lunes 14 de octubre de 2024
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Elijo creer (en el Mundial… y en la Argentina)

Escribo estas líneas con dolor, invadido por el desánimo, mientras trato de digerir que la Argentina perdió con Arabia Saudita. Sí, leíste bien: con Arabia Saudita. Es que no lo vi venir, jamás estuvo en los cálculos, esos que ahora no tienen margen error para clasificar a octavos.

No miento si digo que creo que enfrente estaba el rival más fácil del grupo, al que los demás dan por sentado que van a ganarle, y por qué no, a golearlo. Sin desdén, no porque no sepan jugar —al que le queden dudas, cuando guste puede volver a mirar este partido que terminó recién— pero claro, ¿quiénes y cuántos siguen, desde esta parte del mundo, el fútbol, la liga o a los jugadores árabes? Si acaso, un puñado, al que casi nadie les hubiera creído alguna advertencia de que hoy, precisamente hoy, podía haber un resbalón. Por lo embalada que llegó la selección, con un once titular que se recita prácticamente de memoria, con jugadores de jerarquía y un cuerpo técnico que convenció a un grupo, con argumentos y trabajo, de que puede ganarle a cualquiera que se le atraviese, esta derrota fue tan amarga como sorprendente. Más cuando hacía tanto que no se perdía y mirar los partidos, de un tiempo a esta parte, solo generaba alegría y orgullo, nada de bronca ni amargura. Quizá por eso este mazazo aturda tanto.

En el horizonte aguarda México, que siempre te hace correr y sudar la camiseta aunque luego ellos no se metan en cuartos de final, y luego Polonia, a la que referenciamos en Lewandowski. Pero en este preciso momento no importan. Atravesaremos primero una semana que se nos hará larga, pesada, lentísima. Nos, porque aunque yo no sea argentino, mentiría rotundamente si dijera que no me contagiaron la ilusión que irradia la Scaloneta para verlo a Messi alzar la Copa del Mundo, un anhelo que trasciende fronteras y es universal entre futboleros.

Es la primera vez que vivo un Mundial en la Argentina. Siempre supe que el fútbol acá era importante, trascendental, prioritario. Tanto, que te impacta ver lo organizados que somos todos para que nadie se quede sin mirar el partido, ni que quede suelto ningún detalle sobre dónde nos juntamos, con quiénes, y mirá que si sale bien hay que repetirlo de ahí en más para no romper la cábala (el sábado, contra México, no vayan a repetir nada de lo que hicieron hoy, para anular la mufa).

Anoche, mientras intentaba conciliar el sueño, no pude evitar pensar, tampoco, en el país y la sociedad tan grandes que pudiéramos ser si cada día lo encaráramos con las mismas ganas, unión e ilusión que teníamos y compartíamos en la previa del Mundial, una energía que estoy seguro sigue ahí y recuperaremos cada vez que esté más cerca el próximo partido, ni qué decir del tercero si llegamos con chances. El fútbol, hermoso como es, siempre deja la puerta abierta para que un equipo como Arabia Saudita haga posible el imposible de ganarle a la Argentina. Y el fútbol, a su vez, siempre (como la vida misma) da revancha. Como la que tendrá la Argentina: ni antes éramos invencibles ni ahora somos tan malos. La Copa, si llega, no va a resolver la crisis, como tampoco va a ser el apocalipsis (esperemos) si esta vez no se da.

Para la diatriba de la crisis argentina (la existencial y la futbolística), porque existen fundamentos para remontar, tomo prestadas dos palabras tan usadas como vigentes: elijo creer.

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