La dictadura militar no requería de estos crímenes para merecer el repudio de la historia; pero, un día como hoy, en el irrespirable 1978 fue asesinada Elena Holmberg, por las patotas de la muerte de la marina que comandaba Emilio Massera.
Su muerte no fue casual, y refleja como tantas otras las historias bañadas en sangre de las luchas por el poder en esos tiempos. Entender que en la lucha por el poder y el dinero dentro de la dictadura generaron las mismas situaciones
aberrantes que en la represión permiten establecer lo demencial de un gobierno cuyos generales consideraban a la teoría de los conjuntos como subversiva, y también consideraban subversivas
aberrantes que en la represión permiten establecer lo demencial de un gobierno cuyos generales consideraban a la teoría de los conjuntos como subversiva, y también consideraban subversivas
a centenares de canciones (incluso “gilito de barrio norte”) y luego corrían a auxiliar a la URSS y a intercambiar favores con Cuba.
Elena Holmberg era funcionaria de la dictadura en París, tenía acceso a información y eso le resultó letal. Massera era un militar inescrupuloso que amaba el poder, el dinero y las pasiones prohibidas, y usó su poder para todo ello.
Nombrado como jefe de la Armada por el peronismo, y pasando a retiro a medio almirantazgo, Massera no era un gorila, sino que soñaba con ser el sucesor de Perón en sus afiebradas noches, pretendía ser la salida peronista de la dictadura. Para ello creó su partido, para la democracia social. Siempre tuvo un ida y vuelta clandestino con los dirigentes montoneros, siempre en las sombras, como le gustaba a él.
Massera había logrado controlar la cancillería – en ese raro juego en que cada fuerza armada tomaba pedazos del Estado para sí- y había armado en París el Centro Piloto para contrarrestar la crítica que en el exterior se daba a las violaciones a los derechos humanos en el país, la llamaban la campaña anti-argentina.
En el Centro Piloto había sanguinarios sicarios de la marina, y Elena Holmberg estaba en la sede diplomática parisina, con un embajador que tampoco estaba cómodo con semejantes “divulgadores”, ambos se cruzaban con los marinos.
La desventura de Elena Holmberg comenzó con un viaje en un auto con chofer de la embajada: el conductor contó algo que le había asombrado: en el mismo asiento que está usted, hace poco lleve a Mario Firmenich y a Fernando Vaca Narvaja. El destino era el Hotel Intercontinental donde se reunirían los guerrilleros con el Almirante Massera.
Resulta que los muchachos que ordenaban ir a la muerte en Buenos Aires se reunieron en París con el Almirante Massera, en una mezcla degenerada de plata, negocios y acuerdos políticos. Los guerrilleros habían concurrido al encuentro en un auto oficial, la cercanía era obscena.
En marzo de 1978 el almirante había acordado con Mario Firmenich que este no haría atentados durante el mundial. El precio: una valija con un millón de dólares que retiró de un encuentro con Massera, según dicen en el Centro Piloto de París.
Massera había mandado a matar a quien debía organizar el mundial, el general Omar Actis, y había logrado colocar un marino (el Almirante Carlos Lacoste), la forma que robaron los militares con el mundial fue impresionante, según Juan Alemann robaban como urracas, su costo cuadriplicó el mundial posterior. El almirante no quería violencia en esos días y el encargado de garantizar fue Firmenich.
Ambos se veían en la noche parisina, y sus movimientos no pasaban desapercibidos ni para la embajada en Francia, ni para -supongo- la inteligencia francesa. Al tradicional embajador le resultaban molestos aquellos marinos de grupos de tareas que se habían asentado en el Centro Piloto de París, y las visitas de Massera – que había puesto al canciller argentino- confraternizando con Mario Firmenich, Vaca Narvaja y los buenos muchachos, eran un secreto a voces, lo que pasó en París queda en París, la información no debía llegar a Buenos Aires.
El marino recorría la noche parisina con los líderes guerrilleros, y esto había llegado a los oídos y a los ojos de la desencantada Elena.
Elena Holmberg se había hecho amiga en la embajada de Silvia Agulla, hermana del director de CONFIRMADO y político conservador (Partido Demócrata) Horacio Agulla y conocía gran parte de esa historia, sería quien aportaría a la justicia el nombre del chófer de la embajada y testigo de las reuniones.
En París, en julio de 1978, un corte intencional de la correa de frenos del auto de la diplomática no terminó con su vida por una buena pericia al volante.
Al empezar a preguntar y ver, Elena Holmberg descubrió el entramado -que era expuesto en París entre marinos y la cúpula montonera-, debió tener acceso a las alertas de la inteligencia francesa de tan peculiares reuniones y decía tener una foto de Firmenich y Massera, una selfie de tales encuentros.
