaran los acuerdos. Nosotros, que todavía no habíamos entrado oficialmente en la CEE -la entrada oficial se produjo en enero de 1986-, ya pudimos participar en el Consejo Europeo de Italia, en junio de 1985. Ahí pasamos a contribuir a la creación de una estructura muy discreta de los grandes países comunitarios. A partir de ese momento, teníamos un representante del gobierno español, normalmente diplomático, en el Eliseo; otro representante en la cancillería alemana, con Kohl; y, al revés, nosotros teníamos un representante que trabajaba allí el día a día, fundamentalmente, en los acuerdos que podían impulsarse en el Consejo entre las tres partes. Aun así, siempre había una tensión permanente, sobre todo con Margaret Thatcher. Nosotros operábamos cruzando a nuestros representantes que maduraban las propuestas, las que queríamos que salieran adelante. Gran parte de esas iniciativas venían de Jacques Delors. Recuerdo a Mitterrand en esos Consejos, muy tranquilo, intervenía poco. De hecho, más que intervenir, sentenciaba. Este era el estilo de los Consejos: había grandes tensiones, pero eran operativos”, rememoró.
González describió además hacia el final de la charla que “la caída del Muro tuvo consecuencias de todo tipo. Uno de los debates más importantes fue el desarrollado para tratar de encajar el esfuerzo de Maastricht con la emergencia de países que querían estar primero bajo el paraguas de la OTAN y después, integrarse rápidamente en la UE. Ese orden tenía su lógica. Paradójicamente era más fácil para estos países aceptar la integración en la OTAN, que aceptar psicológicamente la integración en las Comunidades Europeas. Entrar en las dinámicas de la UE suponía, y supone todavía a día de hoy, una cesión de soberanía para compartirla. Tras la caída del Muro, por primera vez estos países ex soviéticos eran pueblos soberanos. Entonces, estrenar soberanía para tener que compartirla con Bruselas no lo veían claro. Bruselas les parecía el nuevo Moscú, el Kremlin. De ahí se derivan un montón de problemas que tenemos en la actualidad con los países del Este”
“Esta situación la viví con Polonia, cuando estaba integrándose en la CEE, con su papa (Karol) Wojtyla. Yo les decía: ‘La operación es que se integren en la CEE, no que Europa se integre en Polonia. La operación es al revés. Retomando la relevancia de François Mitterrand en este contexto, el líder francés tuvo la habilidad de paralizar los tiempos. Primero quería hablar con (Mijaíl) Gorbachov: quería que la decisión de tomarse tiempo para la unificación alemana fuera una decisión compartida con Gorbachov. Es decir, le daba relevancia a la relación con Rusia. Esto todavía en Alemania pesa mucho. Pero, la unificación alemana no había quien la parase. Es más, yo quería introducir la unificación de Alemania en la propia política comunitaria, incluidos los fondos de Cohesión. Pero me decían tanto Kohl como Genscher: ‘Ahora es inútil. Con que tengamos la unificación es bastante. Nadie va a entender que sea parte de las políticas estructurales de Europa’. Yo les respondía: ‘Me da igual, vamos a pagar lo mismo. Si vosotros hacéis la paridad marco/marco, lo vais a pagar vosotros y lo vamos a pagar todos. Va a afectar a todos…”. Ese era el tipo de relación, y es lo que he tratado de resaltar. Todo ello permitió avanzar y, al mismo tiempo, permite también explicar cuáles fueron las dificultades que se atravesaron en ese nuevo Tratado de Maastricht, cuando empiezan a emerger apetencias lógicas y legítimas de los nuevos países”, refirió González.