I. Javier Milei será el nuevo presidente de los argentinos. Su victoria electoral fue contundente y en algún punto sorpresiva. Se esperaba una diferencia de dos o tres puntos, pero la diferencia a la hora del escrutinio estuvo cerca de los doce puntos. El escrutinio concluyó a las 18 y antes de las veinte los resultados ya estaban en la calle. Nobleza obliga: la elección fue limpia y el discurso de Sergio Massa aceptando la derrota fue impecable. La victoria de Milei no me pone ni alegre ni triste; no salí a festejar como salieron tantos amigos, pero mentiría si dijera que el resultado me resultó indiferente. Para expresarlo en términos más precisos: no me alegra la victoria de Milei, pero me satisface la derrota del peronismo. Decir que me hubiera gustado que al peronismo lo derrote otro candidato carece políticamente de sentido, porque a la hora rigurosa de los hechos esa derrota se la infligió un candidato llamado Milei. Tampoco se me escapa que millones de personas votaron a Milei reconciéndole sus virtudes, millones de voluntades que se reforzaron con los otros millones para quienes Milei les despertaba y les despierta mucha desconfianza pero, como me dijera una amiga: entre la miseria y las ruinas de Massa y el salto al vacío de Milei, preferí el salto al vacío. Para ella lo importante era sacarse al peronismo de encima, porque una victoria de Massa habría significado consagrar una injusticia y, al mismo tiempo, preparar las condiciones para que el peronismo se enquiste en el poder como una garrapata o un vampiro.
II. En lo personal voté en blanco sin ninguna pretensión de ser mayoría. Fue una decisión individual para hacer realidad el acto más individual de la política: votar, solo y en un cuarto oscuro. Mentiría si dijera que no me alegró la derrota del peronismo, pero Milei me sigue despertando los recelos de siempre. El domingo a la noche hubo una fiesta popular a la que contemplé desde el balcón de mi casa, pero todos sabemos que con la llegada de la madrugada la fiesta se termina y llega la hora de la verdad a la que hay que asumir con o sin resaca. Hacia el futuro todo es posible, incluso que Milei haga un buen gobierno, o que sea un desastre y yo pueda decir orgulloso que no lo voté ante una platea que, como ya ha ocurrido otras veces, jurará y rejurará que nunca lo votó. Especulaciones al margen, dejo abierta una rendija a la esperanza con una prudente cuota de escepticismo. No de otra manera es posible vivir la política en estos pagos. Devaneos políticos, pruritos ideológicos, ilusiones desbordadas, lo cierto es que Milei es presidente y sus títulos políticos son legítimos. Se define como liberal y aclara su condición de libertario, concepto que no se ajusta exactamente al concepto que yo tengo de libertario y que aprendí en los textos de Bakunin, Kropotkin, Abad de Santillán y las editoriales del diario La Protesta. Su carrera política hacia el poder fue breve, singular, efectista y plagada de consignas y brulotes. Agradable o no, su estilo supo conquistar el afecto, la pasión y la simpatía de millones de votantes. Algo estaba pasando en la sociedad para que ese discurso, para más de uno extravagante, despertara tantas adhesiones. Milei fue votado por ricos y pobres, por jóvenes y viejos, por mujeres y hombres. Catorce millones de personas encontraron en ese rostro, en esa voz, en esas consignas la esperanza, la fe o el instrumento para derrotar a un peronismo cebado en la incompetencia, la corrupción y en la insensibilidad ante la pobreza y la indigencia.
III. No sé cómo será la gestión de Milei; no sé si él la sabe. Daría la impresión de que la tesis del teorema de Baglini no le es indiferente, esto quiere decir que el libertario intransigente, iracundo e irascible empieza a comportarse como un político “pragmático”. Todo está por verse. Por lo pronto, me resulta interesante que haya dicho que la gente no lo votó para que dé cátedra de liberalismo sino para que le solucione los problemas. O cuando ante la advertencia del Papa, de que necesitará para gobernar de importantes dosis de coraje y sabiduría, le haya contestado que coraje tiene y sabiduría está adquiriendo. Palabras más, palabras menos, en la cancha se ven los pingos. ¿Un pingo fascista, de extrema derecha?, como advierten la izquierda y el peronismo. Diría que anticomunista y de derecha seguramente es. No comparto la calificación de fascista o extremista de derecha. Si los atributos de un extremista de derecha son el nacionalismo, el racismo y el fanatismo religiosos, Milei tiene poco y nada que ver con esas “virtudes”. Tampoco creo que su presidencia signifique el retorno de los militares de 1976, muchos de los cuales ya no están en esta vida, otros arañan los noventa años, mientras que las fuerzas armadas actuales no tiene nada que ver con la estructura militarista de los tiempos del nacionalismo clerical, el fascismo, la guerra fría y la doctrina de la seguridad nacional que parió a generalotes como Uriburu, Perón, Lonardi, Onganía o Videla.
IV. No sé cómo gobernará Milei, pero sé que el peronismo deja a un país en ruinas, es decir, desbordado de indigentes, inundado de pobres y endeudado hasta la coronilla. Por supuesto, sus responsables intentarán lavarse las manos y, conociendo el paño, no sería de extrañar que apenas se recuperen de la paliza recibida inicien sus conocidos operativos “helicópteros” y le reclamen a Milei que resuelva en una semana lo que Cristina, Alberto y Sergio Tomás no resolvieron en veinte años. Sería deseable de todos modos que el peronismo aprenda a ejercer los valores republicanos y aproveche la derrota para lamer las heridas, recapacitar y entender que la Argentina no merece ser gobernada con corrupción, clientelismo y demagogia. Asimismo, los ganadores de estas elecciones deberían preocuparse por gobernar bien y saber que una de las condiciones para hacerlo es definir objetivos nacionales trascendentes y aprender a hilvanar acuerdos de alcance nacional que incluyan el desarrollo económico, la reconstrucción del estado y la lucha contra la pobreza. Derrotar al peronismo no significa retroceder a un pasado imposible por injusto y anacrónico, sino abrir fronteras a la libertad y a la justicia, esos dos atributos esenciales para toda sociedad que pretenda pensarse como nación para hoy y para los tiempos venideros.
Publicado en El Litoral el 23 de noviembre de 2023.