En París, Elena se había encontrado con el periodista Agulla y habría comentado lo que sabía, sin saberse exactamente cuanto supo. El periodista fue asesinado el 28 de agosto de 1978, sin que pueda saberse si la muerte fue obra del ejército o la marina, como cree su hermana que lo asocia al asesinato de la diplomática.
Cuando aún estaba en París participó en un cóctel en la embajada argentina. Allí se encontraba Massera con su esposa, con quien se saluda afectuosamente, nota un collar y dice en voz alta: “Te felicito, Lily… qué hermoso collar tenés…”. Haciendo un movimiento de manos, Lily contestó: “Por supuesto, es un hermoso collar y muy caro, por cierto… En definitiva, todos los regalos de (Mario) Firmenich son muy caros”.
Elena, repite en voz fuerte, ante el silencio de los comensales que rodeaban a la esposa de Massera: “Sí, oyeron bien… ese collar se lo regaló Firmenich”. Vieyra sonríe, en marcado tono de burla, y el almirante ni se inmuta; fija la mirada, con cierto desdén, hacia un punto central de esa habitación. Elena Holmberg se retira raudamente de esa reunión y Massera le dice al oído a uno de sus colaboradores: “Esta tiene los días contados…”.Massera era famoso por sus aventuras amorosas, entre ellas una mujer casada a la que le mató al marido (Martha Rodríguez MacCormack), para los regalos a su propia esposa, lo tenía al Pepe.
Gisela Marizzota y Mariano Hamilton, cuentan en su libro “Mejor muertos” el trágico último año de Elena Holmberg, la mujer que sabía demasiado.
“Elena Holmberg se había reunido pocos días antes de su secuestro con el diplomático Gregorio Dupont en un bar de la Recoleta y en esa reunión le explicó los problemas que había tenido en el Centro Piloto.
—¿Es cierto lo que salió en Le Monde? —le preguntó Dupont a Elena (La reunión de Massera con Firmenich) .
—Y sí, Gordo… Por eso ando con problemas con la Marina —le dijo.
—No sólo es verdad —continuó Elena—. También le entregó como un millón de dólares y tengo la foto del encuentro.
Dupont se preocupó:
—No hables más del tema, Elena. Déjate de joder. Vos venís de afuera y no sabes lo que está pasando acá. La gente desaparece. No te das cuenta, pero por mucho menos que eso, te matan. No hables más. Es peligrosísimo. Te va la vida en eso —le recomendó preocupado.
Algo parecido ocurrió entre Elena y su colega y amigo Gustavo Urrutia. Luego de escucharla, Urrutia le dijo:
—Esto no se lo podes decir a nadie. Te pueden matar”.
Elena Holmberg creía que debía hacerse público el encuentro, y terminar con la carrera del ambicioso almirante, creía que hablar en Buenos Aires era igual que hacerlo en París.
Por esos días estaban en Buenos Aires los periodistas franceses Laure Buclay y Bruno Bachelet, quienes habían viajado convocados por Elena quien los había convocado para hacer revelaciones explosivas: las relaciones de Massera con Firmenich, Licio Gelli y Khadafi.
Nunca la foto llegó a la luz, ni fue hallada, tampoco pudo hablar con los periodistas, la muerte llegó primero, fue eficiente para los complotados, fue brutal.
Un 20 de diciembre fue a visitar unos amigos, y es interceptada en la calle por un vehículo, en él estaba el tenebroso Chamorro. Apareció flotando en el río Luján, su cadáver era irreconocible por un baño en soda cáustica. Su asesinato forma parte de la red de encubrimientos de los favores mutuos entre Vaca Narvaja, Firmenich y Massera, el olvido sobre su muerte y sus causas hacen la delicia de sus sicarios.
En la página del Museo de la Memoria se omite toda referencia a los contactos entre Massera y Montoneros, adjudica su asesinato a una interna militar, pero, contar del millón de dólares que le costó la vida, o de la foto es un secreto de Estado. Tal vez, algún día, salgamos del relato de una historia tan lejana a la realidad, y la voz de Elena sea escuchada.
Alfonsín ordenó juzgar a los tres, por sus múltiples crímenes. Quienes fueron socios en los 70 fueron juzgados. En el Juicio a las Juntas militares Alejandro Lanusse, primo de Elena Holmberg, cuenta los esfuerzos por rescatar a su prima y lograr recuperar el cuerpo.
Algún día la foto será rescatada, y su historia, que costó dos vidas, será contada para vergüenza de unos y otros, solo así habrá justicia plena.