viernes 26 de julio de 2024
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¿Elogio a la locura?

I. Más de un argentino estima que el país está gobernado o presidido por un “loco”. No son pocos los argentinos dispuestos a admitir este juicio, para luego añadir que efectivamente Milei es un “loco”, pero solo un “loco” está en condiciones de sacarnos del pantano en el que estamos hundidos. Después están los que opinan que Milei lejos de ser un loco es un político clarividente con dotes excepcionales para anticiparse al futuro, por lo que su locura no es más que ese talento inusual para entender los rigores de los tiempos que corren, con el añadido que mucho más locos y más peligrosos fueron algunos presidentes no declarados tales en juicio. Puedo mencionar otras consideraciones incluyendo los matices del caso, pero convengamos en principio que los argentinos hemos elegido un presidente que no se ajusta a los libretos convencionales, un presidente que los entendidos califican de outsider, palabra que justifica y disculpa errores y extravagancias. En un futuro más o menos inmediato sabremos qué hemos elegido en diciembre de 2023, una certeza que no sé si nos provocará resignación, culpa o alegría, porque otros de los rasgos distintivos de la coyuntura que nos toca afrontar es que una mayoría importante de argentinos no sabe con certeza si marchamos al Paraíso o al Infierno.

II. Si el término locura, significa políticamente creatividad, coraje civil, decisiones inesperadas pero justas, ruptura con un orden opresivo, bienvenida la locura. A la inversa, si locura es extravagancia, egocentrismo, mesianismo, narcisismo y un diagnóstico de la sociedad equivocado y en algunos casos delirante, la locura es un castigo, una tragedia, una desgracia para una nación. Me extiendo en estas reflexiones porque efectivamente en los tiempos modernos y en sociedades democráticas los votantes eligieron candidatos que luego se verificó que su inestabilidad emocional era más que evidente. El precio que en su momentos pagaron las naciones por este error fue alto y en algunos casos altísimo. Claro está, existían condiciones objetivas y subjetivas para que la sociedad se “equivoque”, se precipite al vacío, crea en las triquiñuelas verbales de un supuesto líder carismático. Sabemos que la emergencia de un “mesías político” coincide con tiempos de decadencia moral y política, con descrédito de las instituciones y con multitudes dispuestas a consumir los insumos más delirantes. El carisma es una condición personal, pero en términos políticos es una relación social. Sin masas decididas a “encantarse” por las dotes de un líder carismático no hay relación carismática.

III. Pero volvamos al interrogante inicial: ¿Milei es o no un loco? Mi respuesta es: no sé, lo cual no deja de ser una respuesta dudosa de mi parte o, en el mejor de los casos, una respuesta que no hace más que expresar el estado de confusión en el que estamos viviendo. Se dirá que puede que Milei sea algo inestable, algo desequilibrado, pero su gobierno no lo es o no debería serlo necesariamente. La respuesta es más ingeniosa que verdadera, entre otras cosas porque en regímenes democráticos presidencialistas la conducta del jefe de estado importa, y en algunos casos importa de manera decisiva. Pregunto: ¿El Milei que viaja por el mundo promocionándose como profeta, cree en lo que dice o lo suyo es una estrategia para desentenderse de los rigores cotidianos internos, recurso que le permite atribuirse como victoria todo lo que le sale bien y hacerse el distraído cuando algo le sale mal?    Yo no estoy en condiciones de dar un diagnóstico clínico sobre Milei (creo que nadie lo está), pero sus desequilibrios emocionales, sus reacciones verbales, sus obsesiones, su narcisismo, sus referencias a una niñez y adolescencia de hijo maltratado por sus padres, no me habilitan a creer de que solo se trata de los previsibles desórdenes psicológicos de un estadista o avezado piloto de tormenta colocado en una situación límite. De todos modos, y para relativizar un tanto mis juicios o prejuicios, observo que para más de un clásico en psicología social y política, todo jefe de estado, todo líder necesita inevitablemente de un cierto toque de locura porque el ejercicio del poder lo exige, el modesto precio que se cobra por otorgarle a un hombre atributos que le hacen creer que está a la altura de los dioses. Después de todo, en nuestra historia criolla, para no irnos tan lejos, Juan Manuel de Rosas y Domingo Faustino Sarmiento se ganaron en vida el apodo de ”locos”. Y no faltaron argumentos para justificar esa apreciación. Lo que sucede es que en la vida como en la política, los usos y costumbres han establecido la diferencia entre los locos buenos y los locos de mierda. La calificación no pretende tener rigor académico, pero para el hombre de la calle alude con precisión la diferencia de un caso con el otro por lo que cada uno llene el casillero como mejor le parezca.

IV. Decía que los candidatos son producto de determinadas circunstancias históricas. En 1983, el presidente electo fue Raúl Alfonsín, el hombre que reunía los atributos políticos necesarios para iniciar las tareas de la reconstrucción democrática. En 1989 la sorpresa no es que Menem le haya ganado a Angeloz, sino que le haya ganado a Cafiero, su rival interno. Decidida la candidatura en el peronismo, la elección general no voy a decir que fue un paseo, pero todo estaba servido para que Menem fuera el nuevo presidente, sentando el precedente de que se puede ganar una elección prometiendo una cosa y luego gobernar haciendo exactamente lo opuesto y, en todos los casos, con el apoyo mayoritario de los votantes que, como bien se sabe, “nunca se equivocan”, porque si lo hicieran perdería eficacia la “ficción democrática”, añadiendo, además, de que no hay manera de probar que el pueblo se equivocó. porque como dijera Oriana Fallaci, el pueblo en estos casos es inimputable. Alguien alguna vez escribió que los procesos sociales hay que entenderlos a partir de sus condiciones objetivas y subjetivas. Las objetivas, aluden a los hechos materiales: hambre, desocupación, inseguridad, pobreza; las subjetivas, refieren a los diversos niveles de conciencia. Un presidente suele ser el producto de la coincidencia histórica entre las condiciones subjetivas y objetivas. Milei muy bien podría ser entendido en ese contexto. ¿Fue elegido por el pueblo? Claro, pero para ser precisos hay que decir que fue elegido por una primera minoría que sumó catorce millones de votos, ya que hubo una segunda minoría que sumó once millones. No hay “un pueblo”, salvo como alegato retórico. En las elecciones hay ciudadanos, individuos que votan y ese voto se inscribe en un determinado humor social. Se vota por diferentes motivos, y al mismo candidato incluso se lo vota con expectativas diferentes. Los procesos electorales pueden ser inteligibles en sus trazos más gruesos, pero en los detalles decisivos lo que juega es el “azar”, entendiendo por azar las múltiples y sinuosas circunstancias que ocurren sin que nadie las haya podido determinar de antemano. Un asesor de imagen, un consejero, puede hallar una consigna oportuna, una imagen feliz, pero lo decisivo en todas las circunstancias será la imprevisible “dinámica de la impensado” que produce como resultado que un candidato sea elegido por diversas razones por millones de personas. En 2015 si Cristina no se hubiera empecinado con Aníbal Fernández para la provincia de Buenos Aires, el presidente habría sido Scioli; en las recientes elecciones nacionales a Sergio Massa le faltaron apenas tres puntos para ser elegido presidente en la primera vuelta. Tres puntos después de haberle ganado por siete puntos a Milei. Una semana más de “plan platita” y el presidente hubiera sido Massa.

Publicado en El Litoral el 8 de junio de 2024.

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