A lo largo de la historia, el comportamiento electoral de hombres y mujeres no presentó diferencias significativas, es decir, hombres y mujeres se inclinaban por distintas opciones de forma más o menos pareja. Esto ha cambiado notoriamente en los últimos años. Con el surgimiento de partidos de extrema derecha a lo largo y a lo ancho del mundo, pero fundamentalmente con la popularidad que estas expresiones han alcanzado en este último tiempo, la brecha electoral se volvió cada vez más evidente: mientras que los hombres (especialmente los más jóvenes) han respaldado masivamente a figuras de derecha, las mujeres han optado por opciones más moderadas.
Este fenómeno se ha observado últimamente en países tan diversos como Estados Unidos, Argentina y Alemania. Incluso teniendo en cuenta las particularidades de los sistemas políticos de estos países, como la alta fragmentación del presidencialismo en Argentina en contraposición con el presidencialismo de EEUU, o el parlamentarismo de Alemania donde el poder ejecutivo es bicéfalo, la brecha de género está presente.
En EE.UU., en las elecciones de 2024, el 54% de las mujeres votó por la demócrata Kamala Harris mientras que el 54% de los hombres optó por el multiempresario Donald Trump. En Argentina, en 2023, la base electoral de Javier Milei fue mayoritariamente masculina, mientras que Sergio Massa captó un mayor porcentaje del voto femenino. En Alemania, los hombres jóvenes fueron quienes más apoyaron a la ultraderecha de AfD, mientras que las mujeres se inclinaron por partidos de centro e izquierda.
Si bien la existencia de esta brecha es innegable, las razones que le dieron origen son tan diversas como discutidas. Uno de los elementos clave para intentar entender esta diferencia es el impacto del movimiento feminista en la forma en que las mujeres perciben el mundo y las relaciones de poder. El feminismo, como movimiento global y multicultural, ha construido redes de contención entre mujeres que van más allá de las fronteras, las clases sociales y las generaciones. Incluso aquellas mujeres que sienten rechazo por el término en sí mismo, se han visto interpeladas en lo más profundo de sus construcciones cotidianas: el feminismo desnaturalizó formas de opresión que estaban ocultas en las tramas de la cotidianeidad.
Nadie que haya transitado alguna forma de violencia en su vida diaria puede avalar discursos cargados de odio, de resentimiento y de naturaleza destructiva. O sí puede, pero en el camino quedarán resonando interrogantes infinitos y todo el ruido que este movimiento mundial y multicultural pudo sembrar a su paso.
Por el contrario, muchos varones jóvenes se han visto desplazados en este proceso de transformación. Durante siglos, los hombres ocuparon lugares de poder incuestionables en la familia, en el trabajo y en la política. Hoy, esos roles están en crisis. La figura del proveedor y la autoridad masculina dentro del hogar y la sociedad ya no es la misma. Esta reconfiguración histórica ha generado incomodidad y, en muchos casos, una sensación de pérdida.
Para los varones jóvenes esta crisis fue aún más intensa. Crecieron en un mundo que ya no les prometía un lugar seguro y cómodo, pero fundamentalmente en un mundo que ya no les prometía un lugar. Un mundo hostil (desde su perspectiva) que los desplazó de un rol histórico antes de repensar en conjunto nuevos roles y formas de vincularse.
Este resentimiento fue entre otras cuestiones el caldo de cultivo perfecto para que millones de jóvenes menores de 30 años se volcaran hacia la derecha en la última década: les ofrecieron discursos de resistencia y les prometieron un lugar en el mundo, capitalizando angustia y descontento.
Un nuevo escenario político
El fenómeno de la brecha de género electoral no es un hecho aislado ni coyuntural. Es el reflejo de transformaciones profundas en la sociedad, de cambios estructurales en la forma en que nos relacionamos y en cómo concebimos los roles de género. Mientras las mujeres han encontrado en el feminismo un refugio y una herramienta para afrontar estas transformaciones, los varones jóvenes han quedado atrapados en un vacío de identidad que los hace vulnerables a discursos extremistas.
Comprender esta brecha de género en el voto no es solo una cuestión electoral, sino un desafío para la sociedad en su conjunto: ¿Cómo construimos espacios en los que los varones no sientan que el feminismo es una amenaza, sino una oportunidad? ¿Cómo acompañamos a las nuevas generaciones de varones en el proceso de redefinir sus roles sin que sientan que el mundo está en su contra? ¿Cómo seguimos fortaleciendo las redes que han hecho que tantas mujeres se sientan parte de algo más grande?