La constelación de satélites de órbita baja de SpaceX, liderada por Elon Musk, está tejiendo una red que conecta ambiciones políticas, desafíos tecnológicos y dilemas éticos a lo largo del continente. Como si de una trama salida de las páginas de la trilogía* de Isaac Asimov se tratara, su expansión en el mundo y actualmente en Europa evoca el ascenso de una “psicohistoria” tecnológica: el cálculo de un futuro que parece inevitable, pero lleno de tensiones.
En Italia, las negociaciones con SpaceX recuerdan la búsqueda de la Fundación de Asimov por consolidar su poder en un universo fragmentado.
Con un contrato de 1.500 millones de euros en juego, Starlink promete comunicaciones seguras para el gobierno italiano, desde servicios encriptados hasta apoyo en desastres. Sin embargo, esta iniciativa genera inquietudes: la simpatía pública de Musk hacia Giorgia Meloni y su partido neofascista, Hermanos de Italia, provoca divisiones internas, como si los axiomas de la política estuvieran siendo reescritos por un “psicohistoriador” moderno.
En el Reino Unido, Musk se ha convertido en una figura disruptiva que desafía los cálculos establecidos.
Durante los cortes de energía de 2022, Starlink ofreció una solución tecnológica crucial. Pero sus críticas a Keir Starmer, líder laborista, a quien calificó entre otras cosas de ser cómplice de una red de pederastia, junto con su apoyo al Partido Reform UK. Su líder Nigel Farage era según el empresario “la única esperanza para el Reino Unido”. Sin embargo, hace unos días se corrigió y dijo que “no está capacitado para liderar”. Al igual que el Mulo, Musk introduce variables impredecibles en un sistema político ya frágil.
Francia, bajo la atenta mirada de Emmanuel Macron, enfrenta su propio dilema fundacional. Macron ha advertido que “Europa no puede depender exclusivamente de actores externos para su soberanía tecnológica”, una declaración que bien podría haber salido de los diálogos estratégicos de Trántor. La desconfianza hacia Musk crece, especialmente por su apoyo a Marine Le Pen, líder de Agrupación Nacional, en una dinámica que ya se ha visto en otros países como Argentina.
Alemania, por su parte, se encuentra en el centro de un conflicto ideológico, como una metrópoli asediada. Musk ha expresado abiertamente su apoyo a Alternativa por Alemania (AfD), un partido de extrema derecha. Aunque defiende este respaldo bajo la bandera de la libertad de expresión, muchos lo ven como un intento de reconfigurar el panorama político del continente. La influencia de un individuo inesperado amenaza con alterar el curso proyectado de la historia.
En este contexto, Starlink se convierte en el equivalente moderno de la tecnología de los Mundos Espaciales Asimovianos: una herramienta poderosa que ofrece soluciones, pero que también concentra un poder considerable en manos privadas. Por un lado, promete cerrar la brecha digital y garantizar la conectividad en momentos críticos. Por otro, plantea dudas sobre la soberanía tecnológica y el control que una sola figura -el hombre más rico del planeta. puede ejercer sobre los destinos de las naciones.
Las negociaciones con Italia, el apoyo a partidos controvertidos en el Reino Unido, Francia y Alemania, el poder de regular la guerra en Ucrania, el conflicto con la justicia brasileña durante la campaña electoral, su poder en el gobierno de USA, el control casi monopólico de una red de comunicaciones crítica y por supuesto el manejo discrecional del ágora digital global X (ex Twitter), posicionan a Musk como una figura central de la Democracia Iliberal planteada por Orbán, o en todo caso del neofascismo global.
El Mulo, todavía como candidato a dictador populista, ya está entre nosotros.
Quizás su proyecto no sea llegar a Marte, sino quedarse con la Tierra.